Murió Fabián Tomasi: el costo humano de los agrotóxicos
Por Violeta Ramírez. Foto de Pablo Piovano
Hoy, Argentina está de luto. O debería estarlo. Se ha muerto Fabián Tomasi, emblema de la lucha contra el modelo sojero en nuestro país.
Muchos conocimos a Fabián Tomasi a través de las fotografías estremecedoras de Pablo Piovano. Su mundialmente reconocido fotoreportaje “El costo humano de los agrotóxicos” es un compendio de retratos de argentinxs que sufren –o han sufrido, pues muchos han lamentablemente ya fallecido por esa misma causa- en carne y piel propias las consecuencias del modelo productivo que engolosina a gobernantes y productores desde hace más de dos décadas. Desde que entró la soja transgénica al país, el uso creciente de pesticidas y herbicidas altamente tóxicos se difundió velozmente en la Pampa y Litoral argentinos. Utilizando avionetas o “mosquitos”, los campos se riegan con abundante glifosato y demás productos agroquímicos que matan… todo excepto el cultivo transgénico en cuestión.
No terminamos de tomar medida del colapso ambiental que significa esta dispersión de veneno sobre nuestros territorios. El producto tóxico queda en la planta, en el suelo, en el agua y en el aire. Repito: tiramos veneno en altas dosis en el cultivo (que comemos los humanos, indirectamente), en el suelo (fuente última e irremplazable de la mayoría de los alimentos, para todas las especies), en el agua (que bebemos todos los seres vivos) y en el aire (que respiramos). Las consecuencias en lo que respecta al cultivo, al suelo y al agua las estamos viendo, en el aumento de casos de cáncer, en suelos devastados que no van a ser productivos en breve, en aguas con concentraciones tan altas de pesticidas que a veces matan poblaciones de peces. Las consecuencias en todo el ambiente están, pero se hacen sentir, digamos, más lentamente1. Ahí donde el daño se vuelve quizás más explícito, brutal, fatal y perverso es en la dispersión por aire de estos venenos, aplicados con fumigaciones, y cuyas partículas vuelan y circulan libremente - cual fragancia de Poett- y se depositan en la piel de ciertas personas, que también las inhalan y la incorporan en sus organismos y órganos. Todo eso le sucedió a Fabián Tomasi, quien fue literalmente “regado” con glifosato cuando trabajaba en los campos sojeros cercanos a su pueblo en la provincia de Entre Ríos. Todo eso sucede diariamente a niñes, maestres, habitantes rurales y pobladores de esta región sojera que sufren la amenaza constante y real de ver sus cuerpos y sus tierras fumigados con venenos frente a la desprotección de los gobernantes.
Fabián Tomasi, habitante del pueblo de Basavilbaso, de unos 53 años, padre de una joven veinteañera, padecía una polineuropatía severa causada por la intoxicación con agroquímicos. Había perdido las huellas digitales de sus manos, no podía ingerir sólidos, sus músculos se habían consumido. Hacía años, más de una década, que le habían diagnosticado 6 meses de vida restante. Pero su compromiso era con la vida. Con palabras justas y lúcidas, él denunciaba lo que sucede en el campo, la desmedida y el cinismo de este modelo de producción que transforma alimentos en veneno. Tampoco había perdido el sentido del humor, y del amor, por la vida y por los otros, lo que seguramente lo mantuvo en vida todo este tiempo. Su muerte queda impune, sin justicia y sin reparación. Nos queda, sí, el legado de un luchador, ejemplo de fuerza y dignidad, siempre dispuesto a participar para cambiar esta realidad. “Yo doy mi nombre, mi dirección para que los ingenieros agrónomos, los médicos, los políticos vengan a discutir el tema, pero nunca tuve la suerte que ninguna autoridad se interese por el tema”, decía a Télam en 2015. Más allá de un circuito de maestras, enfermeras, abogados, periodistas, agrónomos, y del fotógrafo que lo retrató, el tema del envenenamiento por agrotóxicos sigue interesando a una parte muy mínima de la población argentina, la cual se envenena, sin embargo, día a día en pequeñas dosis. Y claramente el asunto no provoca alarma entre sus gobernantes, quienes hoy festejan el uso de “fitosanitarios” -como gustan llamarles- y se oponen, salvo contadas excepciones, a las restricciones en la aplicación de agroquímicos en el campo argentino.
Que el ejemplo de lucha de Fabián Tomasi germine hoy en la Argentina un nuevo espacio de reflexión y convergencia en el que toda la población participe y se sienta interpelada. Porque nos están envenenando.
1 - Ver los trabajos de Damián Marino y el Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM) de la Universidad de La Plata.