Eva y la primera poesía peronista
Por Norman Petrich
¿Existió una poesía peronista? Es decir: ¿existió una poesía que pudiera cargar con el peso de esa adjetivación al mismo tiempo que las masas de trabajadores hacían suyas otras reivindicaciones? Y si existió ¿qué la ha dejado en el olvido? Esos son los interrogantes principales que se propone develar Capitana. Una visita a la poesía peronista de la primera época, de Gito Minore.
Es indudable que la irrupción de las figuras de Juan Domingo Perón y Eva Duarte en la vida política de nuestro país no ha dejado indiferentes a quienes lo poblaban, y el espacio literario no fue la excepción. Pero es mucho más fácil encontrarse con intelectuales que se oponían o miraban recelosos a ese “aluvión” que encontrarse abiertamente con quienes lo acompañaron con sus letras sin perderse en el laberinto que levanta la mitología.
Eso es lo que hace Minore y su hilo de Ariadna, la llave para ingresar más allá del mito es el poeta Alfredo Carlino.
Lo primero que destaca el autor es que, lejos de los vaticinios de quienes denostaban al gobierno peronista, este dedicó no pocos esfuerzos en la política cultural, a través del teatro, el cine, la música y también la poesía. Algo que, en una mirada rápida sobre el material de fácil acceso, parece raro, cuando no imposible. Casi un oxímoron.
Y es ahí donde se alza Eva a través de un lazo fuerte con la poesía que se dejaba ver no sólo por su relación con ciertos escritores sino a través de las peñas literarias que impulsaba o el patrocinio de eventos o publicaciones.
Esos canales de llegada al público eran mayormente estatales, como la revista Mundo Peronista o la peña Eva Perón donde se entregaban plaquetas con los textos de quienes leían, pero por el propio peso de la trayectoria de algunos de sus autores aparecían en otros lugares no patrocinados por el gobierno como Sexto Continente o Latitud 34. Es decir, que estamos hablando de una poesía reconocida y reconocible, que fue publicada, reproducida, vitoreada como cualquier otra que se precie. Entonces ¿por qué el manto de olvido?
Vayamos paso a paso.
Si uno se pusiera a jugar con nombres de poetas que podrían cargar el cartel de peronistas, creo que no dudaríamos en buscarlos primero en los que nos ha dado el tango (con la aclaración de que la aún latente discusión sobre si los letristas también son poetas aquí se ha zanjado hacia una afirmación}. Así aparecen los nombres inconfundibles de Cátulo Castillo, Enrique Santos Discépolo y Homero Manzi.
Un escritor de amplia trayectoria que enseguida es reconocible en esta lista es Leopoldo Marechal, quién estaba dándose a conocer por esos años con Antígona Vélez y que luego será aplaudido hasta por los antiperonistas por su novela Adán Buenosayres. Minore nos dice que es en esa época donde su verba poética estuvo puesta al servicio de la causa.
Otro ex miembro del grupo Florida lo acompaña: Nicolás Olivari, (que también merodeó por Boedo) y una joven promesa que había recibido el Primer Premio de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires en 1942, José María Castiñeira de Dios. Quizás apareciendo desde otro ángulo, no pueden quedar afuera de este listado Elías Castelnuovo y César Tiempo.
Pero el mayor hecho significante que rescata del olvido el autor del libro es la irrupción de una gran cantidad de voces femeninas. Y entre ellas, un nombre le resulta tan sorpresivo como agradable de encontrar a quien escribe estas líneas: Julia Prilutzky Farny, quién se hará conocida por sus poemas de amor. También destacan María Granata, Alicia Eguren y Aurora Venturini (Las primas. Nosotros, los Casertas, entre otros)
A estas alturas ya queda claro para Minore la existencia de una poesía peronista que celebra “la Nueva Argentina” a través de su figura más icónica: el héroe colectivo simbolizado en el trabajador.
Tan en claro como la mirada recelosa de los intelectuales que desconfiaban del movimiento surgido tras la figura de un militar y veían la posibilidad latente de un fascismo y en la literatura que acompañaba una “fábula para consumo de patanes”.
Es entendible (aunque no aceptable) que con el golpe del 55 se hiciera lo posible, utilizando como vehículo varios decretos que prohibían nombrar a Perón o su movimiento o utilizar los símbolos que lo identifican, para que toda la literatura que acompañaba ese andar popular desapareciera, fuera borrada como si nunca hubiera existido. Es así como estos escritores empiezan a ser blancos del odio, empezando por los peces más gordos como Marechal.
Una decisión que tomaron varios fue la de formar parte de la resistencia.
Fermín Chávez, Alicia Eguren, María Granata, Alfredo Carlino escribían sus poemas en panfletos y los repartían en fábricas y otros lugares, consolidando de dicha forma un cambio en el estilo poético, volviéndose más combativo, alejándose del clima celebratorio de esa primera poesía peronista.
A la subestimación, el desprestigio y la sorna de sus pares se le suma la prohibición, reflejada en la desaparición masiva de libros, revistas y plaquetas. Tras la caza de brujas, el golpe certero del olvido. De ahí es fácil pensar que la poesía peronista nunca existió.
A eso viene Capitana, el libro de Gito Minore.
A ajustar cuentas.
A rescatar la palabra de esas y eso poetas peronistas que ofrendaron su obra y su vida.
Y el halo de Eva, ese viento sur que trae de regreso las voces de aquellos a quienes había borrado sus huellas el viento norte.