Reino Unido: la apuesta de Corbyn por una renovación programática
Por Diego Arias
De un tiempo a esta parte, los electorados de diferentes países del mundo democrático se han empeñado en demostrar, con el sello inapelable que caracteriza a sus expresiones, que cuando el contexto en que se produce una elección es de creciente ilegitimidad de las formas y rutinas políticas establecidas, de incertidumbre económica generalizada y malestar social extendido, la anomalía se vuelve regla y aquello que parecía imposible puede terminar ocurriendo. Así fue en instancias electivas tan diversas como el referéndum por el fin del conflicto armado en Colombia, las últimas presidenciales norteamericanas o la votación por el Brexit en el Reino Unido, todos casos en los que el resultado final del escrutinio se encargó de echar por tierra las predicciones de analistas políticos, periodistas especializados y encuestadores profesionales.
Los comicios que tuvieron lugar en el Reino Unido constituyen el más reciente capítulo de esta larga secuencia de convulsiones políticas cristalizadas en la arena electoral. Tal como sucedió hace un año, cuando decidieron la separación de su país de la Unión Europea, los ciudadanos británicos volvieron a pronunciarse en las urnas a contramano de las encuestas, los sondeos de opinión y las proyecciones de los “expertos”, que esta vez habían pronosticado un triunfo aplastante del Partido Conservador encabezado por la actual primera ministra Theresa May frente al laborismo volcado a la izquierda a partir del liderazgo del veterano dirigente Jeremy Corbyn.
Los resultados sorprendieron, otra vez, a casi todos los que daban por descontado un holgado triunfo del oficialismo. Aún más, si al comienzo de la campaña los principales medios de comunicación y encuestadoras daban ganadora a May por más de 20 puntos, ahora todos coinciden que la victoria pírrica del conservadorismo no es otra cosa que la traducción aritmética de un contundente fracaso político de la todavía primera ministra. La nueva composición parlamentaria no hace sino reforzar esta lectura: mientras que los tories perdieron 12 escaños en la Cámara de los Comunes, quedando bien lejos de la mayoría absoluta soñada por May al inicio del proceso, el Partido Laborista sumó nada menos que 32 bancas gracias al cómo triunfo que obtuvo en algunas de las circunscripciones electorales más importantes del país, alcanzando los 261 diputados propios.
Con estos resultados puestos sobre la mesa, la carrera de la primera ministra, quien había convocado a elecciones anticipadas como una estrategia política para reforzar su posición personal y obtener legitimidad social de cara a las negociaciones con Bruselas, queda presa de una situación delicada, asediada como está May por una dirigencia que exige su renuncia de forma prácticamente unánime. Incluso muchos de los que hasta ayer nada más formaban parte de su base de apoyo, hoy descubren azorados que la campaña electoral estuvo plagada de errores y le asignan a la sucesora de Cameron el primer puesto entre los responsables políticos del fracaso.
En lo que respecta al laborismo, el dato obvio a destacar de la elección es que, a pesar de la feroz campaña mediática en su contra, del miedo a sus propuestas infundido por la derecha y de la dura oposición interna motorizada por la facción (neo)liberal de su propio espacio, Corbyn protagonizó una remontada espectacular, la mayor desde la segunda posguerra, logrando la mejor marca electoral del partido en los últimos años. En otras palabras, ni la demonización permanente de su figura política ni las operaciones de deslegitimación de su liderazgo partidario, que comenzaron desde el minuto cero de su nominación, pudieron frenar el ascenso en la popularidad de este viejo militante izquierdista de talante sereno e ideas claras, ex dirigente sindical comprometido con los movimientos antirracista y antibelicista europeos, que se ha pronunciado públicamente más de una vez a favor de un diálogo sincero con la Argentina por la “cuestión Malvinas”, en línea con las resoluciones de la ONU que van en esta dirección.
Por medio de un sólido discurso anti-austeridad y de un programa reformista radical consecuente con esa tónica discursiva, Corbyn logró articular una propuesta de corte progresista atractiva para amplias capas del electorado, se granjeó el apoyo de vastos sectores de clase trabajadora -ocupados y desocupados- pertenecientes a los núcleos fabriles tradicionales del país, y sobre todo, galvanizó a miles de jóvenes que protagonizaron una repolitización intensa y se constituyeron en el motor principal de su campaña.
