Coco, maestro y compañero imprescindible
Por Gabriela Otero
Me reconozco parte de una tradición, la del teatro independiente. Nací en la Patagonia, en Carmen de Patagones, en el mismo pueblo en el que nació Coco en 1940. Me crié en Viedma, en donde Humberto “Coco” Martínez actor, director y maestro de teatro, montó la épica Cantata Santa María de Iquique en los años `70 con obreros, estudiantes y actores. Y en 1984 al regreso de su exilio, fundó allí el Grupo Siembra en el cual me formé siendo aún una adolescente.
Pensando en la poética de lo político no puedo dejar de mencionar que gracias a esa Siembra pudo surgir El Brote, el grupo que fundé y dirijo en Bariloche hace 20 años, cuyos actores son pacientes e impacientes de salud mental que vienen de la exclusión y la pobreza y continúan, continuamos, haciendo del dolor un acto de creación.
Gracias a esa siembra y a la voluntad empedernida de aquellos que reconocemos como maestros, es que podemos elegir, asumir su herencia en nuestra praxis, para que la memoria histórica pueda continuar, contra los actos atroces de borramiento de la dictadura, pueda continuar, a pesar de la liberalización que determina no sólo las economías sino también profundamente las conciencias, pueda continuar, a pesar de las frustraciones y retrocesos en nuestras luchas. Continúa.
No hay espacios compartidos para la reflexión crítica y deliberante sobre el sentido de nuestro hacer como artistas en un mundo que nos impone el capitalismo como única opción. Aún desde reivindicaciones y reformas que no alcanzan para aliviar la sensación intolerable de la imposibilidad de un futuro para la humanidad en esta tierra. ¿Cómo se hace para vivir con esperanzas en un sistema que se perpetúa como sistema de muerte?
La vida de Coco es una larga historia de compromisos sociales, de persecuciones, de puestas teatrales populares, audaces y vanguardistas con la mira puesta en la urgente necesidad de transformación cultural, social y personal. Hijo y nieto de obreros ferroviarios anarquistas, libertario él mismo, recorrió los múltiples y duros oficios y las extrañas residencias que la vida le reserva a los que no transan con el poder.
En un reportaje que le hiciera Ezequiel Álvarez para la revista La Maza en octubre de 2011, Coco decía: “Me defino, en mi deseo más profundo, por una sociedad sin dioses ni patrones, una sociedad sin clases, de hermanos y hermanas… Aprendí de los anarquistas a vivir como se piensa, a ser consecuente en el día a día con las ideas que uno sostiene, a anticipar la utopía, es decir, vivir y luchar como comunistas sin esperar que la sociedad cambie para serlo”.
Su recuerdo ilumina con coraje, con fuerza del corazón, para los que continuamos resistiéndonos a quedar reducidos a un posibilismo servil, mudos que hacen señas a los ciegos en la confusión de imágenes de un presente que nos deja a la intemperie de lo real. Lo real de la devastación, de la catástrofe social y ambiental, de la escenografía espectacular montada globalmente para legitimar la desigualdad, el saqueo y el genocidio.
Durante todos estos años Coco fue para El Brote un maestro y compañero incondicional. La obra “No está loco quien pelea” la escribió especialmente para el grupo y constituyó sin saberlo su regalo de despedida, de una potencia poética profundamente lúcida, política y sensible.
Quiero compartirles unos fragmentos de cartas que nos escribiera hace algunos años:
En el Brote se reconoce el deseo en términos de experiencia humana de revelar algo – algo que es visible pero no se quiere ver y reconocer – la voluntad irreductible de construir un hecho social que es reunirse y convertir una idea encarnada en cada miembro, transformarla en imágenes y comunicarla en el teatro.
El teatro como manifestación social. Me refiero a lo social como a lo impostergable ya que la vida no es un pasatiempo, a pesar de que parece ser el objetivo de quienes manipulan nuestra existencia. Los que no ingresamos o pertenecemos a ese pasatiempo o nos negamos a ingresar a ese espectáculo obsceno del privilegio, nos esforzamos por rescatar nuestras necesidades sencillas y profundas, como es vivir, amar y crear otros espacios posibles en libertad; pensando y sintiendo de otra manera opuesta a la que nos imponen. Todo se genera siempre a partir de alguien que vislumbra la posibilidad de lo imposible y contagia a quienes de verdad esperaban o soñaban ese momento: en la tristeza, la soledad, la inseguridad, el aislamiento y la exclusión.
Esa llama, esa vocación libertaria pone al día sentimientos y pasiones y los transforma en un hecho artístico. No para conformar a los temerosos, a las buenas conciencias, ni incluirlos a la antesala de la fiesta o sociedad que los invisibilizó; si no para probar que no hay una sola verdad, que hay muchas mentiras y que esa verdad puede potenciar otras necesidades, otros deseos para transformar el miedo y el hastío en algo que justifique plenamente nuestra existencia, ya que de eso se trata.
Fraternalmente
Coco Martínez, 2008
Querido Coco, maestro, compañero imprescindible, amigo.
Tu estética sustentada profundamente en una ética, el compromiso con los desposeídos, el amor al conocimiento y a la vida, tu incansable capacidad de sublevación frente a la injusticia y la mediocridad, tu generosidad y tu sentido del humor, presente aún en la adversidad, te mantendrán por siempre cerca nuestro, entre aquellos a quienes volvemos a elegir, porque a su paso por la vida nos han devuelto una mejor versión de nosotros mismos.
Gabriela Otero, Bariloche, mayo de 2017
Frente a la sistematización de la muerte en todas sus formas y manifestaciones, el arte nos propone una forma de conciencia más allá de la racionalidad manipuladora. Ser un artista verdadero requiere de voluntad y disciplina para que esas energías no nos desborden y podamos concretar la belleza que es inherente a la libertad, la armonía y el deseo ferviente de decir NO cuando hay que decirlo y escribir el próximo capítulo entre todos.
Humberto Martínez
Pensar lo imposible en el arte, desde el pensamiento, sentimiento, cuerpo, vida hasta lo espacial infinito, es un deber para conocerse a sí mismo, que es conocer lo que no soy y los otros y lo imposible que nos ata a la vida y más, el arte nuevo.
Humberto Martínez
El espejo de los sueños, no el reflejo de la realidad
El teatro es una forma de reflexión y de delirio. Aquel teatro que trata de encarnar lo que viven, sienten y sufren lo que los hacen. El teatro vivo es aquel que se trasmite desde el sitio que uno está transitando, lo que uno está gozando, sufriendo, sintiendo.
La trascendencia en el hombre está determinada por sus sueños y no por obtener ventajas en los pequeños espacios. Es absurdo perder la vida y los sueños en la lucha por los pequeños espacios cuando tenemos un infinito a nuestro alrededor. Lo que está ahí arriba, el cielo no es un cartón pintado…
Humberto Martínez
Textos recopilados por Jorgelina Alioto, compañera de la última década de Coco: