Gustavo Blázquez: un director con todas las luces
Por: SaSa Testa | Ilustración: Silvia Lucero
La siguiente nota contiene lenguaje inclusivo por decisión de quienes la realizaron.
Hablar con Gustavo Blázquez es hablar con un Investigador del CONICET; Doctor en Antropología Social; Master en Investigaciones Educativas con mención en Socioantropología; Master en Antropología Social, Médico Cirujano y Licenciado en Psicología. Y, también, es hablar con el director de la Manzana de las Luces. Una carrera variopinta que se condensa en una mirada diversa acerca de la escena cultural.
AGENCIA PACO URONDO: De la Medicina a la Investigación en Antropología y, ahora, como director de la Manzana de las Luces, ¿de qué modo creés que se conjugan, en tu gestión actual, todos tus recorridos vitales?
Gustavo Blázquez: Yo he tenido como una compulsión a estudiar muchas cosas. Me formé en Medicina, luego en Psicología, luego hice una Maestría en Investigaciones Educativas y , finalmente, terminé haciendo otra Maestría y un Doctorado en Antropología, en Río de Janeiro. Hoy, o diría hasta ayer, me definía como un antropólogo. Y ahora, desde el primero de abril, estoy a cargo de la Manzana de las Luces o, como se llama oficialmente, el Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces, que aunque tiene una larga existencia en la historia argentina, es un museo nacional desde el año 2013.
Ese conjunto de saberes, adquiridos en la universidad pública, tan diferentes y al mismo tiempo complementarios: de medicina, psicología,antropología, me ha permitido –creo- procurar entender las múltiples dimensiones de las problemáticas sociales y culturales; su alta complejidad. Me posibilitó perderle el miedo a la interdisciplina, la transdiciplinariedad, porque, de alguna manera me fui constituyendo en ese modo de reflexionar, desde un pensamiento más biomédico, con todas esas terminologías y categorías médicas a pasar por la psicología, el psicoanálisis y , luego, la deconstrucción de saberes que propone la antropología ha sido sumamente importante en mi formación. Esa formación fue decantando en la práctica de gestión cultural sobre la cual ya tenía una experiencia más o menos extensa en Córdoba a partir de la organización de festivales musicales, artístico-musicales, performances. Desde hace varios años hemos creado una Especialización en Estudios de Performance, en Córdoba. Entonces, creo que lo más importante para mí es esa apuesta a lo inter y lo trans. Esa apuesta es a salir de una definición estrecha de cultura; de cultura culta o de distintas versiones de cultura y empezar a pensar en la complejidad de los procesos culturales contemporáneos.
APU: ¿Cómo podrías definir, de acuerdo con tus observaciones, la escena cultural porteña en relación con otras partes del país?
G.B.: En relación a esta pregunta, me resulta un poco difícil pensar eso en esta nueva escena cultural diezmada por la pandemia. Sí podría decir, desde mi conocimiento anterior de la escena cultural porteña, que su riqueza y diversidad supera a la de las provincias. Y la supera porque, además de contar con una concentración demográfica que permite la existencia de muy variados públicos, se nutre de los recursos formados en el resto del país. En mi percepción, un tanto intuitiva, una cierta escena porteña estaría mirando muy allende los mares y daría profundamente la espalda a lo que ocurre en las provincias. Es como si lo que pasa en las provincias fuese, para los medios, la crítica y les productores culturales, menos argentina y más regional. En cambio, lo que ocurre aquí parece ser LA ARGENTINA, así con mayúsculas ¿Cuántas historias del arte, la literatura, el teatro o el cine se dicen argentinas y sólo hablan de lo que sucede entre la General Paz y el Río de la Plata? Las escenas culturales de las provincias me parecen mucho más concentradas en procesos y dinámicas internas que oteando hacia otros lugares. Aunque, obviamente, como en toda escena de provincia mira con celos, recelos, envidias y desconfianza a la escena cultural porteña, que tiende a ver a esas producciones de un modo sino despectivo, al menos, minorizante.
APU: En relación con lo anterior, ¿cuáles son tus consideraciones acerca de la importancia de pensar en la escena cultural desde una perspectiva interseccional?
G.B.: Para mí es imprescindible. Ya no podemos permitirnos pensar por fuera de la interseccionalidad. El gran desafío es pensar, puntualmente, esas interseccionalidades y construir esas interseccionalidades, deconstruirlas, reconstruirlas y ponerlas en escena. Por ejemplo, una gran apuesta de la Manzana, en la programación que tenemos en Facebook e Instagram durante el mes de octubre, fue nuestra asociación con el colectivo Identidad Marrón y pensar junto con elles en el particular cruce de clase, raza, género, sexualidad y cómo impacta esa interseccionalidad en las vidas particulares de las personas. Una de las actividades planteadas se refiere a personas “marrones” contando sus experiencias de segregación continua en Buenos Aires, por ejemplo.
Por eso, la interseccionalidad no es una moda, aunque esa palabra a mí no me gusta porque pareciera ser que son vectores que se intersectan. Y esos vectores solo existen porque primero fueron separados, y luego tenemos que ponernos a pensar en cómo se cruzan. Yo prefiero la idea de encarnadura, y cuestionarnos cómo las diferencias y los clivajes sociales e históricos están encarnados, más que interseccionados, y hechos en, por y desde cuerpos deseantes.
