Borges bajo el gobierno de los CEOs

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Borges bajo el gobierno de los CEOs

25 Noviembre 2016

Por Karina Bonifatti

Ante la pregunta “qué libros leería Borges ahora”, entrevistada para La Gaceta de Salta, María Kodama decía hace dos días: “Yo nunca pongo en mi boca palabras que imagino pueden ser de otra persona, soy japonesa, respeto mucho el pensamiento de cada uno”. Así introdujo Daniel Medina en su entrevista las acciones legales contra Pablo Katchadjian, autor de El Aleph engordado, “reversión de uno de los cuentos más famosos de Borges”, para luego comentar que tales acciones “tomaron por sorpresa en su momento al campo literario argentino, por no decir de habla hispana”, por cuanto Borges fue “un escritor que erigió parte de su narrativa en base a citas, reescrituras o análisis de otros textos (véase, por dar un solo ejemplo, 'Pierre Menard, autor del Quijote')”.(1)

La opinión de Horacio González

Consultado esta mañana por el asunto particular del caso Kodama/Katchadjian y la entrevista mencionada, el ex Director de la Biblioteca Nacional (2005-2015) respondió:

Personalmente, tengo en gran estima a María Kodama, he conversado varias veces con ella, y de ello resultó que la Biblioteca Nacional pudiera publicar clásicos de Borges sin que esto implicara ningún derecho de autor; en este caso, se trataba ni más ni menos que de Ficciones, donde están sus relatos esenciales. Conversar no es fácil. Eso ocurre siempre y con todos. No digo novedades, si lo extiendo a la conversación de María Kodama, a la que vi condicionada por la tarea que se ha impuesto, que la lleva a hablar permanentemente de cuestiones judiciales y de negociaciones editoriales.

Cuando dice que es japonesa, entiendo lo que quiere decir: que acepta estoicamente un destino de cuidado y protección, a costa de todo lo que ensoñadamente le gustaría que fuera de otra manera. Se trata de esos arduos asuntos que la obligan a actuar entre abogados, contadores y pleiteros de toda laya, además de combatir las deformaciones de la obra de Borges que llevan a sus justificables fanáticos a remedarla (como el falso poema que se le atribuye, pero sobre el que habría que pensar por qué al banalizarlo tontamente, ese apócrito se ha extendido tanto), con lo que termina opiniéndose al "Borges engordado", que debería en cambio satisfacerla. Es una experiencia "borgeana", propiamente ligada a numerosos procedimientos de Borges en el limado sigiloso de las tenues membranas que separan la realidad de la ficción.

 - ¿Cómo es su relación actual con María Kodama?

Creo que nuestra relación se ha "enfriado" –así se dice en la Argentina– luego que la Biblioteca Nacional fuera la sede del acto de reivindicación de Kachajtian, pero era evidente para mí que una cuestión literaria no se debía saldar en sedes judiciales, como hace ya un siglo y medio quedó demostrado por el juicio de inmoralidad seguido contra Madame Bovary. Respeto la tarea que María se ha impuesto de cuidado y celosía, no afecta la crítica borgeana, que se desplaza bifurcadamente entre indagaciones originales (el "engorde" es una de ellas) y el triste devocionario falsamente discipular que viene retrasando todos los conocimientos disponibles, propuesto entre el falsete y la obviedad sacerdotal por un absurdo personaje como Manguel. María va de la generosidad evidente hasta decisiones que no apruebo con relación a multas tribunalicias. Ahora me entero por una nota que propuso un canje entre arrepentimiento y pago de un peso de idemnización. No soy afecto a esas fórmulas, y es difícil que un autor experimental se allane a esta humillación, tan solo un "borgeano", cuya primera divisa es la custodia del honor hasta la última frontera posible, la de la muerte.

Alguna vez intenté decirle que intente salir, María, de esa trama que la obsesiona, en cuyo centro reprobado está el Borges de Bioy. Es cierto que es libro desfachatado, pero contiene testimonios únicos sobre la vida cultural y política del país y esbozos descuidados de inesperadas interpretaciones y teorías literarias, a las que considero de gran originalidad. Por otro lado, el Borges engordado no me parece un trabajo intertextual, como lo sería, hasta cierto punto, Pierre Menard. Mejor sería decir que es una metodología espectral del lector, que imagina más allá de los que lee, y que en el caso de Kachjastian se propuso convertir en letra impresa esa forma onírica de lectura, que fue precisamente la de Borges. 

Negocio redondo

Estaba leyéndole en voz alta lo anterior a mi secretaria cuando noté que no me prestaba atención… Fue momentos después de pronunciar “absurdo personaje”. Dijo mi secretaria (que tiene 24 años): “¡Es que aquí usted debe dar un rodeo para que el lector entienda el calificativo!”. Entonces, acomodándose el pelo detrás de las orejas como cada vez que recomienza, me contó que el 22 de noviembre en la mesa “Políticas del libro”, llevada a cabo a las 15 hs. en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en el marco de la celebración por los 120 años de vida universitaria, se había hablado mucho de Borges porque el mismo año que fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional fue también nombrado profesor de Literatura Alemana en la Facultad (después de Literatura Inglesa). “Fue en 1955, y dio clases en la Facultad de Filosofía y Letras hasta su muerte porque después de jubilarse fue nombrado profesor consulto y después profesor emérito, ¡yo no lo sabía!”, y se puso a hablarme con entusiasmo de la lógica política del modo en que Borges había entendido la Biblioteca, de la Biblioteca como lugar inseparable de la dimensión del Aleph donde todos los puntos convergen sobre uno o uno sobre todos, e incluso de lo inseparable respecto de esa otra figura que Borges convierte en propuesta irónica de un orden posible para la Biblioteca (y que retoma Foucault en Las palabras y las cosas): la enumeración caótica.

