Fantasías de poder, Ernesto Bayma y la literatura pulp en Argentina
Por Augusto Munaro
Ernesto Bayma (1920-2003) es, junto con Alfredo J. Grassi (1925), uno de los héroes de la literatura pulp argentina. Prolífico, inclasificable, muchas de sus novelitas de kiosko han sido publicadas bajo seudónimo anglófilo: Edward Koster, Menard Kostklawell, etc. Libritos de pequeño tamaño, baratos, pero que daban batalla en el mercado. Mariano Buscaglia ha tomado la admirable iniciativa de reunir tres de sus más representativas obras y publicarlas en una edición exquisita: La máscara del horror, Frente a la muerte y la “vudú” Metralla para los monstruos, cuarta entrega de la colección “Los exhumados”. Títulos, todos ellos, aparecidos hacia mediados de los años 60, durante los gobiernos de facto de José María Guido y Juan Carlos Onganía, y que permanecieron desde entonces en las más absolutas de las oscuridades. Una muestra que permite apreciar a uno de los autores más menospreciados de un subgénero que llamamos fanta-bélico. El grueso libro, prolijamente documentado a través de un estudio crítico firmado por Christian Vallini Lawson, contiene además el relato de ciencia ficción “El prisionero”, aparecido en 1968 en la mítica antología Ciencia ficción, nuevos cuentos argentinos.
Bayma, quien había sido periodista, guionista de radioteatro y docente del instituto INC (hoy INCAA), además, en carácter de editor, fundó, junto a su amigo Grassi, el sello M.E.S.A., donde se turnaron para escribir novelas que abarcaron géneros populares como el policial, la ciencia ficción, el bélico y el western. Menos prolífico que la fantástica tríada de españoles disfrazados de yanquis conformada por: Juan Gallardo (Curtis Garland), Frank Caudett (Francisco Caudet Yarza) o Silver Kane (Francisco González Ledesma), su imaginación gana en originalidad y alucinación. Tiene un estilo propio, ya que enfatiza el realismo, la humanidad, las “emociones fuertes” protagonizadas por hombres, no por muñecos. Si bien sus argumentos parecieran ser replicados del cine B, del pulp, las dime novel; las atmósferas, en cambio (apenas bosquejos, en algunos capítulos), perduran, también, por la curiosa velocidad con que sus espiraladas historias se desarrollan. Pocos personajes, casi siempre algo paranoicos, algo patéticos, que buscan hambrientos la luz de cierta verdad. Así ocurre con el protagonista de La máscara del horror, Lewis Haynes, un soldado que escribe sus vivencias horrorosas antes de suicidarse, o el valeroso soldado Mark Stevenson, quien al quedar ciego luego de un ataque nazi es prisionero de unos zombis en la Francia de la resistencia. Los géneros se entrecruzan y producen situaciones delirantes de alto vuelo inventivo. Conspiración, múltiples niveles de realidad, asesinatos masivos a través de la especulación de una bomba bactereológica, monstruosos delirios... El fantasma de la Segunda Guerra como contexto, que en realidad opera como pretexto para ir articulando toda una serie, asimismo, de dimensiones políticas, o poéticas al género.
Desde el punto de vista estilístico, demasiado directo y elemental, Bayma jamás se podría destacar como un consumado prosista (tampoco lo hubiese querido). En las antípodas de la Academia y del establishment, es decir: de lo pomposo, sus páginas casi siempre dan la impresión de ser el resultado de una escritura automática, sin mucha revisión. No podemos encontrar altura en sus frases por momentos imprecisamente escritas, ripiosas, pero sí, en cambio, apreciar su indiscutido afán por contar historias originales. Un entusiasmo que aún hoy funciona, y muy bien. Como Héctor G. Oesterheld, otro maestro que transformaba cualquier episodio en un acontecimiento “aventurable”, en Bayma la idea-fuerza es siempre la invención. Novelitas simples, directas y lineales, pero cruzadas por la ciencia, el poder y la fantasía desbordante. Que avanzan, a paso pulpesco, capítulo por capítulo, sin jamás caer en la previsibilidad.
Ernesto Bayma. La máscara del horror, y otras pesadillas fanta-bélicas. Ediciones Ignotas (270 págs.)