Odio racial
Por Juan Carlos Martínez
Para aquellas personas que creen en la superioridad de una raza sobre otra, los seres humanos “inferiores” deberían ser eliminados.
La raza superior es la que agitó Hitler para eliminar a judíos, gitanos, homosexuales, enfermos mentales, disidentes políticos, etc., etc., a través de un genocidio. Millones y millones de hombres, mujeres y niños murieron en las cámaras de gas o a través de otros métodos no menos letales como el plomo, la tortura o el hambre.
Cuando alguien sugiere o insinúa que en tal o cual lugar del planeta sobran personas, de alguna manera está recorriendo conocidos y peligrosos caminos que permanecen vivos en la memoria histórica.
No hace mucho tiempo, Cristina Lagarde, la entonces directora del Fondo Monetario Internacional, sostuvo que la longevidad era perjudicial para la economía y que algo había que hacer. Ni falta que hizo que dijera que había que eliminar de la faz de la tierra a las personas longevas porque la buena salud de la economía valía más que la propia vida de esos viejos y de esas viejas.
El odio racial continúa haciendo estragos. El asesinato de George Floyd en los Estados Unidos ha puesto al rojo vivo las alarmas de supervivencia ante el estímulo que desde lo más alto del poder político reciben los cultores del racismo en la capital mundial del racismo. Ahora en manos de un racista que no oculta su odio a los negros, a los pobres y a los inmigrantes.
En la Argentina –y es bueno recordarlo- el odio racial y de clase también han hecho su parte desde el genocida Roca hasta nuestros días incluyendo, como es obvio, al genocida Videla. Los crímenes más recientes fueron los de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y Luis Espinoza, a los que se suman los continuos ataques a familias de las comunidades originarias del norte y del sur del país.
El odio racial que ponen de manifiesto las fuerzas de seguridad contra las comunidades originarias responde a políticas de Estado en las que juega un papel decisivo la complicidad de un Poder Judicial que mira para otro lado mientras se violan elementales derechos humanos.
En este mundo que nos toca vivir lo que sobran no son personas sino las enormes desigualdades que produce el perverso sistema económico llamado capitalismo: riqueza para pocos, hambre y miseria para muchos. El odio racial es uno de los virus más antiguos que descarga toda su maldad sobre hombres, mujeres y niños considerados “inferiores” por quienes, creyéndose superiores, han perdido por completo su condición humana.
(*) Juan Carlos Martínez es escritor, periodista y director del periódico Lumbre. Sus columnas son publicadas regularmente por Radio Kermés, de Santa Rosa, La Pampa, y esta AGENCIA. Es autor de varios libros: La apropiadora, La Abuela de hierro, El golpeador y La Pampa nostra.