San Agustín y el tubo de dentífrico
Por Ramiro Gallardo | Ilustración: Ramiro Gallardo
Cuenta la historia que San Agustín paseaba por la playa meditando acerca del Misterio de la Santísima Trinidad. Intentaba comprender cómo Dios era Uno y Tres al mismo tiempo. En algún momento de su paseo, sumido en sus reflexiones, vislumbró a un niño que iba desde un hoyo hasta la orilla, cargaba un tarro con agua, regresaba al hoyo y vaciaba el contenido del tarro. Así una y otra vez.
San Agustín se acercó al niño y se produjo entre ambos el siguiente diálogo,aunque en latín:
–¿Qué estás haciendo, niño?
–Estoy metiendo el mar en este hoyo de arena.
–¡Pero eso es imposible!
–Más imposible es que vos puedas entender el Misterio de la Santísima Trinidad.
Entonces el santo supo que ese niño era Dios, y vio su propia soberbia por intentar acercarse tanto a los misterios divinos. Si en aquella época hubiera existido la pasta de dientes en su forma actual, el Santo habría reaccionado de otra manera: meter el mar dentro en un hoyo de arena es comparable, en muchos sentidos, a la paradoja de la pasta de dientes que, como todo el mundo sabe, es infinita. Un tipo de la talla intelectual de San Agustín habría podido realizar fácilmente algún tipo de analogía.
¿Acaso alguien duda acerca de la infinitud del tubo de dentífrico? La pasta dentro del tubo nunca, jamás, se acaba. Muchas podrán ser las artimañas que se utilicen para vaciar completamente el tubo pero, indefectiblemente, siempre quedará algo que se pueda sacar. Como dijo alguna vez el gran filósofo popular y radiofónico Alejandro Dolina, uno aprieta y aprieta, dele y dele, y siempre, pero siempre, sigue saliendo algo más del pomo de la pasta pa' los dientes... es una entidad infinita. Nunca nadie vació un dentífrico.
Ambos: contenedor y contenido, son infinitos, y además el interior del recipiente es de otra dimensión, ya que por fuera pertenece a nuestro mundo, pero por dentro es infinito. El infinito en un punto, como un aleph, pero en este caso el punto es el envase. Es una lástima que esta dimensión resulte impenetrable: como en el cuento de la gallina de los huevos de oro, si se rompe el recipiente, la magia se pierde. Sin embargo, el problema planteado por el niño a San Agustín es de otra índole. Efectivamente, sería imposible que el niño metiese el mar en el hoyo de arena, pero las razones no son relativas a la capacidad de la cavidad en cuestión sino a muchos otros factores, a saber:
1- El mar es tanto y tan vasto que el niño moriría antes de poder trasladarlo hasta el pozo.
2- El agua que entra al pozo es absorbida por la arena, por lo tanto vuelve al mar, por lo tanto
el niño no podría nunca meterlo allí, así se tratase de una laguna o de un charco pequeño.
3- Si el niño lograra, merced a alguna razón imaginaria, que el mar efectivamente fuera
vaciándose y descendiendo su nivel a causa de su esfuerzo, se plantearía un nuevo
inconveniente: el del aumento de la distancia entre el hoyo y la orilla. Así, no sólo se
atrasaría enormemente la empresa sino que directamente se tornaría imposible, incluso si
se tratase de un niño inmortal que fuera y viniera durante toda la eternidad: en algún
momento la distancia a recorrer se volvería tan grande que durante el trayecto que va del
mar al hoyo el agua se evaporaría.
4- A todas estas razones de carácter científico (dejemos de lado el ejemplo de la inmortalidad
del niño) hay que sumarle el cansancio, la necesidad de dormir, de alimentarse, de hacer
sus necesidades y demás cuestiones. Factores todos que complicarían enormemente el
asunto.
Volviendo al tema de la pasta de dientes, la misma data del año cuatro mil antes de Cristo. La pucha. La usaban los egipcios y la llamaban clisterate. Parecido a Clisto, que significa Cristo pero en chino. La lingüística plantea aquí una controversia, una paradoja. La familiaridad entre la palabra utilizada por los egipcios y el nombre del hijo de Dios -que es por dogma eterno como su padre- pone en evidencia una suerte de continuidad entre la religión de los antiguos navegantes del Nilo y los primeros cristianos. Sin embargo, la noción de un Dios eterno, infinito, no es de ninguna manera egipcia, más allá de que en aquel tiempo los adoradores del sol manejasen con fluidez la noción de “eternidad” (no nos detendremos en estas cuestiones).
Lo paradójico radica en que el nombre “Cristo” pueda vincularse fácilmente con una palabra asociada a la noción de infinito -clisterate- pero utilizada mucho tiempo antes de la noción de un Dios eterno, chinos mediante. Y digo más: la pasta de dientes egipcia no era infinita ni mucho menos eterna, ya que el “pomo de dentífrico”, que es lo que le da la infinitud al contenido, fue inventado en 1892 por el Doctor Washington Sheffield Wentworth. Mucho después de clisterate y del Dios de los cristianos.
Para reflexionar en esta cuarentena que nunca se acaba, como la pasta.