¿Para qué sirve la filosofía?
Socialmente, la filosofía no sirve para nada o solo sirve para producir preguntas y molestar al interlocutor —un filósofo profesional actualizado respondería: sirve para fabricar conceptos, pero entonces habría que explicarles a los profanos qué es un concepto. O sea... es como una cosa que nunca se entiende bien, como si en realidad fuera insignificante, mal que nos duela a los filósofos. Porque los filósofos creen, en cambio, que la filosofía es muy importante, y así lo hicieron saber durante siglos —en una sociedad caracterizada por su analfabetismo, la enorme mayoría de los filósofos supo pertenecer a la clase privilegiada que leía y escribía, aunque siempre mantuvo una relación tensa, de rechazo envidioso, con el dinero. Lo loco es que mucha gente le creyó a esta secta de desquiciados. En mi juventud, mis ex suegros de aquellos años me preguntaban, preocupados (con razón, seguramente): ¿de qué van a vivir? Cuando se es joven se cree que se puede vivir de las ideas… o con poco y nada. Hace una década, casi sobre el fin de la era kirchnerista (?), el filósofo Darío Sztajnszrajber sacó un libro que se llamó precisamente: ¿Para qué sirve la filosofía? Ahora lo reeditó Paidos. Interpretaremos algunas de sus derivas.
Es una pregunta lógica: ¿Para qué puede servir la filosofía? ¿De qué vas a vivir, siendo filósofo? Mis suegros eran adultos, nosotros éramos jóvenes. Ellos pensaban (quizás yo también pensaba) que la filosofía era una carrera universitaria igual que ingeniería o medicina o cualquier otra. Uno estudia abogacía para ser abogado y que le digan doctor. En cambio, el filósofo no tiene que recibirse de filósofo para ser filósofo, y de hecho en los años sesenta y setenta hasta no se veía con buenos ojos que uno se disciplinase tanto como para recibirse de filósofo. De hecho, el filósofo más importante del siglo pasado, Martín Heidegger, repetía a quien se le acercara a escucharlo que él no era filósofo, era pensador —Arendt decía eso también, y por nuestros pagos éramos más de uno los que nos enorgullecíamos de la diferencia. Gajes del oficio.
¿De qué puede vivir un filósofo? es una pregunta muy lógica, y la respuesta es: de cualquier cosa. La respuesta lógica hubiera sido: de profesor, de investigador, de becario, con suerte de periodista o divulgador de ideas. Pero porque de este modo se piensa la filosofía de un modo limitado, restringido, como si ser filósofo te impidiera ser cualquier otra cosa (obviamente que no vas a ser arquitecto porque seas filósofo, pero un buen arquitecto tiene algo de filósofo; un médico puede ser clown, pero no cuando es médico: no puede ser ambas cosas a la vez, en el mismo instante). Ser filósofo no significa ser algo, más bien simplemente implica lograr cierta modulación en la forma de la existencia que se lleva. No es mucho, tampoco es poco.

Darío Z. toma otro camino para desandar o desasnar esta pregunta —la cuestión para un filósofo que es iluminado por los medios consiste en mantener su libertad de pensamiento cuando su pensamiento queda atrapado por lo que se puede decir a través de una pantalla. Z. escribe una especie de Ulises pero que por suerte tiene la mitad de las páginas de Adán Buenos Aires. Un libre correr de la consciencia al mejor estilo de una Molly Bloom medio paranoica que duda de todo, hasta de sí mismo. El personaje, un filósofo, viaja asaltado por todo tiempo de preguntas y experiencias en distintos transportes públicos (colectivo-tren-colectivo), deambula por el AMBA, se cruza con distintos personajes: la vieja quejosa y antiperonista, los “pibes” que si no son chorros se le parecen, varias parejas de enamorados (o tal vez una sola) que se besan casi todo el tiempo… y él, o ella, esta consciencia que discurre por las grandes preguntas que nunca resolvió la filosofía, que la asedian desde siempre, y que Z. reformula de forma graciosa. La pampa es un desierto laberíntico cuyo centro se mueve con el andar del filósofo perdido en el día.
Más que responder la pregunta, Z la despliega en un discurrir sin fin. Si bien es cierto que hay una tradición que presenta al filósofo como un ser casi torturado por sus ideas, expuesto a situaciones extremas (la más extrema: perder el yo), hay otra tradición que lo presenta como un individuo que busca tranquilidad y desprendimiento, para poder dedicarse así a lo que más le gusta: pensar (o leer: leer es un ejercicio para pensar). No creo que la filosofía sirva para que el filósofo desarrolle todas esas preguntas tan inquietantes, mucho menos para responderlas. No sé si el libro de Z es de divulgación. ¿Será un libro de filosofía? Tampoco. De ficción no es. Salvo que como supo decir nuestro filósofo más grande, Jorge Luis Borges: Todo sea literatura.
Su primera edición fue sobre el final de la era kirchnerista, su reimpresión es en este momento crítico para el pensamiento. En el 2013 sonaba como una invitación a que nuevas muchachadas se sumaran a la epopeya del pensamiento. Como diría Auguste Gusteau en Ratatouille: “Todos podemos pensar”. Su reimpresión en este momento, donde la gente se refugia en la lectura de lo que entiende frente a una realidad ininteligible, tal vez este libro ayude a comprender el fracaso de una forma de pensar que no es filosofía, sin dejar de serlo.
PD: ¿puede un filósofo ser de clase media? ¿puede no-ser de clase media? ¿Qué será la clase media? ¿Será? ¿No estaremos inventando guaridas o catacumbas para sobrevivir en los tiempos de miseria que se avecinan? ¿O fracasarán antes, como sucedió siempre hasta ahora? ¿Puede un jugador esperar ganar por el fracaso o error del otro? ¿el otro?