Leopoldo Moreau: Semana Santa, entre el Golpe y la sociedad movilizada
Por Guillermo Korn y Mariano Molina
MM: A treinta años de los hechos, la primera pregunta, casi obligada, no es abordar si la resolución del conflicto fue la correcta, sino qué aspectos positivos y negativos destaca de la crisis de Semana Santa.
LM: El aspecto positivo es que por primera vez en la historia argentina se neutralizó un intento golpista con el pueblo en la calle. No se dirimió en un escenario superestructural, midiendo la correlación de fuerzas dentro de las Fuerzas Armadas. Por el contrario, se hizo dividiendo aguas entre los sectores de las FFAA que se planteaban un golpe y el conjunto de la sociedad que fue convocada a cambiar esa correlación de fuerzas a favor del sistema democrático, con su presencia en las calles.
Me parece que eso, es tal vez el valor más importante, porque es además un valor que fortaleció el papel del pueblo como un actor principal, dentro de lo que había sido la tradición de golpes de la Argentina. Lo negativo vino fundamentalmente de la campaña de acción psicológica, que en ese mismo momento se lanzó desde inteligencia. Se pretendió mostrar esto como una claudicación y no como una victoria. Y eso abrió todo un debate en el movimiento popular argentino sobre si efectivamente había sido una victoria o una claudicación.
Como es una discusión contra-fáctica, lo cierto es que yo saco como balance que superamos esa instancia –como después nos tocó superar un par de intentonas posteriores más débiles– y que ayudó a estabilizar el proceso democrático.
MM: Si los sectores militares pro-golpistas no abandonaban sus iniciativas… ¿Evaluaron durante los días de crisis otras formas de resistencia? ¿O todo el tiempo se confió en que se iba a resolver “por las buenas”?
LM: En los días previos de Semana Santa teníamos indicios de que esto podía ocurrir. Lo que no teníamos era una medida de la extensión que podía alcanzar el intento golpista. La primera manifestación de que estaba por desatarse un intento golpista, fue el 2 de abril, cuando Alfonsín se sube al púlpito en la iglesia Stella Maris, que es la iglesia de la Marina, y le contesta a monseñor Medina, vicario de las FFAA. La homilía prácticamente se utilizó para hacer una proclama pre-golpista, con el clásico argumento que se utiliza contra los gobiernos populares, que es el de la supuesta corrupción.
Unos días después Alfonsín habla en San Isidro, en la inauguración de una sede de la Universidad de Buenos Aires, y advierte respecto a movimientos de grupos nazis y fascistas al interior de las FFAA. Y cuarenta y ocho horas antes teníamos el dato de que el mayor Barreiro [1] se iba a refugiar en una guarnición militar frente a la citación judicial, poniéndose en estado de rebelión. No sabíamos en cual dependencia, pero teníamos más o menos una información previa.
En todo momento nosotros intentamos que el planteamiento que hacía Rico no se extendiera a una masa crítica de mayor volumen dentro de las FFAA. Y llegamos a la conclusión que para evitar eso, el antídoto era la movilización de la sociedad. Porque en términos teóricos, el noventa por ciento de los oficiales de las FFAA compartían aquel planteo, aunque no necesariamente la metodología.
Pero la única forma que teníamos de intimidar esa masa crítica, para que no se volcara a su favor, era oponerle una fuerza que claramente significara que no les iba a resultar gratis esta vez. Y también movilizar la opinión pública internacional para que tuvieran la sensación de que si avanzaban por ese camino, iba a ser un gobierno aislado internacionalmente.
En ese camino, durante los cuatro días, siempre nos planteamos el aislamiento del grupo sedicioso. El aislamiento político y el aislamiento físico. Nos ayudó que ellos se refugien en el predio de la escuela de infantería de Campo de Mayo. Y nosotros no limitamos la convocatoria a Plaza de Mayo y convocamos a todas las plazas del país, para que la estructura militar sintiera en todos lados la presión de la sociedad.
Nuestra primera preocupación fue que no tomaran los medios de comunicación porque teníamos conciencia que nuestra fortaleza era que no se interrumpiera la comunicación con la sociedad. Eso se facilitó porque casi todos los canales de televisión entonces estaban en manos del Estado (con excepción de Canal 9). Y aseguramos los medios de comunicación con Gendarmería Nacional, que era la fuerza más adicta al gobierno, y además movilizamos cuadros militantes nuestros para que estuvieran en las plantas de transmisión. Con eso lanzamos la famosa consigna “Democracia o Dictadura”, que fue la que provocó la movilización popular, para no dejarnos ganar por el planteo de Rico que quería mostrar que era sólo una cuestión vinculada a la interna del ejército.
GK: ¿Qué información tenían segura y qué otras variables manejaron esos días?
