El teletrabajo y sus circunstancias
Por Nadia Mayorquín | Foto: Paula Somoza
“El capitalismo instaura o restaura todas las clases de territorialidades residuales y facticias, imaginarias y simbólicas, sobre las que intenta, tanto bien como mal, volver a codificar, a sellar las personas derivadas de las cantidades abstractas, todo vuelve a pasar, todo vuelvo de nuevo, los Estados, las patrias, las familias. Esto es lo que convierte al capitalismo, en su ideología, en la pintura abigarrada de todo lo que se ha creído. Lo real no es imposible, sino cada vez más artificial. Marx llamaba ley de la tendencia opuesta al doble movimiento de la baja tendencial de la tasa de ganancia y del crecimiento de la masa absoluta de plusvalía”. (Deleuze Guilles y Félix Guattari. El Anti Edipo: Capitalismo y esquizofrenia, 1985)
La ciudad es contemplación y acción. Cuando no tiene aquello que la convierte en espacio de acción, no fomenta interacciones y socialización, es sólo spectáculo, decía Guy Debord en La Sociedad del espectáculo. La realización de trabajo a domicilio, o a distancia, no es una modalidad tan nueva como parece. En efecto, hay un interesante antecedente histórico del trabajo a distancia, que data de la Inglaterra preindustrial. Entonces se lo llamó “industria a domicilio” y consistía “básicamente” en la elaboración artesanal de prendas de vestir. Más allá de las grandes diferencias entre épocas y de las relaciones sociales involucradas, el caso analizado en la Europa pre-Revolución Industrial nos muestra que su resultado fue mayor explotación para los trabajadores, precisamente, por las condiciones que les fueron impuestas para desarrollarlo. La forma en la que se presentaba era relativamente similar a la actual: trabajar desde la comodidad del hogar.
El teletrabajo con los primeros indicios de las herramientas “informáticas y digitales” surgió en los años setentas en Estados Unidos de Norteamérica. En esta modalidad se promueven elementos positivos, como la conciliación de la vida laboral, familiar y personal, al mismo tiempo que para la empresa implica el aumento de productividad y en el aspecto social, la descentralización de actividades.
Desde principios del 2020 y como producto de la pandemia de Covid-19, el mundo parece haber acelerado este proceso, viéndose obligado a implementar el trabajo a distancia por lo cual millones de personas trabajan desde sus casas. Existe la incógnita de si será éste el modelo hegemónico de trabajo en el futuro, aunque así lo plantean desde la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Antes de la pandemia, ya existía un debate en curso sobre las consecuencias de las tecnologías en el futuro.
El futuro nos alcanzó antes de lo previsto. En una gran cantidad de países, empresas y trabajadores del sector privado y público tuvieron que optar por el teletrabajo a fin de disminuir la movilidad e interacción social y con ello contener la propagación del Covid-19, cambiando drásticamente la forma habitual de trabajo.
Una cantidad importante de empresas tratan de instalar o proyectar está alternativa, las precursoras se plantean si deben continuar o expandir estas formas de trabajo alternativo. La oficina virtual aporta ventajas a empresas y trabajadores, pero también inconvenientes que sólo pueden ser resueltos con nuevas orientaciones en la gestión. Unas pocas grandes empresas de las economías desarrolladas ya han señalado que lo que fuera un proyecto piloto imprevisto y prolongado, es decir, el tele-trabajo pasará a ser la forma estándar de organizar. Los empleados no necesitan desplazarse al menos que opten por hacerlo.
La OIT estima que en los países de ingreso alto el 27 por ciento de los trabajadores podría trabajar de modo remoto desde el domicilio. El giro hacia el trabajo remoto provocado por la pandemia permitió a muchas empresas seguir funcionando sin poner en peligro inmediato la salud y seguridad de sus empleados. Confirmó lo que algunos estudios ya habían adelantado, que en un marco de circunstancias adecuado –un despacho doméstico habilitado, acceso a herramientas de colaboración, y una rutina de labor predecible– el trabajo a distancia puede ser igual de productivo.
