Otra vez el fuego ardió en Flores
Por Juana Páez
Permanece aun fresca en la memoria colectiva aquella mañana de 2015 en la que el incendio de un taller textil en la calle Páez se cobró las vidas de Rodrigo y Rolando, dos hermanos de 7 y 10 años. Unos años antes, en la misma zona, sobre la calle Luis Viale, se había incendiado otro taller: murieron cinco niños y una joven embarazada.
Este jueves al mediodía la escena se repitió a dos cuadras de la mítica Plaza Flores, en el hotel familiar San Miguel. La actitud valiente de los vecinos logró salvar las vidas de dos hermanitos, que están internados en estado delicado, pero el más chico, casi un bebé, quedó atrapado por el fuego y murió. Los chicos habían quedado solos y encerrados en la pieza mientras los padres acompañaban a otro de sus hijos, internado en el Hospital Álvarez con un cuadro de Sarampión (enfermedad casi erradicada pero que resiste en el hacinamiento de los cuartos de hotel). No faltaron quienes responsabilizaron a las víctimas o hablaron de tragedia anunciada por la sobrecarga eléctrica.
En septiembre de 2013 había pasado lo mismo en el mismo lugar con una nena de apenas seis años. Aquella madrugada, la habitación 22 en la que la niña dormía se incendió producto de una vela que cayó sobre su colchón. El hotel estaba sin luz. La puerta no tenía picaporte interno, la pequeña no pudo salir a tiempo y murió a causa de la inhalación del humo y las graves quemaduras. Las luces de emergencia y los matafuegos no funcionaban. El incendio se sofocó a baldazos, pero ya era tarde. El dueño y el encargado fueron imputados por homicidio culposo. Pero poco cambió de las condiciones en las que allí se vive y se repite en casi todos los hoteles familiares.
Y decimos hoteles en plural, porque en Flores hay muchos como el San Miguel. Hoteles que se alquilan por pieza, con baño privado o compartido, algunos con cocina (no en este caso). Hoteles de diez, once mil pesos por habitación. Pero el San Miguel tiene algunas particularidades que lo hacen único: acepta beneficiarios del programa de apoyo habitacional y de atención para familias en situación de calle, y acepta niñas/os. Dos situaciones que en la mayoría de los casos hace restringe la entrada.
Es el lado oscuro de la ciudad global, turística y de las industrias creativas. Una realidad social horrorosa que tragedias como ésta dejan al desnudo. Una pobreza que se saca del espacio visible de lo público y se la recluye en hoteles precarios. Más de 12 mil familias en situación de calle reciben un subsidio habitacional que en promedio alcanza los 8 mil pesos y apenas les permite pagar un cuarto que en algunos casos cotiza por encima de los 10 mil pesos. Además, para obtener el beneficio antes deben cumplir con una serie de requisitos y trámites cuando no una acción judicial.
Una investigación realizada en 2016 por la Asesoría Tutelar ante la Cámara del fuero Contencioso Administrativo y Tributario de la capital demostró que 40 hoteles de la ciudad -de 150 relevados- funcionan aún estando clausurados, e incluso, una decena de ellos cargan con órdenes de desalojo por el deterioro y las irregularidades que presentan.
La Buenos Aires de Larreta es una maqueta, un cartón pintado que hoy arde. Mucho globo amarillo y bicicleta naranja, pero la ciudad tiembla en sus cimentos. Esas vidas que para la Buenos Aires de Larreta no existen, o no importan, son las evidencias de las condiciones en las que viven y trabajan cientos de miles de familias en la ciudad más rica del país. Vidas reguladas a fuerza de palos y plan social; batería de subsidios y condicionantes.
Y donde hay una necesidad hay un dispositivo precario que se activa, con tan pocos recursos como capacitación del personal. La lógica se repite una y otra vez en todas las áreas del estado municipal. En julio pasado, cuando la ola de frío dejó al descubierto la crueldad de la vida en situación de calle, los trabajares del BAP (Buenos Aires Presente) denunciaron la reducción de personal, la falta de capacitación, el uso de camionetas en mal estado y la precarización laboral que sufren.
A su vez, tal como refiere la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, el sistema de alojamiento nocturno de la ciudad se conforma por tres paradores propios y cinco paradores conveniados, pero según un informe realizado por el propio BAP en 2018 existían alrededor de 650 plazas, lo que está muy por debajo de la demanda.
Cuando se discuten políticas de vivienda o hábitat, cuando se denuncia la construcción de departamento suntuosos –tipo Milenium Tower, que ya van por la torre número siete en dos cuadras a la redonda y en el mismo radio que el San Miguel–, que en muchos casos permanecen vacíos y nutren la especulación inmobiliaria, lo que se discute también son las miles de familias que viven en piezas de pensiones y de hoteles familiares porque ya no puede pagar el precio de los alquileres que suben de manera exorbitante, los créditos, como los UVA, que más que ayuda son una trampa. Familias que son expulsadas –no tan amablemente– de la ciudad hacia al conurbano bonaerense.
Un crimen social, dirán los más sensatos, que se acentúa con la crisis económica, con el deterioro de las condiciones de vida le las mayorías del país. La exclusión en aumento de sectores cada vez más grandes de la ciudad. Situaciones que dejan en evidencia las condiciones precarias en las que muchos vivimos y trabajamos en la ciudad. El negocio inmobiliario en la ciudad de Buenos Aires está por encima de la vida y estas son las consecuencias.
Otra vez el fuego ardió en Flores. Otra vez fue implacable con lo más chicos y sacó a la luz lo que quiere esconderse: las vidas que menos importan. Vidas que de tan precarias son desechadas y en un final trágico, empujadas a la muerte. Fuego que quema la ciudad de cartón del PRO.
Frente a la ausencia de las autoridades comunales, se activó la red de solidaridad de los vecinos y de los grupos y organizaciones del barrio, muchos de los que hoy integramos #Ganemos Flores: docentes del CFP24, la Cazona de Flores, integrantes de la Unidad Básica Felipe Vallese, con el candidato a comunero Julián Cappa a la cabeza, la Asamblea de Flores, las Cooperadoras escolares del distrito, entre muchos otros.
Desde la campaña #GanemosFlores y desde las organizaciones que la impulsan no podemos evitar estar afectados por esta situación que mezcla desidia con crueldad, mala gestión con prioridades invertidas. Porque somos sus vecinos, los docentes de sus hijos, los comerciantes de su barrio, parte de una trama comunitaria inevitable y necesaria para vivir, desarrollarnos y cuidarnos colectivamente. La ciudad PRO cruje en sus estructuras. Debemos imaginar otra ciudad desde abajo. #GanemosFlores #GanemosBuenosAires.
*Juana Páez es integrante de la Campaña #GanemosFlores
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