La farsa de los ausentes o la revelación de una presencia
Por Natalia Torrado
Ya desde el título esta obra nos inquieta. Como si se tratara de una contraseña “La farsa de los ausentes” nos instala en una dimensión de sospecha: es una farsa, y una farsa en sentido coloquial es un engaño, una apariencia, una simulación; pero resulta que esta farsa es la de los ausentes, entonces, los ausentes ¿son tales? ¿o se trata más bien de una simulación de su ausencia? Y si la ausencia resulta una farsa, un engaño, ¿es posible pensar, negación de la negación mediante, que esta obra nos habla de una, otra, o de “la” presencia?
En todo caso, la farsa y la ausencia se abisman mutuamente: la farsa es en su origen el entreacto cómico burlesco que se intercala a los distintos momentos del drama, aquello que ocupa el lugar “entre” actos, un lugar de ausencia por excelencia, que la farsa a la vez recubre y señala. Como índice de ausencia la farsa remarca entonces su propia presencia y se vuelve el signo de un vacío, de una interrupción. En tanto ausencia de la ausencia, una vez más, la farsa da como resultado la presencia absoluta, es decir, una presencia de otro orden, de un orden “otro” respecto de las cosas del mundo, de nuestro mundo tal como lo conocemos.
A lo largo de todo el trabajo de Pompeyo Audivert este “otro orden” se manifiesta como el mismísimo objeto del teatro, aquello que el acontecimiento teatral habilita, invoca, conjura: un compromiso con la revelación del fundamento, el sustrato, la condición velada de nuestra existencia. Y en esta nueva apuesta, a partir de la obra póstuma de Arlt, el director y autor ofrece, una vez más, hacernos parte de los avances de su continua investigación y experimentación sobre el carácter metafísico del teatro.
Es posible que a través de una puesta en escena cuyo tratamiento del espacio y los cuerpos articula estéticamente las relaciones de poder, cuyo trabajo sobre el tiempo permite sentir el pulso del pasado en el presente, cuyo planteo de la identidad invita a la vivencia de lo alterno, cuya mirada sobre la Historia precipita reescrituras, subversiones de cara al porvenir, y cuya concepción poética del lenguaje emancipa las posibilidades del sentido; algo de un orden diverso se haga presente.
Es posible que a través de una puesta en acto, de una experiencia de lo otro en lo más propio, en suma, de una experiencia Teatral como súbita conciencia de nuestra pertenencia al orden lo sagrado; la vida como potencia revolucionaria, como fuerza libertaria, la vida, en tanto trascendencia, se vuelva plena presencia revelada.
En un tiempo en el que la lógica mortuoria del capital nos aliena del drama (la acción) de nuestras propias vidas, a la ausencia de lo vital en la vida, Audivert responde con el Teatro como llamado a la presencia. Si nosotros, en tanto otros, somos lo que falta, “La farsa de los ausentes” se vuelve una cita a la que hay que presentarse.