11 de marzo de 1973: la historia al galope
Por Jorge Giles | Fotografías tomadas del archivo personal de Roberto Baschetti
El peronismo demuestra ser, desde sus orígenes, el movimiento más democrático de la Argentina. Acumula poder en las calles y define en elecciones. Empuja desde abajo, desde las entrañas del pueblo, produce el 17 de Octubre y a la hora de la definición estratégica, reclama elecciones y las gana. Así fue siempre. Perón podría asentarse sobre la pueblada que lo liberó de su prisión en Martin García y, por ejemplo, llamar a una insurrección general y tomar el gobierno con la fuerza y la energía que le otorgaba ese pueblo movilizado como nunca antes; sin embargo, movió las fichas esa misma noche, exigiendo una inmediata convocatoria a elecciones generales para elegir al nuevo gobierno de los argentinos y argentinas.
Después de 1955, ya en el período signado por la Resistencia peronista, con huelgas obreras, sabotajes industriales, actos relámpagos, pintadas callejeras a lo largo y ancho del país, la difusión de la palabra del líder en el exilio que bajaba como un mantra sagrado y una hoja de ruta desde Madrid, el peronismo resuelve coyunturas posibilitando el triunfo electoral de Frondizi y triunfando en la provincia de Buenos Aires con la fórmula Framini-Anglada. Y aún con los conocidos traspiés y frustraciones de aquellas complejas circunstancias, no abandona la lucha de los trabajadores, siempre acompañados por una creciente participación de la Juventud Peronista.
Seguimos reafirmando que es imprescindible rescatar y analizar profundamente el impacto que tuvo en aquellos años, y los que vendrían después, la heroica Huelga del Frigórifico Lisandro de la Torre. En ese suceso épico se asentará el perfil que tendrá el movimiento popular en los años venideros. El mensaje, desde entonces, fue: el peronismo no se integra dócilmente al sistema, sino por el contrario, lo cuestiona y lo complejiza, en su misión de lograr la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.
Con el correr de los años y en ese contexto histórico se irá formando una nueva generación de militantes ávidos de libertades, de democracia, de liberación. Son los muchachos y las muchachas que no conocieron la vida en democracia, que sabían de las conquistas sociales del peronismo por sus padres o por transmisión oral colectiva, que derribaban las murallas del autoritarismo en todos los terrenos, que enfrentaban a la dictadura sabiendo que lo arriesgaban todo y que sintetizaban en la vuelta de Perón a la Argentina, todos los sueños de una época.
Eran los hijos y las hijas del peronismo, pero sobre todo eran los protagonistas de un mundo en plena transformación. Se referenciaban en Perón y Evita, como en Fidel y el Che. Brotaron del Mayo francés en 1968 y encarnaron aquí el Correntinazo, el Cordobazo, el Rosariazo y las otras puebladas de 1969 y las heroicas movilizaciones que vendrían después.
Eran los jóvenes del grito encendido y callejero de “obreros y estudiantes, unidos y adelante”.
Era la generación que se estremeció con el “Aramburazo” porque sentían que se reencontraban con la historia inconclusa de sus padres.
Eran los jóvenes que leían y distribuían emocionados la carta de despedida de Perón al Che como “el mejor de nosotros”.
Esa generación fue la encarnación de la mística política en la historia argentina. Por eso amaron como amaron a Juana Azurduy y los Caudillos Federales, a don Hipólito Yrigoyen, a Juan Domingo Perón, a Evita, siempre Evita, a los mártires de la Resistencia, a Felipe Vallese, a los Héroes de Trelew.
Hay que entender el tiempo que les tocó vivir, el mundo y el país que les tocó vivir, la patria grande que les tocó vivir, para poder entender cómo fue que le arrancaron a la dictadura de entonces el llamado a elecciones generales para el 11 de Marzo de 1973.
Aquella formidable y excepcional energía fue canalizada por una consigna de la misma Juventud Peronista: “Luche y vuelve”. Sentaban las condiciones y el cuadrilátero por donde creían se dirimía el presente y el futuro de los argentinos: con Perón todo, sin Perón nada. Era una forma de plantar banderas ante un sector de la dirigencia siempre dispuesta a tranzar con el enemigo, a ser dócil con el enemigo, a traicionar frente al enemigo.
Y para ser más precisos ante aquellos que en las sombras renunciaban a las mejores banderas de lucha, llenaron los muros de la patria con otra consigna complementaria del “Luche y vuelve”: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
Esa juventud que protagonizó la última etapa de la Resistencia después de 1955, con sus muertos, sus heridos, sus presos y sus perseguidos, es la que va a protagonizar la campaña electoral que desembocaría aquel 11 de Marzo de 1973.
