El largo adiós al Pacha Velasco, Montonero silvestre
Por Mariano Pacheco*
Esta semana se va y con ella, la presencia física de Ricardo Velasco, “El Pacha”, como se lo conoció en la militancia y a quien conocí de pibe, primero al verlo en la pantalla del cine Lorca de la calle Corrientes, durante el estreno del film documental Cazadores de utopías (la película de la “Columna norte” Eduardo Blaustein, como decíamos entonces), y luego en persona, en uno de los tantos encuentros de formación que mantuvimos con el Movimiento La Patria Vencerá, el MPV, la organización en la que milité entre 1996 y 1999. En ese período, además, vi varias veces al Pacha en reuniones, porque entre su grupo de zona norte, el nuestro de zona sur, y otros que circulaban entre ambos extremos del Conurbano (la Organización Política Malón, las agrupaciones universitarias La Cullén y La Cooke, y otros grupúsculos culturales y sociales con los que armamos “El Encuentro de las Militancias” con el que pretendimos entonces agrupar el activismo del Nacionalismo Popular Revolucionario que aún reinvindicábamos). El Pacha, de Zona Norte, estaba de todos modos siempre en boca de compañeros y compañeras Montos de la Zona Sur, por donde él también había pasado a inicios de la última dictadura cívico-militar.
Por eso, tras varios años sin verlo ni saber nada de él, empecé a intentar rastrearlo para entrevistarlo, en función de un proyecto siempre pendiente que entonces quise retomar. Durante los apasionantes y calientes días de fines de 2001 casi nos cruzamos. Me contaron luego que el 20 de diciembre habíamos estado cerca, muy cerca, resistiendo ambos, junto con miles de chicas y muchachos, los embates de las fuerzas represivas que cumplían con el mandato presidencial de Fernando De La Rúa de desalojar la Plaza de Mayo, puesto que reinaba el Estado de Sitio en todo el territorio nacional. Pero no recuerdo haberlo visto y él no recuerda tampoco haberme visto a mí, me confirma una vez que logramos encontrarnos. Para mi sorpresa el “estaba igual”, como dice el dicho popular: siempre con su bigote mostacho, su frente amplia y sus ojos saltones, saludando afectuosamente y con un entusiasmo que expresaba en su capacidad de oratoria. Estaba ese día, eso sí, más pelado, y vestido de manera más formal. Entonces trabajaba en el Banco Nación, y se había casado con la que entonces era ministra de Economía del gobierno kirchnerista.
Le cuento que quiero escribir un libro que se titule #MontonerosSilvestres, y recupere todas aquellas historias que él, Beto y Marcia, Lila y Cacho y tantas otras y otros militantes nos contaron cuando éramos pibes: cómo organizaron el trabajo barrial, las acciones armadas de propaganda y sabotaje y otras cosas más durante aquellos complicados años de la segunda mitad de la década del setenta. Él me dice que sí, que por supuesto, pero me pide, eso sí, que no aparezca ni su nombre ni referencias que hicieran evidente que el del el relato era él. Si bien había sido una figura pública de la Tendencia Revolucionaria, de la Juventud Universitaria Peronista, y en la militancia se sabía que venía de las FAR (las Fuerzas Armadas Revolucionarias que dirigía Carlos Olmedo) nunca había contado públicamente su paso por la Zona Sur del Conurbano durante los años de la dictadura. Tampoco su breve estadía en Mendoza. Y allí el Pacha se transformó en El Pocho, uno de mis personajes del libro de investigación y testimonios Montoneros silvestres.
Cada tanto el Pacha me decía: “apagá el grabador”, y contaba las partes que todo periodista, todo investigador, moriría por publicar. Pero ese “pacto ético” que se estable, sin papeles ni nada, sino así, puramente de palabra, entre entrevistador y entrevistado cuando ambos son militantes, hizo posible aquella extensa conversación, en la que Pacha no deja de traspirar, al punto de tener toda la camisa mojada a pesar de mantener encendido el potente aire acondicionado del lugar.
Pacha me cuenta que es “Nariz con pelo” quien le dice que vaya directamente a su destino, porque hacía poco tiempo atrás (en octubre de 1976), se había producido la gran tragedia conocida como “las caídas de las citas nacionales”, y entonces, aprovechando que Pacha tenía militando en la zona tanto a su cuñada como a su cuñado, Nariz le insiste que, para evitar que su cita pase por la Conducción Nacional, se vaya directo a Sur, disminuyendo así los riesgos de una eventual filtración de la información, y una probable futura caída, de él también, en manos del enemigo.