APU: Sabemos que, entre tus preocupaciones centrales, se encuentran el colectivo LGBTIQ+, las personas afrodescendientes, les originaries y las mujeres cis. En este sentido: ¿qué impronta te gustaría darle a la Manzana de las Luces durante tu gestión como director?
G.B.: Lo que me gustaría que fuera un sello de gestión es poder pensar a la Manzana con un viejo concepto jesuítico: "junta de temporalidades". En los siglos XVII y XVIII, se llamaba junta de temporalidades al conjunto de administradores de los bienes temporales de la iglesia. En ese sentido, mi idea es retomar ese concepto, pero con el sentido actual y plantear a la Manzana como un espacio de intersección, de superposición, de palimpsesto de esas temporalidades que se ven en cada una de las paredes del edificio. Aquellos edificios que, por ejemplo, parecen súper antiguos y coloniales son producto de una restauración más o menos reciente que ha inventado un look, un aspecto más o menos jesuítico, que nada tiene que ver con la forma original que tenían los edificios. Son ejercicios de restauración que para entenderlos me gusta usar el concepto de fakelore. Así como el folklore, la historia del folk, del pueblo, están también las fakelores, las historias fake, y la Manzana es un espacio donde se reproducen como hongos esas fakelores. Esas historias fake forman parte de todo un proceso de restauración que consistió en una continua reinvención de la Manzana de las Luces, apuntando a reconstruirla como un pasado y negando su presente. La Manzana me parece un ejemplo arquitectónico, un monumento, a la reinvención de tradiciones y al sistemático olvido de otras como la "Noche de los Bastones Largos" que se vivió entre paredes destruidas por la dictadura de la época
APU: ¿Qué desafíos te planteó haber asumido la dirección de la Manzana de las Luces durante el período de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO)?
G.B.: La pandemia y el ASPO coloca a toda la gestión en una nueva encrucijada para la cual ningune de nosotres, creo, estaba preparade. Como una nota de color, si bien fui designado como director desde el mes de abril, recién pude llegar a Buenos Aires a principios de agosto. Entonces, a modo de chiste, siempre cuento que mi llegada de Córdoba a Buenos Aires demoró el mismo tiempo que se demoraba en la colonia.
Todos esos primeros meses fue un tomar contacto con las personas, con el edificio a través de filmaciones y empezar a trabajar virtualmente con el equipo de gestión que estamos creando, recreando, instituyendo, reinstituyendo en la Manzana. Esto genera un desafío enorme. Otro gran desafío es la restauración de los aspectos edilicios y humanos. La Manzana ha sufrido un constante proceso de deterioro y abandono que se acentuó en los últimos años de una manera mucho más que triste, tristísima, tristérrima, y que desde este año comenzó a revertirse. Hay espacios que fueron transformados a propósito en ruinas. Se iniciaron obras de “remodelación” destinadas a inhabilitar las salas de teatro del primer piso de Redituantes. Esas obras fueron abandonadas a mitad de camino sin siquiera retirar los escombros o de terminar la destrucción. Es muy triste ver una gestión del patrimonio que apunta a la creación del daño, que hiere los edificios y a las personas y a lxs trabajadores.
Entonces, es como un gran desafío de este tiempo tratar de reconstruir vínculos con les trabajadores, tratar de reconstruir paredes, patios, techos. Por otro lado, un gran desafío es apropiarnos de las redes: Facebook, Instagram, Twitter, que le permitan a la Manzana ir más allá de Buenos Aires. Es interesante cómo se plantea que en la Manzana se vivió gran parte de la historia argentina, lo cual es cierto. Pero es una historia de la Argentina muy centrada en Buenos Aires, como es lógico por la ubicación geográfica del espacio. Es una necesidad urgente federalizar la Manzana y hacerla accesible a aquelles que están lejos y también a aquellas personas que por razones de impedimentos físicos no pueden ingresar a las salas o a los túneles jesuíticos. Para eso, estamos trabajando en la creación de aplicaciones, visitas de 360°, y otras herramientas virtuales. El mes pasado ganamos un premio de Ibermuseos para crear una app y un videojuego con los túneles. Estas herramientas no quieren ser miméticas de lo presencial. Con ellas buscamos abrir una nueva dimensión para que la Manzana pueda estar no solo situada en ese enclave tan caro a la historia argentina y a la historia porteña, sino que pueda, como un museo nacional, salir de su localidad e ir mucho más allá y ser capaz de alojar la diversidad sexo/genérica, étnico/racial, pero también la diversidad geográfica, funcional, y otras para convertir a la Manzana en un espacio auténticamente nacional. Eso supone hacer del espacio un lugar de memoria y un sitio en donde puedan reconocerse no solo quienes viven en Buenos Aires, sino que de la Quiaca a Ushuaia y más allá, en la Antártida y en las comunidades de migrantes argentines en distintos rincones del planeta puedan sentirse en la Manzana.