Makintach, Lago Escondido y el aporte de la Justicia a la apatía popular

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Crónicas del abismo

Makintach, Lago Escondido y el aporte de la Justicia a la apatía popular

03 Junio 2025

El exhibicionismo de la jueza Julieta Makintach aparece como el corolario frívolo de una mitología que construyó varios de los recuerdos más dulces del Pueblo argentino, en épocas en que -como hoy- se necesitaban deleites dominicales a los que aferrarse.

La historia es triste, coincidente con la deriva argentina, y con todas las características de las pinturas de un tiempo y una sociedad. Aquella deidad de los domingos felices fue sepultada sin su corazón, después de morir en soledad y quizás -el juicio procurará dilucidarlo- entregada deliberadamente a una prolongada agonía. Esas palabras e imágenes pueblan la realidad actual, que hace extrañar a las que se imprimían en El Gráfico hace treinta y tantos años.

Mientras en México el padrón elegía a las magistraturas, en la Argentina la jueza Makintach rompía los ajados límites de la capacidad de asombro. Es difícil medir las proporciones entre el arrebato individual por una rebanada de la fama del 10 y lo estructural de una crisis de representación que alcanza al Poder Judicial, aunque sus integrantes no surjan de elecciones y sus cargos sean poco menos que vitalicios.

Lo que quedaba del tribunal tras la salida de Makintach tuvo el mal gusto de utilizar una frase icónica del ídolo popular, acaso ubicándose erróneamente en las fronteras entre lo simpático y lo profano. Además, la paráfrasis proclamada es inexacta: si hay algo manchado en este país es la Justicia, con una larga historia de vulneraciones a su minúscula y convalidaciones de zancadillas a la propia democracia.

Aunque lo de Makintach no es inédito, sí asoma como un emergente notorio y de proyección universal de una tendencia moderna: el total relajamiento de las formas y las sutilezas, que en otras épocas se sostenían como compensación de horrores y agachadas de fondo.

Otras tres notas de colores próximos tuvieron menor rebote mediático entre abril y mayo, bimestre que concluyó con la viralización de adelantos de la serie o las fotos de exhibicionismo de adolescencia tardía de Makintach. A diferencia de ese, los tres correspondieron al fuero federal.

En Bahía Blanca, el juez Ernesto Sebastián presidió desde su auto, vestido con ropa informal, una audiencia virtual del más voluminoso juicio por delitos de lesa humanidad realizado en territorio bonaerense. El encuentro sólo duró diez minutos, porque el abogado defensor que debía presentar su alegato faltó por razones de salud y su colega siguiente en la nómina adujo no estar preparado para exponer, pese a que el orden se conocía de antemano y las propias defensas lo habían acordado. El tribunal lo consintió, sin sorpresas: en su apertura de la audiencia, Sebastián advirtió que sería corta.

En la jurisdicción no son extrañas las licencias como la que se permitió el juez que presidió desde el auto: poco más de una década atrás, compartieron un paseo por las rutas españolas del vino un subrogante de primera instancia y uno de los camaristas que debían atender a las apelaciones sobre sus fallos. Ambos se retrataron ataviados como Los Chalchaleros.

En la Capital Federal, la comisión de disciplina del Consejo de la Magistratura cerró mayo con un dictamen que propone el archivo de la investigación sobre el viaje de los jueces Julián Ercolini, Pablo Yadarola, Pablo Cayssials y Carlos Mahiques a las paradisíacas tierras argentinas en poder del magnate británico Joe Lewis, en compañía de representantes de medios de comunicación y del oficialismo porteño.

Por su parte, la jueza María Eugenia Capuchetti direccionó hacia la Policía Federal la investigación por el intento de magnicidio contra Cristina Fernández, que entonces era vicepresidenta e integraba -por ende- el Gobierno que tenía bajo su órbita a la fuerza.

Una lectura cuidadosa permite advertir que la conducta de Makintach no es la más grave de las mencionadas, aunque tenga repercusión por la figura mundial cuya muerte se investiga y la jueza haya caído en exposiciones tan escandalosas como patéticas. El respeto por las figuras de la argentinidad no es una costumbre actual en el país, como demostró la tardía llegada del Presidente a las exequias del Papa albiceleste. La lógica sospecha es que, si tal es el trato a figuras de ese calibre histórico y ecuménico, qué nos esperará a ciudadanos y ciudadanas comunes y silvestres. 

La debacle no es novedosa, ni corresponde a un único periodo político. El entonces presidente Alberto Fernández contrastaba la situación en la Justicia con el ejemplo de austeridad y sencillez de su padre juez, pero junto a Tamara Pettinato terminó convirtiendo en caricatura la relación entre Juan Domingo Perón y el abuelo de la conductora, que se distinguió por su visión sobre el sistema penitenciario. Ocurrió en el despacho presidencial y, como las fotos de Makintach, fue registrado por el omnipresente teléfono celular de su protagonista.

Todos son episodios que invitan a un viaje con estaciones en el asombro, la vergüenza ajena y la indignación.

En el caso de la Justicia, abren el interrogante acerca de si la apatía expresada en la baja participación electoral no alcanza también al Poder cuya composición no se elige directamente en las urnas.

Sobre todo, teniendo en cuenta que se ha arrogado facultades superiores a la voluntad popular: se elija lo que se elija cada dos o cuatro años, acabará decidiendo el rumbo una pirámide de nombres cuya cima no fue siquiera conformada por procedimientos regulares, pero conserva la potestad de la última palabra.