Paenza y la brecha
Por Daniel Mundo
El programa Científicos Industria Argentina inauguró el fin de semana pasado el décimo cuarto ciclo y arrancó con palabras fuertes de su conductor, Adrián Paenza. No sólo confesó que a él no le interesaba trabajar para la administración Macri sino que de nuevo se logró que los científicos “discutieran sueldos y ya no proyectos”. No sé si se puede expresar mejor. Los proyectos se relacionan con la soberanía nacional, con la industria y la formación de recursos humanos; los sueldos, en cambio, con una cuestión que tiene sólo una relación indirecta con el trabajo y la investigación científica: apunta al peligro por la supervivencia de los científicos.
Diría, para resumir lo que dijeron los más de veinte invitados, que durante la década K la ciencia en la Argentina conoció un despliegue y un desarrollo que la gran mayoría de los científicos no había imaginado que conocería en su vida. Y que la nueva gestión, volcada hacia las corporaciones económicas, le pondrá un freno de mano a este desarrollo. Ya lo está haciendo. La tradición científica argentina consistió, por lo menos desde lo que se conoce como la Noche de los Bastones Largos, en la transferencia de los capitales materiales y simbólicos formados en las instituciones públicas a las empresas privadas, nacionales o extranjeras: venta de patentes, emigración de científicos, vaciamiento de lo acumulado en el conocimiento nacional, etc. El neoliberalismo es “restaurador”.
Hasta acá, sería difícil para mí escribir una reflexión sobre Científicos…, pues para cualquier científico o intelectual es imposible disentir con lo dicho y con todo lo que lo dicho connota o refiere. La conclusión que sacó Claudio Martínez, el flamante co-conductor del programa, sin embargo, da para hablar: si hay una creencia que sostiene que la ciencia es neutral, este programa bastó para demostrar lo contrario. La ciencia y la tecnología crean mundo, y lo hacen más allá de las intenciones de sus usuarios y científicos a cargo. Para los inventores de la ideología de la “brecha”, este programa constataría por lo menos dos cosas: los científicos respaldando el discurso del conductor reafirmarían y ahondarían la brecha que ellos y su partido político abrieron; y lo hacen por medio de la televisión pública, lo que demuestra la coherencia de nuestro discurso, que quiere medios estatales y no gubernamentales. Obviamente que estas excusas son un barniz con el que cubren sus auténticas políticas de empobrecimiento: qué les importa regalar una hora de canal de aire si tienen decenas y decenas de horas y páginas para propalar su cosmovisión de mundo.
Lo que quiso decir Martínez se entiende de inmediato, además: el complejo científico-técnico es una cuestión política. La ciencia no está más allá del bien y del mal, hay que acabar con el mito de la ciencia pura. En un nivel de análisis esto es así y tampoco hay nada para discutir: la ciencia depende de los fondos económicos que le dedica el Estado. Si la inversión no viene del Estado, el saber concurrirá al mercado a buscarla. Las políticas de Estado son fundamentales para un auténtico desarrollo de la ciencia: sueldos, financiación de proyectos, compra de tecnología, formación de recursos humanos, etc. Pero en otro nivel lo que está en discusión es qué forma de vida proyecta el Estado para sus científicos primero y luego para la población en general (hace tiempo que sabemos que el mercado no es neutral y proyecta formas muy concretas e inconscientes de existencia). El consumo de marcas es un primer escalón imprescindible para la inclusión social y la igualdad, pero no puede ser el único. Obviamente que no podemos exigirle a un científico de las llamadas ciencias duras o a un bioquímico que investiga una nueva vacuna que llegue a una reflexión como ésta. No está en su formación hacerlo. Ellos se enfrentan con problemas “más reales”. Pero tenemos que comprender que la política no se clausura en la administración de los recursos públicos, como desearía la “clase política”: la política está íntimamente vinculada a las decisiones existenciales que tomemos los ciudadanos, incluso cuando estas decisiones nos encierren en lo más íntimo de nuestro espacio privado.
Por un lado, la ciencia nacional tiene como misión la mejora en la calidad de vida de la gente, sea en salud, en alimentación o en la conquista del espacio y la política satelital, etc. Pero por otro lado la ciencia nacional también podría ayudar a interrogarnos de qué modo se insertará el país en el coro de naciones; y cada uno de nosotros en el abanico de posibilidades ofertadas en el mercado. No seremos los primeros en afirmar que, para bien y para mal, el kirchnerismo apostó por una política de fomento del consumo sin una formación paralela para mitigar o comprender lo que significa el consumo en una sociedad híperconectada caracterizada por el exceso de mercancías. No se trata de rechazar el consumo ni de festejarlo, pero tampoco de cerrar la reflexión en el círculo perverso de generación de empleo-sustitución de importaciones-superoferta de productos nacionales-gratificación en la compra a crédito. No es poco lo que se hizo, pero ¿alcanza? Mientras tanto, se acompañaban las políticas antiglobalización y de cuidado de los recursos naturales.