Andá al punto –le indiqué.

Precisamente –dijo mi secretaria con los ojos muy abiertos y moviendo las manos como pájaros– entre los eventos evocados con relación a la Biblioteca Nacional uno fue el muy recientemente realizado bajo el gobierno de los Ceos: la presentación de El ciudadano ilustre en forma de libro. No sé si usted sabe que El ciudadano ilustre termina en un libro que lleva por título el nombre de la película y que el autor de ese libro es el personaje principal: un escritor argentino que vive en Barcelona durante los últimos 40 años y recibe el Premio Nobel y en la película pronuncia un discurso bastante estereotipado –mi secretaria se va corriendo y vuelve en un santiamén llena de papeles para leerme lo que Horacio González dijo del estereotipo al ser entrevistado por Conrado Yasenza en la página digital La tecla Ñ en 2012–: Creo en el surgimiento de nuevas corrientes intelectuales que sepan escapar de los estereotipos del pasado. En este momento, juzgaría el campo intelectual según…

La interrumpo preguntándole si eso está en internet y me dice que sí, entonces le ruego que termine su observación sobre la película porque nos queda una hoja… Bueno –dijo ella–, el protagonista decide volver a Salas, un pueblito imaginario de la provincia de Buenos Aires donde se encuentra con algo así como ¡los peores males! en una serie que reitera el estilo estereotipado del discurso de recepción del premio: el intendente tiene el cuadro de Perón y Evita en el recinto de la intendencia… –acá suspira–, el pueblo aparece como corrupto… el patrón domina una serie de escenas previsibles… No le voy a contar la película: termina con Mantovani escribiendo ese libro que presenta en Barcelona. Pues bien, ¡ese libro que presenta el personaje en Barcelona es el libro que publica Random House Mondadori y que se presentó en la Biblioteca Nacional!
¿Qué tiene de malo? –le digo, no para molestarla, sino porque es lo que ella hace conmigo cuando le consulto algo: decirme lo que otros podrían decir (es parte de su trabajo).

Ella rebusca entre sus papeles refunfuñando que el juego es perverso y que degrada a Borges y que ahora voy a entenderlo y me lee el siguiente fragmento de la página web de la Biblioteca Nacional: “Manguel decidió participar del juego ficcional que propuso la película El ciudadano ilustre, dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn con guión de Andrés Duprat. El texto está firmado por Daniel Mantovani, el protagonista de la película que, en la ficción, es argentino y ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Para ir más lejos con el juego –el subrayado es de mi secretaria– un narrador, cuyo nombre se mantiene oculto, escribió una novela que firma Mantovani donde se narran los hechos que cuenta la película. La novela se publicó (fíjese que no dice la editorial –observa mi secretaria–) y ese texto será el que presente el director de la Biblioteca Nacional. Según trascendió, Mantovani no llegará a la presentación –no le gustan los actos públicos y vive en Europa– pero mandará un saludo grabado”… Entonces mi secretaria estalla: ¡El actual Director de la Biblioteca Nacional dijo que le resultaba simpático entrar en ese juego! ¿Se da cuenta? ¡Es muy grave! Escriba esto por favor: que es bochornoso que sea Random House Mondadori, parte del grupo editorial más poderoso del mundo en este momento, el Grupo Bertelsmann, alemán, la firma que da lugar a este tipo de juegos seudoborgeanos en la Biblioteca Nacional, porque ¿usted sabe quién era el otro presentador del libro además del Director de la Biblioteca Nacional? Pablo Avelluto, ¿y qué hacía antes Avelluto? Era director de Random House Mondadori. ¡Y además Random House Mondadori es la firma que tuvo a su cargo la producción de la película! Negocio redondo.

A veces pasa: ella sabe más que yo. Y como había escuchado casi todos los discursos en la Facultad de Filosofía y Letras, le cedí el final de esta nota (no sin recordar repentinamente, como un susto y una emoción, algo que tenía completamente olvidado: “Borges, lo perdido” fue mi primera publicación, en 1986, a pedido de la revista Uomini e Fatti).

Si algo diferencia a la Biblioteca Nacional de ahora y la anterior son los modos de tratar a Borges, dijo la ex directora del Museo del Libro y de la Lengua, invitada entre otros a la mesa “Políticas del libro”. Porque el Borges que aparece puesto en juego hoy es el Borges que pueden tomar las grandes editoriales, el Borges como fetiche del gran mercado editorial, correlativo no solo al ciudadano ilustre sino al modo en que concibe el libro, al lector y a la lectura el libro de Manguel Una historia de la lectura: un engarce entre piezas de una erudición muy precisa, divertida y hasta que puede leerse con placer, pero que tiene un doble despojo: el reemplazo de la experiencia por la anécdota y el olvido de la pregunta por la lengua, para aceptar los formatos lingüísticos que ponen a nuestra disposición las grandes maquinarias mediáticas y culturales.

¿Conclusión? –interpelo a mi secretaria.

Ella piensa unos instantes y responde: Esto conlleva un peligro cultural muy grande, que no es aquel más evidente de quien quema libros, sino el de aceptar la banalización… ¿Nunca pensó usted que la idea de Perón de nombrar a Borges “Inspector de aves de corral” fue un gesto borgeano?

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(1)  Titulada “Según Kodama, cuidar del legado de Borges es algo pesado y maravilloso al mismo tiempo”.