LM: ¿Cuáles fueron nuestras hipótesis?: la principal, como les dije, el aislamiento. Presionar para aislarlos del resto de las FFAA, la sociedad, el sistema político, el sistema sindical, etc. Y aislarlos internacionalmente. Y no podíamos descartar que ellos pretendieran romper ese aislamiento pasando a una acción más ofensiva o agresiva. De hecho, durante la tercera noche llega información que habían detectado la salida de camiones del predio de la Escuela de Infantería de Campo de Mayo. Cómo era nocturna la salida, el helicóptero de la policía federal le perdió la pista y nosotros no sabíamos si se estaban dirigiendo hacia casa de gobierno. Ahí, además de las disposiciones que se tomaron respecto de la presencia del Regimiento de Granaderos, ocupamos la zona con grupos importantes de militantes armados que estaban dispuestos a confrontar si era necesario.
También se discutió que se hacía con Alfonsín y si se lo trasladaba al Departamento Central de Policía porque tiene un excelente sistema de comunicaciones y se evaluó si se lo trasladaba a una guarnición militar de Neuquén, cuyo jefe era el general Balza, que era el que más abiertamente se había alineado en la defensa del orden democrático.
En algún momento, copiando la experiencia que se había producido en Filipinas, cuando hubo un intento golpista de esas características, nos planteamos rodear las guarniciones militares que estaban en actitud de rebeldía con una movilización popular. En las últimas horas, cuando veíamos que los teníamos aislados internacionalmente, políticamente y comunicacionalmente, etc. dijimos “bueno, vamos a marchar a rodear la guarnición con una movilización popular para terminar de asfixiarlos”. Pero ahí en el medio es dónde se cruza la decisión de Alfonsín de ir personalmente a Campo de Mayo. ¿Y qué sucedió? La gente de la zona se largó espontáneamente. Y se produjo una avalancha de gente que rodeó el predio del cuartel. Ese fue el golpe final de la asfixia.
Así y todo, hubo un punto difícil. Porque cuando la gente rodeó el lugar, yo veía gente que llegaba con cuchillas de cocina, alguno llevaba una escopeta, etc. Era una situación compleja. Nosotros entramos a la Escuela de Infantería con un grupo de dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas y ellos estaban en una situación de excitación muy grande. Porque habían estado tres o cuatro días en tensión, sin dormir, se daban con roynol… Y cuando vieron la gente se volvieron locos.
Recuerdo que un teniente coronel lo para a (Antonio) Cafiero y le dice “¿Cómo nos hacen esto? Nosotros somos el ejército de Rosas y Perón, estamos junto al pueblo…” y todo el piripipi… Una situación de mucha tensión y en un momento dado, por la presión de la gente, empezó a ceder el portón de entrada. Y tuvimos que plantarnos todos los que habíamos ido para tratar de frenar a la gente. Porque si se hubiera producido una entrada a la Escuela de Infantería, no sé qué hubiera ocurrido, tomando en cuenta el estado de excitación en que estaban estos tipos…
Pero nosotros nunca nos planteamos una tesis en términos de dirimir eso en el terreno de una confrontación armada. Nuestro terreno era la política.
GK: Dijo un par de veces “escenario golpista” e “intento golpista”. Y no fue cómo en ese momento se lo terminó leyendo, más allá de que lo haya sido. ¿Se necesitaba mostrar otra cosa respecto del planteo o es una lectura a posteriori?
LM: No. No es una lectura a posteriori. Estaba claro que si Alfonsín dejaba que este grupo impusiera sus reglas de juego, caía. No había alternativa de cómo sostener la autoridad civil. Estaba también muy claro que la pretensión de ellos –más allá de que principalmente lo plantearon como una cuestión interna del ejército– era desde un foco extender esta posición al conjunto de las FFAA. Y eso culminaba en un golpe de estado.
Por eso nosotros de entrada lo planteamos con esas características. Era Democracia o Dictadura.
GK: Antes de la visita de Alfonsín al cuartel hubo una previa de Jaunarena [2], de cinco horas, fallida. Parecía que venía bien la cosa y en un momento dice: “esto cayó”. ¿Hay algo extra que pedían? ¿Pasó algo que hizo que Alfonsín decidiera ir?
LM: La decisión de Alfonsín de ir tuvo dos razones. La primera es que ellos, en esa conversación con Jaunarena, seguían pretendiendo imponer determinadas condiciones. Y la segunda es que ya estaba la situación en un punto tal, donde efectivamente el próximo paso era rodear el cuartel, para hacerlos cesar en la actitud. Porque tampoco podíamos permitir que se prolongara en el tiempo.