Así, a través de sus cuñados, Pacha logra “engancharse” en la Zona Sur.
– Empezamos mal en sur –relata–. Voy a una cita con Palito, que ya tenía preestablecida. Era una cita en la calle Acha, que era de tierra, según recuerdo. Y cuando estábamos caminando por esa calle, vemos venir un coche en sentido contrario. Entonces Palito me dice: “Ese es mi jefe”. Era su responsable, que evidentemente estaba chupado. El compañero nos mira, desde adentro del auto, pero no nos canta.
Pacha sigue su relato:
– Fue una situación de emergencia que se da… Así empiezo en sur. A los quince días, eso sí, logramos tener una reunión con el jefe de la columna, que era el Tata Sapag. Ya en ese momento lo único que quedaba en zona sur era la estructura militar y un poco de prensa. Había dos pelotones que estaban en Sur II, y dos o tres pelotones en Sur I. En Sur II estaba a cargo Taco, un compañero al que apodaban así porque venía de las FAP [Fuerzas Armadas Peronistas] y había estado en Taco Ralo [Campamento de guerrilla rural instalado por las FAP en la provincia de Tucumán. Todos sus integrantes fueron detenidos en 1968, al poco tiempo de instalado el foco]. Un viejo compañero de la Orga.
Pacha cuenta que entonces la línea operacional de Montoneros en la zona tenía que ver, por un lado, con el fortalecimiento del laburo sindical y territorial, y por el otro, con el intento de golpear a las fuerzas represivas.
– En los barrios laburábamos con el mismo criterio que en las fábricas: les hacíamos llegar materiales de la orga a los referentes políticos y, por otro lado, el trabajo más de prensa, que lo hacia la estructura militar, porque en esa época repartir volantes significaba una operación militar. Mantuvimos mucho el laburo político en Florencio Varela, y en Quilmes, especialmente en La Cañada. Las operaciones político-militares tenían que ver siempre con las fábricas. Hubo operaciones en la Papelera, porque ahí desde la empresa estaban entregando compañeros. Y en Peugeot. Lo que se hacía en ese momento eran operaciones de propaganda, ir a las puertas de las fábricas a repartir volantes, propaganda armada, porque iban un par de pelotones en plena madrugada, con fierros. Era una cosa muy elemental que tenía que ver con la necesidad nuestra de manifestar ante los obreros que había resistencia armada, y que esa resistencia tenía que ver con los intereses de los trabajadores.
Doy vuelta el casete y leo: 12/09/05. Me quedo pensando en si tiene sentido volver a escuchar aquellas palabras que, de todos modos, estoy leyendo en la pantalla de la computadora. Casi al instante me digo que sí, que el tono de las voces me permite situarme más en la lejana tarde en que realicé la entrevista y que los modos de hablar, muchas veces, son indicios de sentimientos que difícilmente pueden ser captados en una simple y rápida lectura de un desgrabado. Luego de un prolongado silencio, se escucha la voz de Pacha decir:
– Me pone mal, me pone nervioso hablar de todo eso.
Cuando habla de El Tata, recuerdo, a Pacha se le encendía la mirada. Se tocaba su bigote mostacho todo el tiempo.
Escucho otro tramo de la cinta:
– Ese era El Tata. El mismo que una vez caída toda la estructura política se decidió a reagrupar todo detrás de la estructura militar: además de la estructura propiamente militar, operativa, funcionaba una estructura de Logística y otra de Prensa. Lo que había de fuerza, lo que quedaba era muy poco: dos o tres oficiales, un grupo de suboficiales y algunos milicianos. Con eso El Tata logra relanzar la resistencia en la Zona Sur del Conurbano.
Su protagonismo durante la resistencia a la última dictadura fue testimonio anónimo hasta hoy, como el de tantas y tantos militantes para quienes lo importante no era su nombre, sino la experiencia colectiva a la que contribuyeron. El Pacha fue uno de ellos, y otro de los que contribuyeron a que las nuevas generaciones pudiéramos, a través de su testimonio, construir el archivo necesario para seguir sosteniendo la entorcha encendida, y continuar –como señalo en el propio libro parafraseando a Walter Benjamin-- tejiendo ese secreto compromiso de encuentro entre las generaciones del pasado, y la nuestra.
* Director del Instituto Generosa Frattasi. Escritor, periodista, investigador popular.