Por otra parte, surgen los aspectos negativos de esta nueva modalidad laboral en la que entran en juego el aislamiento y la falta de posibilidades de aspectos relacionados con la socialización y organización en defensa de los derechos laborales. Quienes pudieron asumir la transición al teletrabajo durante la crisis sanitaria tuvieron la posibilidad de sentarse a la mesa cada día con la familia. Estas personas también han visto desdibujarse los límites entre el tiempo laboral y el tiempo para los propios asuntos, aumentado el estrés y un sinnúmero de riesgos para la salud mental. Para muchas personas, el giro hacia el trabajo remoto intensificó la sensación de aislamiento, de pérdida de identidad y de determinación.
Las condiciones materiales del teletrabajo tal como lo conocemos, representan una amenaza potencial a la auto-percepción de cada trabajador/a como integrante de un colectivo organizado en el cual se construye conciencia colectiva y se sustentan las organizaciones sindicales. El teletrabajo facilita el individualismo en detrimento de los aspectos colectivos.
Uno de los cambios más cuestionables es la modificación de la duración de la jornada laboral. Lxs trabajadores están disponibles todo el tiempo. Las demandas de su empleador no tienen límites precisos temporales, la frontera entre la vida laboral y privada se desdibuja.
El dilema del teletrabajo no se plantea claramente. En el presente es una herramienta muy valiosa que permite que, en medio de esta pandemia, muchxs trabajadores ya sean en los ámbitos públicos o privados puedan seguir desarrollando sus actividades con relativa normalidad. Pero es necesario advertir la amenaza que esta modalidad puede implicar en términos de flexibilización laboral, encubierta por el avance tecnológico, estrategia de simulación no ajena al neoliberalismo.
Las nuevas condiciones que puede implicar la generalización del teletrabajo llevan a enfatizar los aspectos colectivos del trabajo y a insistir en la necesidad de una reflexión crítica sobre las relaciones sociales que le dan marco. Es importante contrapesar el poder de los grupos económicos hegemónicos que hace tiempo buscan implementar una reforma laboral en contra de los intereses de lxs trabajadores, y hay que ser conscientes que estos cambios imprevistos pueden ser plenamente funcionales a sus intereses.
Este no es un debate puramente teórico e intelectual, sino que hay grandes intereses económicos en juego. El capital -con o sin pandemia- intentará una vez más maximizar sus ganancias, en detrimento de las y los más débiles.
El alcance de algunas prácticas sociales que, en múltiples aspectos de la vida, parecen haber cambiado sin retorno posible, nos lleva a preguntarnos, si se trata de una herramienta provisoria o de un cambio definitivo. El uso de la tecnología, que en algunos casos puede maximizar rendimientos, en otros puede ir en detrimento de los vínculos sociales en el ámbito laboral y, sobre todo, de los derechos de lxs trabajadores.
El trabajo a distancia es visto como una forma eficaz de hacer frente al aislamiento social que estamos viviendo. Muchos son quienes se preguntan, por qué no continuar con esta modalidad cuando pase la pandemia. Después de todo, con las nuevas tecnologías no siempre es necesaria la presencia física en el lugar tradicional donde se desarrolla la labor. Además, lxs trabajadores pueden realizarlo desde la comodidad de sus casas con la aparente idea de que están ahorrando tiempo y dinero para movilizarse, descongestionando el transporte público.
Ante la crisis económica post pandemia y el aumento de las tasas de desempleo a escala mundial, surgen debates sobre la mejor forma de aprovechar las adaptaciones necesarias para disminuir costos, mejorar la productividad y preservar puestos de trabajo. Ello podría suponer semanas laborales reducidas o fórmulas de repartición del trabajo, con el argumento de evitar suspensiones en tiempos difíciles.
Al mismo tiempo, la experiencia reciente de teletrabajo ha revelado profundas fisuras. Quienes están en la franja de ingresos altos posiblemente elijan continuar trabajando a distancia, pero los del otro extremo no tendrán elección. Históricamente, las crisis económicas, las pandemias y las guerras han agudizado las desigualdades. La cuestión es si esta vez se tratará de una crisis estructural que provocará un aumento de la inestabilidad política y social, o una crisis que motive un cambio de paradigma en la búsqueda de la consolidación de cimientos para tener una distribución de la riqueza de manera justa tomando como base el principio de solidaridad y con ello la toma de decisiones democráticas que impulsen a las sociedades hacía la igualdad.