Su concordia, nuestra justicia o Emilio Mignone y la teoría de los dos demonios
Por Andrés Imperioso* y María Teresa Piñero**
Para conocer la parcialidad del panel, basta googlear a Cristina Cacabelos. Google nos presenta a una abogada que, escudándose en sus familiares desaparecidos, tilda de "subversivos" a los asesinados por el terrorismo de Estado. Cacabelos no tiene problema en visitar a militares presos por crímenes de lesa humanidad, concepto que por supuesto ellos niegan. Esta abogada fue una de las invitadas por la Conferencia Episcopal para hablar de "concordia".
La intención que subyace en la Conferencia Episcopal, revestida del concepto de "cultura del encuentro", es rehabilitar la teoría de los dos demonios. Peor aún, con la voz de un solo lado. Si "concordia" y "subversivos" son los conceptos que avalan los obispos, estamos retrocediendo a momentos de oscura defensa de la dictadura militar. Hablar de "cultura del encuentro" y "amistad social", hasta de "diálogo", al mismo tiempo que se invita a panelistas que siguen utilizando la denominación de "subversivos", parece más bien un giro retórico para encubrir la defensa de los torturadores presos. Sin duda, el negacionismo encubierto de la Iglesia se confirma cuando esta iniciativa va en paralelo con el fallo de la Corte Suprema del 2x1 para culpables por crímenes de lesa humanidad ligados a la última dictadura militar.
Desde la misma perspectiva católica, hablar de concordia remite al sacramento de la Penitencia, sacramento de la Reconciliación, necesaria para obtener el perdón de los pecados. No hablamos de haber dejado de ir a misa el domingo, de haber blasfemado o haber practicado algún tipo de magia, de haber buscado “el placer sexual en solitario”. Estamos hablando del pecado de matar al hermano, de infringir daños graves como la tortura, de robar niños a sus madres desvalidas, de arrojar desde aviones personas vivas al mar.
Desde siempre la Iglesia ha enseñado que para una buena confesión es necesario hacer un cuidadoso examen de conciencia para recordar todos y cada uno de los pecados graves cometidos, tener dolor por esos pecados, es decir, realizar un acto de contrición, de arrepentimiento, con el firme propósito de no volverlos a cometer, el propósito de enmienda.
De esa manera, el pecador puede recuperar la gracia, la paz y la serenidad. Se reconciliará con Dios. Se reconciliará también con la sociedad y con las víctimas si puede recordar y decir los pecados que cometió, a quién, cuándo, de qué manera, si puede dar explicaciones a las madres y esposas de los que asesinó, de los que torturó, si puede señalar dónde están sus restos.
Son pecados demasiado graves para que la Iglesia no intente una verdadera reconciliación para los pecadores, que debe incluir un verdadero y sincero examen de conciencia, el dolor por haberlos cometidos, un acto de arrepentimiento. Una reconciliación que intente ayudar a las víctimas a saber la verdad, esa verdad que guardan los pecadores y que hace 40 años que reclamamos.
En este momento vale la pena recordar a Emilio Mignone, un católico, fundador del CELS. Mignone fue un hombre formado por la Iglesia, tuvo un estrecho vínculo con ella a lo largo de su vida. Con el golpe de Estado, militares allanaron su casa y se llevaron a su hija Mónica, quien nunca más apareció. Desde entonces, fue un activo organizador de las denuncias nacionales e internacionales de los crímenes de lesa humanidad que estaban ocurriendo en el país y, por ese motivo, fundó el CELS.
Tiempo más tarde, pasada la dictadura militar, el Vaticano, con el Papa Juan Pablo II, lo invitó a participar de un acto de reconciliación. El se negó.
Las palabras con las que rechazó la invitación cobran hoy más fuerza y lucidez que nunca:
"Las dos clases de víctimas son totalmente diferentes. Las víctimas causadas por la guerrilla (que no pasaron de setecientos en diez años) están identificadas y reposan en sus tumbas y sus presuntos responsables (porque nunca hubo juicios para probar su autoría) fueron detenidos, torturados y asesinados por las fuerzas armadas o muertos en la calle o en sus casas.
En cambio los detenidos desaparecidos, secuestrados por las fuerzas armadas (que hasta ahora niegan su intervención), alcanzan 30.000 y hasta ahora se ignora el paradero de sus restos. Fueron torturados y asesinados estando en distintos lugares clandestinos. Se trató de un verdadero genocidio cometido por la dictadura militar destinado a exterminar a los potenciales disidentes (entre ellos dos obispos, Angelelli y Ponce de León, asesinados en seudoaccidentes automovilísticos, y dieciséis sacerdotes). Se estima que la inmensa mayoría de los detenidos desaparecidos (95%) carecían, como nuestra hija Mónica, de armas y adiestramiento combativo" (1).
(1) Extraído de Del Carril, Mario. La vida de Emilio Mignone. Emecé. 2011. Pág 358-359.
*Andrés Imperioso es licenciado en ciencia política (UBA) e investigador del Centro Cultural de la Cooperación
*María Teresa Piñero es querellante en los juicios de lesa humanidad y doctorando en Derechos Humanos (UNLA)