"Me considero ex hija de genocida porque renuncié a esa historia"
Por Estefanía Cendón
AGENCIA PACO URONDO: ¿Quién fue su padre?
Lydia Lukaszewicz: Mi padre biológico fue un genocida. Murió en 2011 después de realizada una denuncia penal sobre abuso infantil hacia mis hijos y hacia mí. Él fue suboficial del ejército y trabajó en Monte Chingolo, participó en el pozo de Banfield, estuvo en Tucumán, en Córdoba. Tengo relatos tremendos de quién era mi padre, porque fue un asesino. Lamentablemente no lo juzgaron.
APU: ¿Cuándo toma conocimiento de esa situación?
L.L: Había un pacto de silencio difícil de romper, pero de chica siempre supe que los desaparecidos estaban muertos porque era de lo que se hablaba en mi casa. Después del terror y del miedo que viví en mi infancia, porque él era un hombre muy violento; con el retorno de la democracia tuve una profesora de Historia que nos explicó lo que fue la dictadura. Para mi había sido una guerra. Fue en ese momento en el que tuve oportunidad de desandar el pasado y empecé a comprender.
APU: ¿Cómo está conformada su familia actual y cómo se enteró del abuso de su padre hacia sus hijos?
L.L: Tengo cuatro hijos: Sol de 27 años, José 22, Milagros 21 y Manuel tiene 18 años. Si bien los varones no hablaron, mis hijos y mis sobrinos fueron testigos del abuso por parte de su abuelo. Mi sobrina, hija de mi hermana, también fue abusada. Mi hija tenía 14 años y mi sobrina 15, ellas fueron las que hablaron. Hicieron la denuncia y yo también. Mi hija mayor también fue abusada, aunque nunca habló.
APU: ¿Su madre era consciente de lo que usted vivía cuando era pequeña?
L.L: Sí, era consciente. Ella escondió que él había violado y matado a una mujer. Eso lo sabía mi hermana y me enteré el año pasado. En mi familia somos tres hermanas y un hermano. Mi hermana mayor es la que me acompaña. Nosotras reconocemos la verdad y les creemos a nuestros hijos. Mis otros dos hermanos no. Lo negaron y lo siguen negando, para ellos es como si yo hubiese matado a mi papá. Después de los seis meses de iniciado el juicio penal por abuso sexual infantil mi papá murió tranquilo en su cama. Mi mamá, que sabe todo, no tiene ningún remordimiento. Quien es perverso no tiene culpa.
APU: ¿Cómo es su presente?
L.L: Voy a cumplir 51 años. Hoy soy parte de una organización que se llama "En Red, en contra del abuso sexual infantil". Hago teatro, formo parte de una escuela de teatro. Si bien no pertenezco a ningún espacio político milito desde donde puedo en cuanto a la problemática del abuso sexual infantil, que es una forma más de violencia. Siento que se vuelve a repetir esto del silencio, del “no te metas”. Lo viví dentro de la Escuela Municipal de Teatro con la desaparición de Santiago Maldonado. Creo que debemos apuntar ahí ya que todo tiene un límite: si en democracia tenemos un desaparecido es como volver a empezar.
Como hija de militar también me tocó vivir el terror y los silencios, lo que no podía decir porque me daba vergüenza. Siempre hay que hacer escuchar nuestra voz. También me integraron en un grupo que se llama Historias Desobedientes, son hijos de genocidas que se empezaron a encontrar después del 2x1. Armaron una página y así nos empezamos a conectar, tenemos mucho en común. Esto no significa que uno esté reconciliado con ese pasado, en lo personal no siento eso.
APU: ¿Sostiene el vínculo con su madre después de la muerte de su padre?
L.L: No, porque ella también tiene una ideología que no comparto. Sólo tengo a mis hijos y a mi compañero. De mi familia sólo sostengo la relación con mi hermana.
APU: ¿En qué estado quedó la causa contra su padre por abuso sexual infantil?
L.L: Realizamos una denuncia penal de la que quedó absuelto. Murió sin haber pagado por ningún crímen que cometió. Fue un monstruo. Hoy me considero ex hija porque renuncio a esa historia. Deseo que el “Nunca Más” se haga realidad. Yo no tengo nada concreto que denunciar, puedo decir que escuché tal o cual cosa y eso está en los libros de Historia. Mi primer dolor de cabeza fue el 25 de diciembre de 1975 con la toma del Viejo Bueno. La toma fue el 23, duró tres días, y en la noche del 25 vinieron a buscar a mi papá unos soldaditos. Había tres militares más en mi casa, se pusieron el uniforme y se fueron en un jeep. Cuando termina la balacera dentro del Comando de Arsenales, mi papá contó que le fue a preguntar al coronel a cargo qué hacían con los prisioneros, a lo que le contestaron: “No hay prisioneros”. Los pusieron en ronda y los mataron a todos. Dejaron viva sólo a una chica que, según dichos, la hicieron mierda.
APU: ¿Eso lo contó su padre delante de la familia?
L.L: Ese relato fue con mis hijos grandes. Cuando lo escuché tuve que salir porque me descompuse, lo contó con tanto cinismo. El miedo siempre existió, él vivía armado. Yo tengo fibromialgia, eso te produce mucho dolor en el cuerpo. Pero tengo que estar fuerte porque debo sanar a mis hijos que han sufrido situaciones de abuso.
APU: ¿Le sirvió el teatro como espacio de cura?
L.L: Sí, me sirvió. Sobre todo la militancia en cuanto a la concientización social, salir a decir “esto no me pasa nunca más”. Nadie te tiene que callar. El año pasado en la Escuela de Teatro, el 21 de septiembre, hablamos de Santiago Maldonado con los adolescentes. Les preguntamos si sabían por qué el 21 de septiembre es el Día del estudiante y nos contestaron que en conmemoración de La noche de los lápices. Hablamos de los desaparecidos también. Luego de esto, desde la Secretaría de Cultura me cuestionaron haber abordado ese tema. Es muy difícil hacer teatro sin tocar temas de actualidad. Los chicos vienen con información, el teatro es para expresarse.