Y además teníamos muy en claro que la represión no iba a venir de las propias FFAA. Porque ahí es donde entra a jugar el famoso tema de Alais [3] que no llegaba nunca. Nosotros sabíamos que confrontación militar no iba a haber. Primero porque los oficiales de las FFAA, en líneas generales, compartían las demandas de Rico y en segundo lugar porque nosotros también teníamos muy en claro que ninguno de ellos estaba dispuesto a dejar la vida por la democracia. Y más por un gobierno que estaba juzgando a las Juntas Militares, había creado la CONADEP y reformado el código de justicia militar para que los pudieran procesar tribunales civiles.
La otra preocupación que teníamos era evitar un baño de sangre. Los sectores más ultra de la izquierda planteaban que había que tomar el cuartel. Sí, muy bien, pero después vienen las consecuencias posteriores. Si íbamos a una confrontación de ese tipo, inmediatamente Rico iba a encontrar la solidaridad del resto de las FFAA o al menos de buena parte de ellas. Y esto provocaba una experiencia como la que había vivido el MNR, en Bolivia, cuando confrontó con las FFAA y hubo muertos. Eso implicó treinta o cuarenta años de proscripción.
MM: Decía que el aspecto positivo fue la movilización y parar un golpe. En ese momento, en los últimos 25 años, habían sucedido golpes e intentonas permanentemente. Y que el aspecto negativo es una campaña donde se vio que el gobierno hizo una entrega, una concesión. ¿Para usted el gobierno no hizo concesiones en Semana Santa?
LM: No. Mucha gente asocia la sanción de las dos leyes que se denominaron “leyes de impunidad” a Semana Santa. La de Punto Final fue anterior. Y la de Obediencia Debida, desde la subjetividad de cada uno, puede interpretarse como una concesión o no. Hay que recordar que nosotros le dijimos a la gente lo que íbamos a hacer. Así como Luder [4] dijo que iba a respetar la Ley de autoamnistía, porque la consideraba constitucional, nosotros dijimos que íbamos a juzgar los crímenes de lesa humanidad.
¿Cuál era el objetivo que se buscaba con la Ley de Punto Final? Cómo en los tribunales civiles había una pasividad para avanzar, salvo la Cámara Federal que fue la que juzgó a la Junta, lo que dice la Ley es “en un plazo determinado de días tienen que realizarse las imputaciones concretas en cada caso donde hay sospechas y denuncias”.
¿Por qué se hace eso? Precisamente, porque la inmensa mayoría de los oficiales de la FFAA sentían que la no definición de esa situación los ponía debajo de una espada de Damocles y que estaban todos en un estado de sospecha. Y con la Ley de la pasividad se pasó a la hiperactividad. Entonces empezaron a citar indiscriminadamente a infinidad de oficiales.
Pero quisiera contextualizar un poco. Nosotros siempre tuvimos presente que no podíamos, en ese primer tramo del proceso democrático, extender los juzgamientos a dos mil ochocientos oficiales de las FFAA. Era absolutamente imposible en términos de cómo estaba, en ese primer tiempo, el proceso democrático y sus condiciones. Arrancamos el gobierno rodeado de dictaduras militares, donde todavía había una fuerte supremacía de la Doctrina de la Seguridad Nacional, de la presencia de EEUU y un gobierno de la derecha más recalcitrante. También lo tenemos a Pinochet del otro lado, dictadura en Uruguay y Brasil. No existía el Mercosur, Unasur, la Celac. No había condiciones objetivas para llevar adelante el procesamiento tantos oficiales de las FFAA, que además no había ocurrido en ningún lugar del mundo.
Alfonsín definía el momento diciendo: “nosotros no tomamos la Bastilla, nosotros llegamos por una elección”. Habíamos dicho, y de eso nunca nos arrepentimos, que los procesamientos los íbamos a llevar a través del ejercicio del estado de derecho, precisamente otorgando las garantías que ellos no habían otorgado, a los que habían asesinado en los campos de concentración. También se trataba de diferenciarse en términos de una cultura política. Y además porque era el camino para ejercitar la justicia y no el revanchismo, que hubiera desembocado en cualquier situación. En ese sentido salió mal la Ley de Punto Final, porque produjo una hiperactividad que puso cerca de mil quinientos o dos mil oficiales en esa situación. Pero ese era el límite que nosotros podíamos materializar en esa etapa del proceso democrático.
MM: Con el paso del tiempo mucha gente cambió su forma de pensar y dice algo más o menos así: “la Obediencia Debida está mal, pero era una concesión que había que hacer en ese momento histórico del país…”. Pero usted dice que no fue una concesión…
LM: No. Yo no dije que no fue una concesión, dije que no se puede globalizar como un episodio que terminó en una derrota. En realidad terminó en un triunfo, en tanto se derrotó un intento golpista, cosa que no había ocurrido antes, en términos de una participación activa de la sociedad. En cuanto a las leyes, la de Obediencia Debida puede leerse como una concesión. Y yo te acabo de explicar que fue el límite al que pudimos llegar.