Ni siquiera el temor social generado por los atentados ocurridos en ciudades emblemáticas como Manchester y la capital Londres en las vísperas de la elección, a los que May respondió con una demagogia punitiva de manual para estos casos -endureciendo el discurso, anunciado medidas grandilocuentes “de urgencia” y señalando los presuntos déficits del programa laborista en materia de seguridad ciudadana y combate al terrorismo- lograron erosionar la imagen pública de Corbyn o socavar la confianza popular en su propuesta política.
Las consecuencias de la elección
Así las cosas, aunque el devenir de la política británica es incierto, los resultados de la elección han generado ya una profunda alteración en la correlación de fuerzas a nivel nacional y, por lo tanto, un cambio no menos importante en la ecuación política que se suponía era la indicada para resolver la problemática fórmula del Brexit.
Theresa May "perdió escaños conservadores, perdió votos, perdió respaldo y perdió confianza. Yo diría que es suficiente para marcharse", sostuvo el nuevo líder laborista en el primer discurso que dio luego de la votación, el mismo en el que dejó planteada la posibilidad de gobernar en minoría con el afán de servir al país. Por ahora May no parece dispuesta a dejar el 10 de Downing Street sino que, rápida de reflejos, empezó a negociar de inmediato y se reunió con la reina en Buckingham para comunicarle su intención de formar gobierno. No obstante esto, las cosas después de la elección no permanecerán igual para nadie en el escenario político británico.
Del lado de los conservadores, la situación no ha cesado de mutar en el último año. Basta recordar que, luego de que el fallido experimento de Cameron decantara en el inesperado triunfo del Sí en la votación por el Brexit, el entonces primer ministro presentó su renuncia y el eje de poder al interior del partido se desplazó hacia la facción más tradicionalista del mismo, representada por la figura de May, que planteó desde un primer momento la necesidad de negociar en los más duros términos las condiciones de salida británica de la Eurozona -lo que se dio en llamar Hard Brexit-. Claro que, después de los resultados de la semana pasada, el proyecto de un Hard Brexit encabezado por May quedó muy debilitado y, sin la mayoría propia que buscaba, la primera ministra se encontró de pronto con la urgencia de tener que pactar con otra fuerza para formar un gabinete y, de este modo, poder seguir en el cargo de acuerdo a las reglas de juego del parlamentarismo británico. El incómodo socio auxiliar que encontró para concretar esta empresa fue el Partido Unionista Democrático (DUP), la formación más grande de Irlanda del Norte y una de las más retrógradas de todo el Reino Unido.
En el campo discursivo del laborismo, por su parte, se ha reinstalado con fuerza en las últimas horas la vocación de gobierno después de siete años consecutivos de primeros ministros conservadores. La apuesta de Corbyn por una renovación programática, superadora por izquierda de la Tercera Vía teorizada por Anthony Giddens y puesta en práctica por el tándem Tony Blair-Gordon Brown con el nombre de New Labour, parece contar con mayor apoyo social que el continuismo liberal que defienden los personeros del ala pragmática del partido. Hasta las ideas y propuestas más avanzadas de Corbyn en materia de regulación económica e inversión social, que hasta la semana pasada parecían condenadas al mismo fracaso y ulterior ostracismo que padecieron los laboristas de izquierda anteriores a la hegemonía del blairismo, fueron acompañadas por los militantes más jóvenes, refrendadas por los electores y ahora están en condiciones de ofrecer sustento a un proyecto serio de gobierno.
Por último, no puede dejar de destacarse que el buen resultado de Corbyn constituye una excelente noticia para todas aquellas fuerzas políticas del centro noroccidental, como Podemos en España, la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon o el movimiento social que acompañó la candidatura de Bernie Sanders en Estados Unidos, que en un contexto de crisis inocultable de la hegemonía neoliberal, aspiran a construir alternativas progresistas frente a la claudicación de la socialdemocracia tradicional y las rupturas por derecha que proponen las formaciones xenófobas.