Los "curros" de los derechos humanos: lectura macrista en clave mercantil
Por Mauro Benente
Si nos sumergimos en el estudio de la relación entre la dictadura cívico-militar y el neoliberalismo podemos encontrar, sin ser excluyentes, dos grandes líneas de trabajo. Por un lado, se ha enfatizado que la puesta en práctica de un modelo neoliberal sólo era posible si el Estado se manchaba de sangre y avanzaba en un plan sistemático de secuestro, tortura y desaparición: las organizaciones políticas y sindicales no hubieran permitido el avance de la oleada neoliberal y por ello se desplegó una inédita política represiva. Para este enfoque, la brutal represión fue un medio para desplegar el modelo neoliberal.
Desde otro punto de vista, el neoliberalismo no se presenta como un fin en sí mismo, sino como un medio: en la década de 1970 las clases dominantes observaban con temor el nivel de organización de las clases populares, y para desorganizarlas no solamente desplegaron la violencia estatal sin precedentes sino también un profundo y calamitoso programa neoliberal. La apertura de la economía, la destrucción de la industria y la construcción de un modelo económico de servicios destruyó las bases de construcción de sindicatos sólidos y fuertes. El neoliberalismo, con otros medios pero en sintonía con la violencia estatal, funcionó como un dispositivo para destruir a las organizaciones populares.
El escenario actual nos exige decodificar ya no el vínculo entre dictadura y neoliberalismo, sino el uso que se hace de la historia sobre la dictadura en un contexto de nuevo despliegue las políticas neoliberales. El neoliberalismo se asocia a la desregulación del mercado y al achicamiento del Estado, programas que en América Latina se tradujeron en el incremento de la desigualdad, el desempleo y la pobreza. Sin embargo, al menos como lo conceptualiza Hayek, el neoliberalismo no supone una ausencia de intervención del Estado en el mercado sino un tipo intervención en vistas de garantizar la competencia: ella no se desarrolla naturalmente sino que hay que crearla a través de mecanismos estatales. ¿La competencia de quiénes? La competencia de los emprendedores, de los empresarios de sí mismos.
El neoliberalismo no es solamente un modelo económico sino también una matriz de gobierno y de autogobierno individual que induce a que nos asumamos como empresarios de nosotros mismos: todos somos empresarios, todos tenemos un capital humano mínimo –todos tenemos fuerza de trabajo- y por ello, como afirman indistintamente Hayek y el Presidente Mauricio Macri, todos podemos emprender y competir en el mercado. Pero además, el neoliberalismo lee en clave mercantil todos y cada uno de los aspectos de la vida social. Es así que Gary Becker proponía concebir a la educación formal, la alimentación y el tiempo que padres y madres pasan con sus hijos e hijas como inversiones para incrementar el capital humano. Si tenemos en cuenta al neoliberalismo en todas sus facetas, en particular en este dimensión más narrativa y cultural, creo que podemos leer bajo otra luz las declaraciones de los funcionarios tanto sobre la dictadura cívico-militar cuanto sobre las organizaciones de derechos humanos. Pero además, podemos observar cómo esa relato del pasado se emplea para legitimar el modelo neoliberal que se pretende reinstaurar.
En una entrevista que se publicó en el Diario La Nación el 8 de diciembre de 2014, Mauricio Macri se refirió a los derechos humanos no como una “farsa”, un “engaño”, una “trampa”, una “verdad a medias”, una “historia incompleta”, que son los calificativos propios de los discursos conservadores y reaccionarios. Apeló a una lectura mercantil y mencionó la existencia de un “curro,” de un negocio, de un negociado. Por su parte, en enero de 2016, el entonces Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires Darío Lopérfido sostuvo: “en la Argentina no hubo 30.000 desaparecidos. Fue una mentira que se construyó en una mesa para obtener subsidios."
Por entonces, las críticas se focalizaron en la negación del número de detenidos-desaparecidos, pero es posible leer sus declaraciones con otras complejidades. Lopérfido no puso en discusión solamente el número, sino que habló de una mesa para cobrar subsidios, de una mesa de dinero, de una mesa de negocios. Lopérfido hizo de las mesas de discusión política de las organizaciones de derechos humanos una mesa de empresarios, de emprendedores, que se organizaron para “currar.”
Narrar el pasado en términos mercantiles no es solamente una apuesta revi-negacionista de las atrocidades cometidas en la última dictadura cívico-militar. Transformar a las organizaciones de derechos humanos en organizaciones empresarias que forman mesas de dinero, y teñir sus acciones políticas como “curros” legitima una política gubernamental que necesita que todos nos asumamos como empresarios de nosotros mismos. La gramática del neoliberalismo enunciada por el gobierno se esfuerza por mostrar que las organizaciones políticas y sociales no se encuentran comprometidas con los valores de la igualdad y la justicia, sino que en definitiva no son otra cosa que organizaciones para hacer negocios particulares e individuales.
De modo recurrente se escucha que el “modelo neoliberal no cierra sin represión.” Sin dudas la memoria de la dictadura cívico militar nos ayuda a comprender este vínculo. La represión dispersa toda organización colectiva que pone en crisis a las oligarquías de turno, pero el neoliberalismo cumple un rol en la dispersión. Leer la historia y el presente en clave mercantil, tal como propone el neoliberalismo, también nos dispersa porque en lugar de asumirnos como compañeros y compañeras, propone que nos concibamos como emprendedores y emprendedoras. Los medios de los que se valen las políticas neoliberales sin dudas son más sutiles y menos contundentes de las políticas represivas, por eso son más difíciles de decodificar. Por eso, más que nunca, hay que estar más atentos y atentas, y más unidos y unidas, para seguir construyendo una memoria colectiva, y para que el presente y el futuro sea colectivo.