Menos psicofármacos y más medicina natural
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
Los que manejan el poder son los que determinan históricamente, y acorde a sus ideologías, qué está bien y qué no. Si una chica de 18 años sale del supermercado con 5 cajitas de vino, desde luego que no es detenida y menos penalizada porque la venta de alcohol está permitida a los mayores de edad, aunque ese brebaje berreta le perfore el hígado, entre otras cosas. Pero si esa misma adolescente está en una plaza fumándose un porro, es muy probable que la policía la interrogue y la palpe sospechando que es una traficante que en la mochila esconde un kilo de marihuana. Como en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, millones de seres humanos consumen psicofármacos, recetados o no, buscando equilibrar sus sentimientos que oscilan entre la angustia y la depresión, pastillitas para dormir y hasta para tener potentes relaciones sexuales. Pero nadie se espanta, aunque los botiquines familiares sean farmacias y una tentación para las almas suicidas.
Cuando viajé a la Amazonía peruana, hace unos 10 años, tuve la suerte de interactuar con los shipibos, un pueblo originario. Y mantuve largas charlas y profundos aprendizajes con un chamán con quien pude vivenciar el ritual y los efectos de la ingesta de la ayahuasca por primera y única vez en mi vida. Estaba ahí, en plena selva, en Contamana, y quería vivir a fondo cada instante, saber y experimentar. Entre los pueblos originarios, nuestros ancestros, la sanación física, mental y espiritual, proviene de la conexión con naturaleza y de las bondades que ofrece. Preparados naturales, yuyos, flores, raíces, y desde luego, el curandero, el chamán, el que dirige el ritual, el que diagnostica y receta las pócimas necesarias para la curación. Pero somos bichos de ciudad, y la idiosincrasia arraigada, negadora de nuestros orígenes afroamericanos y de pueblos originarios, solo reconoce lo raíz europea y las ideologías impuestas desde el norte. Así olvidamos a la naturaleza y sus beneficios, y quedamos pacientes, pasivos, del otro lado del escritorio, para salir de los consultorios médicos portando recetas de químicos sintetizados que compremos en las farmacias. Y de este modo fuimos olvidando también, influidos por la medicina impuesta, las recetas de las abuelas y de los abuelos, que con tilo, manzanilla o limón sanaban nuestros dolores estomacales y ansiedades.
Una sociedad en la que se instalaron los medicamentos de laboratorios para curarlo todo, ¿se cierra, no digo al uso, sino a la discusión de los efectos de plantas medicinales, como el cannabis, que ha mostrado múltiples beneficios para la salud? ¿No será que hay intereses e interesados a los que no les conviene arribar a las verdades que aportan las medicinas alternativas? Pero como sucede con el aborto, que aunque no se legalice se practica igual (con los horrores asociados a la clandestinidad y las consecuentes lesiones físicas, emocionales y muertes de tantas mujeres) el uso del cannabis y de sus derivados se viene expandiendo sin freno, salvo el stop que imponen las fuerzas de seguridad y las anticuadas legislaciones que finalmente comenzaron a cambiar cuando por estos días el presidente Alberto Fernández firmó un decreto que legaliza el autocultivo y la venta en farmacias para el uso medicinal.
Mientras mi madre estuvo internada por una neumonía, a su lado había una viejita de 86 años con múltiples achaques. Su hija, cuando el médico salía de la habitación, como una niña haciendo una travesura, sacaba de la cartera una crema que contenía cannabis y masajeaba a su madre. Mi amigo Christian venció su crisis respiratoria, que no remitía con la medicina tradicional, con homeopatía. Y los dolores articulares, consecuencia de una artritis, fue solo con el aceite de cannabis vaporizado que logró bajar la intensidad de sus dolores y tomar menos corticoides y antipalúdicos que alteraban otros funcionamientos de su cuerpo. El reumatólogo no supo qué decirle, pero registró los cambios positivos y avaló bajar los miligramos de las medicaciones alopáticas que le recetaba.
¿Qué es más droga, el paracetamol, el ibuprofeno, el clonazepán, o el ayahuasca, el cannabis, las flores de Bach? ¿Y quién es más adicto, el que se fuma un porro, toma gotas de cannabis, o el que ingiere analgésicos ante cada dolencia corporal o psicofármacos para equilibrar los desajustes psicoemocionales? ¿La única verdad es la de ciencia, las matemáticas y los laboratorios? ¿Y las verdades de la naturaleza y de los ancestros? ¿Pueden convivir diversas prácticas? Legal o ilegal, depende del cristal del poder con el que se nos impone mirar. Hubo un tiempo, en el siglo pasado, donde en Estados Unidos se impuso la "Ley seca". La fabricación y el consumo de alcohol era penalizado, salvo… (música de suspenso) en las celebraciones religiosas o recetado por un médico con fines terapéuticos. La cultura y los que manejan el poder y el negocio del vivir, arman y desarman a su antojo subjetividades, cómo debemos ser, vestirnos, qué consumir, qué es válido y qué no. Por otro lado, aclaremos que, no es lo mismo el uso de una sustancia que su abuso. Sin lugar a dudas hay que seguir investigando, abriendo las cabezas de los que se oponen sin saber o solo sabiendo lo que se les impuso, pero por sobre todo hay que escuchar y dialogar con lo más jóvenes que, dada la personalidad en formación, pueden ser más vulnerables a ciertas imposiciones sociales y excesos y caer así en el uso problemático de ciertas sustancias.
El consumo terapéutico de la planta de cannabis ya es un hecho. Cultivar ya no será un acto ilegal, pero por sobre todo dejarán de ser criminalizados los usuarios. La ley promueve el cuidado integral de la salud de las personas que deseen utilizar ese recurso para sanarse. El uso medicinal del cannabis ha demostrado ser efectivo en más de 20 patologías y paliativo de varios síntomas. Sin embargo, es necesario promover investigaciones, saber más y entonces asesorarnos mejor para que se conozcan los efectos positivos, pero también los riesgos de los posibles usos innecesarios o abusos. En los hogares se puede fabricar vino o cerveza, hoy tan de moda, pero no se podía sembrar y cultivar cannabis para el uso personal y con fines terapéuticos. Más allá de las apetencias personales, que siempre son válidas si no perjudican a los demás, comienzan a darse respuestas efectivas al reclamo de las y los sufrientes y sus familiares, y de este modo podrán acceder al cannabis de manera legal y segura, en lugares habilitados, o por medio del autocultivo, sin que ello sea sancionable. Mediante indicación médica, las y los pacientes, o sus familiares, tendrán que inscribirse en el Programa Nacional de Cannabis (REPROCANN) donde recibirán la autorización correspondiente pero por sobre todo el asesoramiento. Más allá de la legalidad, sumamente necesaria, no se trata de consumir por consumir. Cuando hablamos de sanación, de la búsqueda de un efecto terapéutico, es necesario saber qué se está ingiriendo, de dónde proviene, su la calidad y la cantidad de la sustancia, en el caso del cannabis, el equilibrio entre el THC y el CBD.
En un mundo superficial y sintético, que se opuso a la naturaleza y sus beneficios, es necesario volver a lo natural sin desacreditar otros saberes que puedan colaborar con el bienestar integral entre los seres humanos y el ambiente.