Una guerra sicológica contra la sociedad civil
Por Nicolás Tereschuk
Desde que la desaparición de Santiago Maldonado tomó estado público se puso en marcha a través de una serie de técnicas y de tecnologías una guerra sicológica contra la sociedad civil cuyos operadores principales fueron el Gobierno nacional y los medios de comunicación afines al oficialismo.
No se trata en esta breve nota de entender qué ocurrió con Santiago Maldonado porque - como parte fundamental de esa “guerra” - aún no lo sabemos. La idea es delinear algunas hipótesis a partir de las reacciones que fue protagonizando la gestión del presidente Mauricio Macri.
Aquí van:
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Un primer elemento básico ¿Qué es el delito de “desaparición forzada”, que investiga la Justicia? La Convención Internacional para la protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas de diciembre de 2006 afirma: “se entenderá por ‘desaparición forzada’ el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”. Nuevamente: la “negativa a reconocer” el hecho o el “ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida” es parte constitutiva del delito. No se trata de un “encubrimiento” sino parte del delito que está en la carátula de la causa.
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A cualquiera que realiza un curso sobre políticas públicas le enseñan que una política pública surge a partir de una “cuestión socialmente problematizada”. Es decir, el Estado no se ocupa de todas las cosas ni de cualquier cosa, sino sólo de un conjunto de cosas, de cuestiones, que aparecen “socialmente problematizadas”. ¿Por qué algunas cosas, algunos problemas, son “socialmente problematizadas” y otras no? ¿Por qué algunas no lo son ahora pero los serán en el futuro? Por múltiples razones, pero seguramente por algunas que implican la vigencia de ciertas relaciones de poder en la sociedad. Algunos pueden (podemos) lograr que ciertas cuestiones se problematicen y que sean tomadas por el Estado para buscar algún tipo de resolución destinando recursos para ello. A partir de esto es interesante preguntarse ¿cómo fue que el Estado argentino durante la gestión de Macri puso en primer orden de sus preocupaciones la situación de los mapuches en el Sur del país? ¿Por qué esto no aparecía como una cuestión central y ahora, al parecer, sí? Mi hipótesis es que aquí comienzan a intervenir algunos rasgos de la mirada “angosta” vinculada al origen social del Presidente y de su Gabinete. En otra época se hubiera dicho “de clase”. El “conflicto mapuche” en el Sur, como un elemento de primer orden en el que debería intervenir el Estado nacional, es un “problema” que preocupa a grandes estancieros y a grandes empresas multinacionales que están en el centro de aquello que orienta las políticas de la gestión de Macri. Es que para el gobierno la economía irá “bien” si esos sectores van “bien”. Esta es una mirada específica de la política y la sociedad; de la economía, muy propia del actual oficialismo.
