Las avenidas del camino de Santiago
Por Adrian Dubinsky
Foto: Lucía Barrera Oro
A un año de la desaparición forzada y posterior muerte de Santiago Maldonado, un joven, por lo menos y para comenzar a caracterizar, solidario, apasionado y comprometido políticamente, se estrena El camino de Santiago, documental que pone blanco sobre negro en los puntos oscuros del caso -lamentablemente más de uno y desde el principio del mismo- y hace un recorrido interesante sobre la génesis del problema de la tierra en territorio mapuche argentino.
Cabe aclarar, antes de desarrollar la nota y contarles un poco sobre la estructura del documental, que una filtración de información hizo que el matutino argentino de mayor tirada publicase una nota sin demasiada información, pero dando a entender que el “Topo” Devoto, quien produce el film junto a Osvaldo Papaleo, aún continuaba su sociedad productora con el Chino Navarro, con quién sí produjo la película sobre Néstor Kirchner dirigida por Caetano. Desde la producción afirman que nada tiene que ver el dirigente del Movimiento Evita con esta producción.
Por otro lado, el diario se comunicó con la familia Maldonado para ver si el documental contaba con el aval de la familia, inquisición que quedó sin respuesta, pero que desde el inicio del documental queda claro si esto es así o no. No es mi intención “dar la cana”-detesto el anglicismo “spoilear”- sobre los contenidos de la obra, y por lo tanto me abstendré de develar contenidos que deberán conocerse mediante la asistencia a la proyección de la misma.
La película cuenta con la sólida dirección de Tristán Bauer y un guion milimétrico escrito por Omar Quiroga y Florencia Kirchner. La música fue compuesta especialmente por León Gieco y la voz en off es de Darío Grandinetti. Otro de los aciertos del filme es el exhaustivo trabajo de montaje a cargo de Diego Briata y una investigación periodística exhaustiva realizada por Juan Alonso.
En la obra, muy arbitrariamente y como mero espectador, detecto una estructura separada en cuatro partes: Introducción y contextualización socio-histórica; aparición de Santiago en escena y contacto con pueblo mapuche; represión de la gendarmería y postura política del gobierno a través de la secretaría de seguridad, que redundó en la desaparición, primero, y en la muerte posterior de Santiago; y por último, la movilización popular posterior a la desaparición de Santiago, la manipulación y el encubrimiento del Ministerio de Seguridad y las preguntas que quedan abiertas no solo por el destino de Maldonado, sino por el cariz que ha tomado la nueva doctrina de seguridad nacional.
La investigación de Juan Alonso, también explicita una tesis política que aúna en el diagnóstico sobre el motivo de una disputa central de la historia de nuestra patria, a sectores no del todo antagónicos, pero sí con proyectos identitarios diametralmente opuestos como pueden serlo el pueblo mapuche y los sectores nacionales-populares con una fuerte idea de un Estado nacional cohesionado y federal, democrático y republicano, con múltiples identidades a su interior. El diagnóstico tiene que ver con la tenencia de la tierra.
En ese sentido, el guion es elocuente. En un breve recorrido sobre la campaña del desierto, se desanda el ADN de varios miembros representantes de la oligarquía en el poder (Marcos Peña Braun; Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, Esteban Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear, por citar solo ejemplos). Sus extensos apellidos compuestos, pareciera tener un correlato directo -y lo tiene- con los millones de hectáreas mal habidas que sus ancestros obtuvieron a partir de un genocidio. No faltara quién esgrima que para consolidar un país como la Argentina era necesario recuperar las tierras que se hallaban improductivas en las manos de esos infieles, y poder asentar también un territorio con una extensión clara para que se comprenda como parte de una misma razón nacional. Pero aún si así fuere, que no lo es, nada explica el reparto de esas tierras entre tan pocas familias. Es un relato el mito que dice que estaban fundando la patria. Lo que estaban fundando eran bancos y un verdadero entramado oligarca que establecía un orden rígido entre una porción minúscula de la población que pasó a tener la riqueza mayúscula de una Nación que entienden como suya. No se deje engañar, señor, señora; no están refundando la Patria; la están refundiendo.