La historia venía al galope. Y había que aprender al galope las tácticas de una etapa inédita para ellas y ellos: acordar las listas electorales, hacer alianzas con sectores hasta ayer enfrentados, organizar las escuelas y centros de votación, repartir las boletas electorales, en fin, participar por primera vez de unos comicios que buscaban traer a Perón, devolverle al pueblo la Patria justa, libre y soberana por la que habían luchado durante 18 años de destierro y consagrar al Tío Cámpora como presidente de la Nación Argentina.
Los muros esta vez se cubrían con un afiche con el rostro sonriente del Tío y una sola palabra rubricándolo: “Lealtad”.
Cómo olvidar aquellos días previos, con sus actos pequeños, medianos y masivos, cruzados por una alegría colectiva sin parangón que nos hermanaba a todos y todas. Y fue entonces que la consigna de campaña nació tan naturalmente, que uno diría que fue la justa respuesta a una etapa que parecía madura para encarar los desafíos que alumbraran la nueva etapa por venir: “Liberación o Dependencia”.
La victoria traía presagios de tragedia, pero no lo sabíamos. Confiábamos en demasía, quizá, en que la fuerza arrolladora de aquel pueblo movilizado, con una juventud que ya había dado pruebas de su entrega total a la causa de la liberación, podría vencer todos los escollos que encontrara en su marcha. Confiábamos en la unidad indestructible del líder con su pueblo y en ese pueblo estábamos los jóvenes. Confiábamos en la acumulación de fuerzas que habíamos logrado después de tantos años de lucha.
Fuimos invencibles, mientras aquellas circunstancias históricas duraron. Y entre esas circunstancias, la unidad del campo nacional.
Los registros comiciales dirán después que ese día el FREJULI, Frente Justicialista de Liberación, obtuvo el 49,59 % del total de los votos emitidos y que su mediato seguidor del radicalismo obtendría el 21,30 %. O sea 5.907.464 votos contra 2.537.605. Tan abrumador fue el triunfo que no hizo falta una segunda vuelta. La dictadura cayó derrotada al grito juvenil de “Lanusse, Lanusse, mirá que papelón, habrá segunda vuelta, la vuelta de Perón”
Allí estaba el país desnudo, con sus contradicciones a flor de piel, sin mediaciones, sin falsos y pretendidos consensualismos absolutistas, el país a todo o nada, el país de verdad, el que se miraba en su propio espejo con la cara lavada y se veía Chacho Peñaloza con sus montoneras gauchas y antes Don Juan Manuel de Rosas cruzando con cadenas la Vuelta de Obligado para impedir la conquista anglo francesa de nuestros ríos interiores, y antes San Martín liberando pueblos y Manuel Belgrano presentando combate en nombre de la ley y la soberanía. Y ese día el país de verdad se descubrió la Patagonia de los fusilamientos y fue Quebracho en la Forestal y fue la Semana trágica y fue una y otra vez la tragedia y la alegría en el abrazo de Plaza de Mayo un 16 de Junio de 1955 y un 17 de Octubre de 1945.
El 11 de Marzo la victoria tuvo un sentido épico porque tuvo antes y después un sentido histórico. No todas las victorias electorales lo tienen.
“Después, qué importa del después” nos canta el tango; pero en estos asuntos de desentrañar nuestros orígenes, sí que importa el después. No pudimos, no supimos, no quisimos valorar un triunfo que pertenecía a un pueblo en su recorrido de dos siglos de historia y no a una sola fracción, por importante que fuera; fue como si ese triunfo nos quedó grande de talla a todos los sectores, incluyendo a Perón. La Juventud se llevó la peor parte, errores mediante, con sus muertos y heridos y en plena retirada justo cuando había que consolidar el proyecto por abajo y con la conducción estratégica de Perón, el conductor.
En poco tiempo más la victoria se esfumó o lo que es peor, estalló por los aires. Todos contra todos. Otra vez el enemigo operando a favor de la división del campo nacional y popular. Y caímos en la trampa. Pero eso es tema de otra nota.
El presidente Héctor J. Cámpora asumiría el 25 de Mayo y presentaría su renuncia junto a su vice, Vicente Solano Lima, el 13 de julio de ese mismo 1973. “La primavera camporista” fue la más corta de todos los calendarios: apenas 49 días.
En abril, antes de ser liberados, velaban sueños y utopías los presos políticos de la dictadura y Paco Urondo, uno de esos presos, escribía para todos los tiempos "La verdad es la única realidad":
Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos, al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o la producción
Los poetas siempre miran el futuro antes que los simples mortales. El drama es que entonces no supimos leerlo, ni a él ni a Rodolfo Walsh, y nos perdimos en laberintos insondables que inevitablemente nos tenderían, más temprano que tarde, una nueva emboscada del destino.
Por todo esto decimos que el “11 de Marzo de 1973” es una fecha para celebrar y reivindicar, pero mucho antes, es una clave para descifrar la historia de este pueblo y aprender de ella. Las victorias populares, cuando se dan, nacen para ser cuidadas, profundizadas, ensanchadas y aprovechadas para mover el mundo y el barrio donde vivimos.