De Chavos y Juanitas o la perversa meritocracia
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
La injusticia social es el resultado de una minoría que conserva la mayor parte de la torta; entonces la clase media, quienes alcanzan a la mesa, comen un poquito de los restos que dejan en los platos; y los pobres, apenas de las migas que caen al suelo. Pero todavía se escuchan las voces de los que dicen que son pobres porque no se esfuerzan, que es más fácil comer de las migas que salir a trabajar, que se conforman con poco, que se llenan de hijos e hijas para tener planes y más planes sociales.
Pero quiénes tienen, ¿hicieron méritos para tener? Y quiénes no tienen, ¿porque no emprendieron los esfuerzos necesarios para tener, para llegar? No necesariamente. La meritocracia es un planteo tan reduccionista como perverso.
El esfuerzo es muy importante, pero no es suficiente, no garantiza el logro de los objetivos. Gabriel García Márquez señaló en una entrevista que su secreto era 30% de talento y 70% de culosilla. Probando así que con la combinando del talento y del esfuerzo se puede llegar a buen puerto. Pero no seamos ingenuos y vayamos más allá del premio nobel y de su teoría del éxito literario. Pensemos en tantos seres que nacieron y crecieron en familias sin recursos económicos, sin los alimentos y los estímulos necesarios. Pensemos en las poblaciones reprimidas, olvidadas, que apenas sobreviven cada día. ¿Cuántos talentos hay en los barrios, en situación de calle, en las cárceles? ¿Pueden lograr sus objetivos, sus sueños, vivir vidas dignas? Hay excepciones, pero esas singularidades no deben ser usadas para instalar la regla general de que únicamente con esfuerzo se puede llegar, porque es una falacia. El talento y el esfuerzo no son suficientes. Millones de seres humanos no pueden darse el lujo de alcanzar un objetivo, un sueño, cuando no alcanzan a comer. Como El Chavo del 8 cuando se distraía contemplando el emparedado de Quico, que podía comer porque tenía al menos una madre y un techo. Si se tiene hambre, el foco de concentración estará puesto en la comida, en la supervivencia. Millones de Chavos y de Chavas siguen en los barriles mientras en la vecindad cada cual atiende su juego.
Los que manejan el poder, los que cocinan la torta, deslizan la idea de que con esfuerzo se pueden lograr los objetivos. Y así instalan una de las formas de manipular a las clases dominadas. Quienes tienen el milagro de un trabajo, de un sueldo, se esfuerzan, buscan cubrir sus necesidades básicas, tal vez el sueño del auto y la casa propia; pero como más de una vez señaló Pepe Mujica, en el camino de esas adquisiciones se les va la vida, porque logran esas cosas materiales no solo con dinero sino con tiempo; tiempo que sin lugar a dudas resulta más rentable para los que manejan los hilos del poder.
Las ideologías reinantes establecen, lamentablemente, la competencia por sobre la cooperación. Competir para tener, porque el ser humano marcado a fuego por el capitalismo se define en el poseer. Pero aun así, solo la igualdad de oportunidades permitiría que la carrera sea justa. En la pista de la vida hay quienes arrancan detrás, sin salud, educación y alimentación necesarias que permitan sostener la marcha.
Hay quienes nacen perdiendo, en medio de una historia que ya suma varias derrotas familiares y sociales. Y están quienes surgen en estructuras donde la mesa está servida de antemano, Juanitas con Mirthas. Juanos, con apellidos instalados y cuentas bancarias que son el ancho de espada y el de basto para un juego garantizado. Es verdad que esa estructura acomodada no garantiza el éxito porque se puede o no estar a la altura de lo que se recibe, aprovechar de lo que se hereda. Pero sin lugar a dudas no es lo mismo que nacer desheredados, en la orfandad de ciertas garantías básicas, que llegar a la vida y tener ya servida una mesa repleta de manjares.