GK: ¿Cómo era el mapa interno del partido en ese momento, con esa situación particular? Pensando, por ejemplo, en la figura del vicepresidente –Víctor Martínez– quien no estaba en el comité de crisis. ¿Podría aclarar cómo era eso?
LM: El hecho de que Víctor Martínez no estuviera en el comité de crisis no significa que él estuviera en una actitud claudicante. El comité de crisis se configuró con quienes habían sido los protagonistas principales de la etapa donde se engendró el alfonsinismo y habían sido protagonistas de un cambio en el radicalismo, más allá de la función específica –en términos gubernamentales– que cada uno de ellos ocupaba. Es decir, el ministro del Interior era (Antonio) Tróccoli, pero el que se transformó en el articulador de todo el sistema de relaciones políticas y sindicales fue (Enrique) Nosiglia, que no era el ministro del Interior. Yo era diputado nacional, no tenía ningún cargo gubernamental, pero me hice cargo de todo lo que tenía que ver con el sistema de comunicaciones y el manejo de medios. Después, por supuesto, muchos jugaron papeles institucionales cómo Pugliese [5] movilizando la asamblea legislativa…
MM: ¿Pero hubo debates internos en la UCR?
LM: La primera reacción de la guardia vieja del radicalismo, por decirlo de alguna manera, fue de resignación. La creencia que eso no se podía frenar, que era otra vez lo mismo, que otra vez venían los militares... Incluso alguno empezó a bajar el cuadro de su despacho y preparar las cosas… Eso se contrapuso con nuestra reacción. Porque en términos generacionales, en algún momento fantaseamos con la posibilidad de tener que enfrentar un escenario de esa naturaleza. Además nos habíamos desarrollado en la política en términos de una acumulación distinta a la que había sido la forma tradicional del radicalismo. Nosotros conformamos nuestro espacio dentro del concepto de los frentes de trabajo, la inserción universitaria, gremial y la militancia. Le dábamos un valor a la participación popular que ellos no tenían. Eran una buena máquina electoral.
No es que hubo una discusión, sino que hubo actitudes distintas. Ellos bajaban los cuadros y nosotros nos estábamos organizando para resistir y contragolpear. Después, entre nosotros, hubo algún tipo de debate menor. Y alguno no tan menor... Por ejemplo ¿qué hacer frente a los medios de comunicación? Lo primero que hicimos fue poner la cadena nacional, asegurarnos los medios y pensar las consignas.
Cuando apareció Rico por Radio Mitre, con un móvil que le hicieron desde Campo de Mayo, dijimos “esto hay que cortarlo, no les podemos dar la palabra a los golpistas”. Para ese entonces Radio Mitre ya había sido adquirida subrepticiamente por el grupo Clarín. Ahí se suscitó una discusión con José Ignacio López [6] y alguno más que planteaban que esa actitud era cercenar la libertad de expresión. Eran los que estaban más vinculados a los diarios tradicionales de Buenos Aires como Clarín o La Nación.
Nosotros dijimos que no se trataba de cercenar la libertad de expresión, sino de impedir a quienes venían por las libertades públicas y civiles, que tengan la posibilidad de romper el cerco informativo. Y entonces decidimos mandar cuarenta militantes a ocupar la radio en los estudios de la calle Mansilla. Y les dijimos que si insistían en esa línea nosotros les íbamos a bajar la palanca y no volvieron a repetir el episodio. Ese hecho sí suscitó una discusión dentro. Hay un video que circula en las redes con Pugliese (que era un tipo muy ingenioso) cuando en la puerta del Congreso un periodista de Clarín le pregunta por qué habían impedido la transmisión del reportaje y le dice “lo que pasa es que ustedes privilegian la primicia y no la democracia”. Tuvimos algunos tironeos también con la gente de Defensa, sobre cómo manejar la cuestión estrictamente militar.
1 - La negativa del mayor Ernesto Barreiro a asistir a un juzgado de la provincia de Córdoba dio comienzo a la rebelión de Semana Santa.
2 - Horacio Jaunarena era el Ministro de Defensa
3 - El general Ernesto Alais, comandante del II Cuerpo, recibió órdenes de movilizar los tanques para aplastar la rebelión, pero nunca llegó a Campo de Mayo.
4 - Ítalo Argentino Luder había sido el candidato presidencial del Partido Justicialista en las elecciones presidenciales de 1983.
5 - Juan Carlos Pugliese en ese tiempo era presidente de la Cámara de Diputados.
6 - José Ignacio López era el vocero presidencial.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).
SEGUNDA PARTE: Leopoldo Moreau: Semana Santa y las sombras del poder