Unos zapatos a orillas del Danubio
- ¿Y qué son esos zapatos al borde del río? ¿Qué significan?
Preguntó mi hermana al ver mis primeras fotos del 1 de enero de este año que comienza. Mi respuesta, fría como la mañana con -8 grados, sólo se limitó a contárselo en dos líneas del WhatsApp: “Es el memorial a los judíos asesinados por los nazis; sus cuerpos fueron arrojados al Danubio”.
- Qué loco. Es parecido al de Margarita Belén. Al menos me generó la misma impresión.
Fin del diálogo dominguero.
Su reflexión a miles de kilómetros de distancia me llevó a pensar en esa manía horrorosa de la humanidad de arrojar cuerpos al agua, de desecharlos como residuos, escorias que sobran, molestan. Son cuerpos que dañan proyectos políticos, económicos, culturales, sociales y étnicos; eliminados para que “la pujanza y el progreso” determinen los rieles de la historia”.
Cada pueblo tiene matanzas en el placard, Hungría no escapa a ello. País con una lengua inextricable atravesado por dos imperios: el otomano y el austro-húngaro. Perdedor de toda guerra o batalla que haya enfrentado; fue miembro del Eje en la Segunda Guerra Mundial y declarado República Popular Comunista desde 1949. Aliada de la Unión Soviética hasta la caída del Muro, es gobernado en la actualidad por Viktor Orbán, un ultraconservador que preside el Parlamento. Su máxima política por estos días es lograr una enmienda constitucional que prohíba el asentamiento de población extranjera en tierras húngaras, sobre todo refugiados. Y otra vez cuerpos amenazantes que son rechazados por proyectos mezquinos.
En cambio hay otros cuerpos que son aceptados, bien recibidos, no discriminados, respetados tal como lo establecen las lógicas mercantiles del turismo que implica el diez por ciento del PBI húngaro y emplea al doce por ciento de sus trabajadores. Durante esta época de fin de año, se multiplican por las calles y los mercados navideños de Budapest resistiendo temperaturas que rara vez superan el cero grado en el Este europeo. Las diferencias idiomáticas quedan subsumidas a un inglés tarzanesco que intenta contrarrestar al húngaro inentendible y a su fría amabilidad eslava.
También la política queda subsumida a circunstancias vacacionales o recibimientos del año nuevo enmascarado de momentos de efusividad masiva. La algarabía representada en cotillones coloridos, los deseos, las desdichas, los amores o desamores anclados en besos furtivos de una noche quedan de lado cuando las campanadas de la basílica de San Esteban o los fuegos artificiales sobre el Danubio indican que un año más se ha ido.
Juntos, amontonados y festivos los cuerpos admitidos se encuentran, se abrazan y todos los límites territoriales, los prejuicios étnicos y culturales se esfuman con la bruma de la gélida noche. Que perdurará hasta la mañana del 1 de enero del 2017, cuando el sentido común o la guía del viajero indiquen el momento de congoja, frente a unos zapatos a orillas del río.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografía: Eliana Verón