¿Cuánto suma el #ChauNetflix?, por Diego Kenis
Una polémica impensada se instaló en las últimas horas. La consigna #ChauNetflix circuló en las redes en rechazo a la posibilidad de que la plataforma incluyera la enésima operación político-periodística de Jorge Lanata.
La campaña web primero cosechó ironías de parte de, se adivina, arrobas gorilas. “Los dueños de Netflix van a dormir preocupados”, se leía. Horas más tarde, la empresa publicó un texto de –no se distingue- desmentida o renuncia. Lanata se enardeció al aire en Canal 13, y Clarín tituló –como siempre- al revés: que los enfurecidos éramos “los K”.
La actitud de la compañía es comprensible. El 49 por ciento del padrón votó al kirchnerismo en las últimas elecciones presidenciales, mientras que el 37 de la provincia más poblada respaldó a la expresidenta dos años atrás.
Pero luego surgió, sobre todo en redes sociales, un examen sobre la campaña virtual, sometida al termómetro revolucionario, no sin sarcasmo: ¿Es un triunfo del Pueblo? ¿Constituye un desafío antiimperialista?
Sería a todas luces erróneo responder a esas preguntas afirmativamente. Lo cierto, sin embargo, es que si la reacción virtual no hubiera estado, lo habríamos lamentado con ese dejo de pesimismo que a veces nos consume.
Las redes sociales son, por otra parte, un terreno de disputa. Aún para este autor, que cree –con la piel- que la próxima gran revolución será contra la invasiva tecnología. De momento, son un terreno más. Una cancha inclinada y en la que jugamos de visitante, pero una cancha al fin. Ya se sabe que hay tareas militantes que demandan más esfuerzos y conllevan más riesgos que poner un numeral en un teclado. Pero ese reconocimiento a aquello no necesita despreciar esto. Lo que no estorba, suma. Lo que no se suma, se pierde. No estamos para perder ninguna voluntad.
Medir, positiva o negativamente, acciones como ésta en el termómetro del antiimperialismo resulta a todas luces una hipérbole. El primer punto a observar es quién sostiene el termómetro. El segundo, si el termómetro funciona. El tercero, cómo debe leerse. Pero si el resultado de la lectura es el desprecio de la acción política, asociando lo mediado con lo banal, el derrotero es peligroso: la seguidilla del descarte no terminaría nunca, pues casi no existen acciones políticas que se topen cara a cara con su objeto final. Táctica y estrategia suelen no superponerse, al menos hasta estadios bien definitorios.
Existe otro punto atendible: Lanata, con poca originalidad, apostó por hacer lo mismo que en Brasil se hizo contra Lula. Un producto televisivo destinado a demonizarlo y destruirlo políticamente. ¿Por qué, entonces, no surgió antes el repudio argentino, frente ese caso en un país hermano? Es cierto. Pero esa indiferencia previa se inscribe como síntoma de un problema general: el desconocimiento e incluso la indiferencia que nos dedicamos, recíprocamente, los pueblos de la Patria Grande. Producto, claro, de una segmentación cuidadosamente diseñada. No se reaccionó ante la operación contra Lula, es cierto. Pero no es un mal dato que sí se respondió cuando el plan amenazó extenderse sobre lo propio.
El gol es módico, quizá por otras razones, que permanecen –de momento, al menos- innominadas. Por ejemplo, que el receptor de las demandas no sea una estructura del Estado o del campo político que se declara tal, sino una empresa privada multinacional. Que, todo induce a pensar, no tomó esta decisión por razones éticas, políticas o de calidad artística o periodística, sino por temor a perder clientes. Colocándonos en ese lugar. Nuestras opiniones valen no por ser ciudadanos y ciudadanas, sino por ser clientes y clientas.
Pero el reverso de la moneda es interesante: si está decisión se confirma y obedece –como sería primera opción- a esas razones, el revés de Lanata, Clarín y el antikirchnerismo vocacional se habrá producido en su campo. No por censura desde un aparato de poder, sino por razones y cálculos de mercado. Nada que decir.
Que nos tomen por clientes y clientas tampoco es, en este momento, malo al cien por cien. Clarín deshumaniza: “los K”. Esa caracterización busca separar los segmentos de la sociedad, no dejarles un punto de contacto. Que allí se abran canales, que los y las neutrales –e incluso, los y las antis- sepan que “los K” vemos Netflix o usamos Twitter es como la tribuna de un estadio, el pasillo de una Universidad, la recorrida por una librería o el encuentro en la vereda. El Otro ya no es un sujeto con el que no se tienen nexos. Parece una tontería. Este texto cree que no lo es.
Al fin y al cabo, Cristina ha sido una de las primeras figuras públicas que habló de Netflix y recomendó sus series y películas.