Fito Páez y el abrazo en tiempos de Coronavirus
Por Branco Troiano
Recital de Fito Paez, un día a una hora específica - cuarentena
Pero esta vez la conmoción adquiere otra forma. Fito canta 11 y 6 y, cada vez que erra la nota, lo que desafina no es él sino algo que está dentro mío y no puedo identificar con claridad. Y el efecto se replica, idéntico, calmo, estúpido: Fito desafina, demuestra que es mortal y que los mortales tendemos, a medida que pasan los años robustos, a decrecer, a perder lo que alguna vez fue preciado.
Entonces Fito va a morir, pienso. Fito canta para abrazarnos en tiempos de coronavirus y nos cuenta, además, que va a morir, que él también puede morir, y que no falta una eternidad para eso. Que antes que los mares se pudran y el sol por fin caiga, él morirá.
De manera que Fito le canta, en cierto punto, a la muerte, o, mejor, con la muerte, con la muerte en escena, arriba del piano, o dentro del vaso que empina al final de cada tema, o sobre el gato, que merodea como merodean las melodías que nos conmueven hoy y siempre.
Y ahí el asunto. Fito canta con la muerte, a la muerte, en clima de muerte, para contarnos sobre la muerte, la suya y la de todos, algunas más próximas que otras, pero la de todos en fin. Y ahí el asunto. Toma parte del vaso, lo apoya y vuelve a echarse sobre el piano (porque Fito se echa, se echa sobre el piano como una manta que finalmente cae sobre el cuerpo frío). Entonces se echa, y lo que comienza es Al lado del camino. Y nos dice que no viene a divertir a nuestras familias mientras el mundo se cae a pedazos. Cuando en verdad sí, nos divierte mientras el mundo se cae a pedazos.
Y ahí el asunto, Fito nos habla de la mentira, de la finitud, y nos miente y todo vuelve a empezar. Termina, agarra el vaso y sigue.
Fito nos canta a todos, cómo no escucharlo.