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Guillermo O’Donnell escribió en su libro “Modernización y autoritarismo”, de 1972, una serie de reflexiones sobre los “roles tecnocráticos”. Es a partir de algunas de estas ideas que puede entenderse que la “modernización” (bandera y motor del proyecto político del macrismo) no es cualquier cosa y que en particular en la Argentina ésta viene de la mano de ciertas miradas sobre la sociedad y el Estado, sobre la democracia (o la falta de ella), sobre qué sectores están “incluidos” y cuáles “excluidos” políticamente. Afirmaba O’Donnell: “El concepto de modernización que he venido utilizando implica la posibilidad de incluir el análisis de los roles (en especial de los que he denominado ‘roles tecnocráticos’) como un importante componente de las situaciones de modernización”. Agregamos otro fragmento citado pero podrían tomarse muchos de ellos. Escuchemos detenidamente:
“La vinculaciones promueven el mutuo reconocimiento. Cualquiera que sea el sector social dentro del cual operan, quienes desempeñan roles tecnocráticos comparten importantes características. Sus modelos de roles y con ellos sus expectativas acerca del estado ‘adecuado’ del contexto social, provienen de las mismas sociedades. Su entrenamiento señala una modalidad ‘técnica’ de solución de problemas. Los aspectos afectivos o emocionales de los problemas carecen de sentido, las ambigüedades de la negociación y del quehacer político son obstáculos para las decisiones “racionales”, el conflicto es por definición ‘disfuncional’. Sus ‘mapas’ de la realidad social, las premisas que sesgan la percepción y evaluación de la realidad social, son similares. Lo que es ‘eficiente’ es bueno, y resultados eficientes son aquellos que pueden ser fácilmente cuantificados y medidos. El resto es ‘ruido’ que un tomador ‘racional’ de decisiones debe tratar de eliminar de su cuadro de atención. El tejido de la realidad social es radicalmente (en algunos casos uno tal vez debería decir ‘brutalmente’) simplificado. Es posible que esa simplificación no sea negada en sí misma, pero es vista como un requisito indispensable para poder manipular la realidad social en la dirección de lo ‘eficiente’. La resistencia de muchos problemas, y de muchos sectores que se hallan detrás de esos problemas, a ser agotados o subsumidos completamente en consideraciones de eficiencia, tiende a ser vista como indicación de cuánto ‘progreso’ queda aún por obtener”.
¿Qué me gustaría remarcar con esto? La mirada “estrecha”, “de clase”, del Gobierno de Mauricio Macri sobre ciertas problemáticas sumada al motor de la “modernización” -que no es cualquier motor en la historia argentina- pueden producir situaciones como las que estamos viviendo. Situaciones en las que aquello que se va por fuera de sus parámetros prefijados, que se convierte en parte del “ruido” que nos marca O’Donnell genera una enorme desconfianza, incomprensión y hasta paranoia en sectores del Gobierno. No los entendemos, ¿qué quieren?, no tiene sentido lo que hacen ni lo que reclaman. Nos quieren atacar. Son “mafias”. Son “kirchneristas.
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La falta de “mediaciones políticas” entre la gestión de Mauricio Macri y ciertas porciones de la realidad que les son esquivas -no son zonzos, entienden bien, muy bien; de hecho les va muy bien políticamente- hace que su vínculo con ciertas situaciones -y con buena parte de la sociedad- estén mediadas por determinadas técnicas y tecnologías. Aquí entran las investigaciones de opinión pública (focus groups, encuestas y otras), los medios de comunicación que “gestionan” con algún grado de autonomía pero asociados al Ejecutivo buena parte de la comunicación gubernamental y la parafernalia que utiliza el Gobierno en torno a las redes sociales.
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Fue a través de estos últimos dispositivos que en el marco del caso de Santiago Maldonado se puso en marcha una verdadera “guerra sicológica” que hiere el tejido de toda la sociedad civil. La cadena de desinformación, de mensajes violentos y maliciosos, de afirmaciones e imágenes que hostigan sobre todo a la familia de la víctima pero también a cualquiera que se acerque a mirar forman parte de este ataque.
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Son víctimas de esta guerra a quienes les importa mucho saber qué pasó con Santiago Maldonado y a quienes no tanto. Quienes son opositores al gobierno de Mauricio Macri pero también quienes se identifican con una “independencia” o son muy afines al Gobierno. El trabajo difícil, tortuoso, de moverse en esa maraña tratando de desentrañar alguna verdad, moviéndose en medio del miedo y el aturdimiento que, por ejemplo, generaron los hechos de violencia provocados en marchas para pedir respuestas por Maldonado -también parte de las técnicas y tecnolgías utilizadas- han formado parte de esta guerra. La repetición de estas informaciones y versiones por sectores (por ciudadanos) afines al Gobierno también perjudica a quienes se comportan de esa manera. Son acciones que hieren a toda la sociedad civil, a todo su tejido. El mismo tejido que hace algunas décadas fue herido por el terrorismo de Estado dejando marcas que aún se dejan ver.