Semillita de maldad
Por Norman Petrich
Foto Mauro Bustos
Mi vieja, cuando era chico, me decía semillita de maldad.
Madre de cinco hijos, ama de casa tiempo completo, de repente sentía un escándalo en una de las habitaciones o en la cocina, y veía cómo cuatro de ellos discutían a los gritos, efusivamente, mientras el hermano mayor los miraba, divertido, desde un rincón.
Hacía cuentas rápidas de que alguna picardía salida de mi boca había provocado el descalabro e inmediatamente me apuntaba con el dedo al grito de “¡fuiste vos, semillita de maldad!”
Crecí pero esa mordacidad no se quitó. Es más, cuando empecé a escribir pensaba en que debía hacerlo desde el lugar del francotirador (aunque no llegaba ni a fósforo encendido en la cerrada oscuridad).
Por suerte, pasaron cosas.
Pero igual, esa mirada hábil para encontrar los huesos, el costado flaco, de los otros y de mis acciones, seguía estando.
Si no, con qué alimentar la obsesividad que todo lo congela.
El martes 10 de diciembre, el discurso del presidente Alberto Fernández en el Congreso me encontró pintando un departamento, ese es uno de mis oficios. Viene y dice, la radio con su voz me dice que en este presente que afrontamos, los únicos privilegiados serán quienes han quedado atrapados en el pozo de la pobreza y la marginación. Y como un golpe de electricidad me corre por la columna vertebral.
Habla de acuerdos básicos de solidaridad, de promover el desarrollo regional, empleo de mano de obra local, que Salud vuelve a ser Ministerio, de institucionalizar un consejo económico y social y de mejorar la calidad de los Derechos Humanos.
Nunca más a una justicia que decide y persigue según los vientos políticos del poder de turno, dice.
Habla de transformar la AFI y reasignar el presupuesto para combatir el hambre. De ciudadanizar la democracia. De reorientar el presupuesto de publicidad del Estado para mejorar la calidad educativa, de universalizar la educación de la primera infancia, de un Pacto Educativo Nacional.
Ni una Menos debe ser una bandera de toda la sociedad y de todos los poderes de la república. El Estado debe reducir drásticamente la violencia contra las mujeres hasta su total erradicación, dice.
Y de repente todo se desploma.
De golpe caigo en la cuenta de que está hablando del reestablecimiento de un Estado de Derecho y la coraza que me inventé para pasar la larga noche de estos cuatro años se desarma y empiezo a llorar.
Lloro porque caigo en la cuenta de que realmente se fueron. Que el Estado represor, prohibitivo, el del verdugueo hacia las mayorías, se fue.
Fueron cuatro años durísimos, en lo personal y en lo colectivo. Varios amigos a los que, de tanto amorar, el emperrado corazón se les frenó. Ya hablaremos algún día de esas cuentas pendientes.
Porque no puedo dejar de pensar en que varios decían que no hacíamos nada para defendernos.
¿Cómo que no hicimos nada? ¿Cuántas veces salimos a la calle, a poblarla, para defender lo que adquirimos? Contra el 2X1, acompañando a los docentes en esa gran marcha, por Santiago, por Nahuel, contra la reforma previsional que si bien nos cagaron a palos y gases marcó un punto de inflexión, y ya no pudieron meter la laboral. Salimos tantas veces que un amigo me decía que Macri lo estaba haciendo caminar más que su nutricionista.
“¿Qué pasa con nuestros dirigentes, por qué no se unen? Nos están haciendo mierda”, decían, yo también ¿se acuerdan?
Y a través de una de las personas que más debe haber sufrido estos cuatro años ellos se unieron y hoy estamos de vuelta, y yo escribo y sigo llorando (ese es otro de mis oficios. Escribir, no llorar, aunque a veces se mezclan).
Lloro y escribo porque la palabra fue colectiva como nunca. Y discutimos y nos reímos pero sobre todo resistimos. Y dijimos. Y descubrí que no era semillita de maldad sino que era uno de los incorregibles.
Siento que, tal vez por vez primera, no quiero, no puedo buscarle las costillas, el lado flaco. En ese discurso no hay espacio para la mordacidad.
Me mensajeo con los amigos. Gritamos. Festejamos.
Esperanza abunda.
Como en la plaza.
No es que se piense que ya está. El mismo que nos habla de Estado de Derecho también nos dice que no va a ser fácil. Se pregunta si estaremos a la altura.
El tiempo dirá.
Pero acá, hoy, se empieza a construir una futuridad muy distinta a la que soñó el Capitalismo hace muchos años.
Y es con todos.
Con todas.
Con todes.
Lo más parecido a la felicidad.
Lo más parecido a decir venceremos.
Con el puño cerrado.
Con los dedos en V.