Como si fuera poco problema la concentración de la tierra en pocas manos, añadido a este viene el problema de la extranjerización. El caso de Benneton y Lewis son dos de los más emblemáticos, pero hay otros. La lógica de uso y pertenencia, de posesión absoluta, por sobre otras formas de ver el mundo, lo que deja de manifiesto es el asumido etnocentrismo que permite que Benetton y el fotógrafo que realizó las más controversiales -y también ofensivas- de las publicidades, se exculpen de lo que ocurre en las tierras de las cuales poseen un titulo “legal” por sobre otro tipo de título -el título de posesión ancestral- y encima hace que el megaempresario textil se despache con una frase como la siguiente: “El principal propietario de las tierras es el Estado argentino, debería comenzar a expropiarse por ese lado”.
La comunidad mapuche no necesita la tierra para plantar soja, sino que, como dice la referente mapuche Soraya Mainconio, es una parte constitutiva de la identidad mapuche. La cultura mapuche no se puede desarrollar en el asfalto, precisa de la tierra y de sus ciclos de invernada.
Y aquí es donde se empieza a contestar lo que no habría que contestar: ¿Qué hacía Santiago entre mapuches si él no lo era? Aquí lo que empieza a tallar es una pregunta de orden moral e incluso espiritual. ¿Acaso la modernidad y su correlato económico, el neoliberalismo, han mancillado nuestros valores al punto que nos es extraña la solidaridad? ¿Aún se sufre la erosión que frases como el “no te metas”, que parece venida del medioevo político, en la sociedad argentina? Santiago estaba en el lugar en el que creía que debía estar por que se lo dictaba su conciencia y su ser. “Luego, la verdad, es restregarse con arena el paladar” (1).
Ante las masivas movilizaciones para preguntar dónde estaba Santiago, la respuesta del Estado nacional fue la represión. Cuando se pedía que los implicados de gendarmería y el propio secretario de seguridad, Pablo Noceti, respondieran ante la justicia, la patricia Patricia Bullrich fue clara. “No voy a tirar un gendarme por la ventana, preciso esa fuerza para hacer lo que tenemos que hacer”. Lo que tienen que hacer es claro, y encuentra su reverberación en las palabras del exministro de educación devenido en senador nacional, Esteban Bullrich -su primo segundo-: viene a realizar una nueva conquista de un desierto que siempre estuvo poblado.
Con el intento de volver a destinar a las FFAA a la seguridad interior, queda claro que con esa sola fuerza no les alcanza para hacer “inteligencia” y reprimir al pueblo. Más allá de salir a pelear una lucha destinada al fracaso, e incluso pagar el costo político, también con esta medida el gobierno busca marcar la agenda de la oposición y espera diluir el escándalo del lavado de dinero a través de aportantes falsos en la campaña de Vidal pateándolo para mas adelante. El mejor equipo de los últimos cincuenta años solo demostró ser eficaz a la hora de llenarse sus bolsillos y en elaborar cortinas de humo de la mano de “su” ecuatoriano amigo.
Hay dos avenidas de interpretación -al menos- que se bifurcan en la película, y que por supuesto están interconectadas. Ambas se proponen como pregunta al espectador. Una de ellas es una pregunta retórica y un guiño cinéfilo al final del documental de Resnais Noche y niebla, y en el caso del documental de Bauer se pregunta: si Noceti dice no haber estado en el lugar de la represión y luego se demuestra que sí, y solo dice que “pasó a saludar” y dice que no fue responsable; si los gendarmes que participaron de la represión tampoco son responsables, si la ministra de seguridad tampoco es responsable, ¿quién es el responsable? La respuesta que se me cae de la boca es sencilla: El Estado; pero no es la única, ya que el Estado nacional tiene responsables y son ellos los que tiene que dar la cara.
La otra pregunta viene relacionada con la afirmación de la Ministra de Seguridad cuando sostiene que “hay que cambiar el país”, y que para ello, “necesita a las Fuerzas de seguridad”. Si tanto necesita de las Fuerzas Armadas, y no del diálogo -otro de los chamuyos de la Alianza Cambiemos-, ¿será que la muerte de Santiago no es casual e inaugura un ciclo que intenta mediante la represión y la muerte una nueva “Reorganización Nacional”? Otra muerte, la de Rafael Nahuel, y las decenas de muertes que no han trascendido, parecen responder la pregunta.
Otro de los aciertos del film, además de una excelente filmación, de bellas imágenes aun cuando están transidas de dolor, es no dar respuestas predigeridas, sino que por el contrario, llama a reflexión, y a lo largo del camino de Santiago se observan innumerables avenidas que se reflejan desde ese centro en el que se transformaron esos ojos de un pibe comprometido, solidario y consecuente con sus ideas.
1 –Expósito, Homero: Afiches