Grupo de Mamis: La fuerza de la diversidad en la escuela pública
Por María Schujer
Pocas cosas hay tan asépticas, incluso en esta era alcoholengelizada, como el grupo de mamis de WhatsApp: una superficie digital impoluta cuyo código no escrito se respeta a rajatabla: nada de política. Pero, cada tanto, los emoticones y los adjetivos se ponen en suspenso para dar paso a diálogos serios como el siguiente:
Ana mamá de Lucio: Chicas, ¿el lunes hay paro? ¿Alguien sabe?
Mariela mamá de Paula: Sí, hoy a la salida hablé con la seño y me dijo que adhieren.
Ana mamá de Lucio: Muchas gracias. Nos vemos el martes, entonces.
Todas (o casi todas) saben que los docentes paran porque en una escuela de Moreno estalló una estufa de gas y hay dos muertos. Pero eso no se menciona en el grupo de mamis porque eso es política y todas digerimos sin tropiezos esa visión de la infancia como un territorio preservado de todo lo malo. Y la política, se sabe, encabeza la lista de todo lo malo.
Pero estamos en 2021. La realidad irrumpió de manera trágica el año pasado. Y ahora se repite como comedia: el presidente decreta detener las clases presenciales y el jefe de gobierno de la ciudad se las ingenia para desobedecer la orden. Es domingo a la noche y las mamis empezamos a preguntarnos unas a otras si mañana ponemos o no el despertador. Comentarios como ese van y vienen, aún sin adjetivos ni emoticones. Todas sabemos que este esperpento televisivo nada tiene que ver con la educación, y ni se diga con la salud. No sabemos si es debido al exceso de budín y vino en cuarentena o a la grosera incertidumbre que ya es rutina, pero la moral y los cinturones se relajan, y las mamis empezamos a transgredir poco a poco el código de oro. Ese latiguillo que venimos repitiendo hasta la náusea (“por supuesto todos queremos que los chicos vayan al colegio”) muestra su verdadero ser, vacío y pringoso. Ante nuestros ojos, la antipolítica va desvaneciéndose para dar paso a algo tal vez mucho más peligroso: el divide y reinarás. Como quien descubre el agua tibia, empezamos a notar que esa masa democráticamente amorfa llamada (no sin displicencia y alta dosis de misoginia) mamis en realidad está formada por individuos con diferencias. Y los vaivenes de la época nos ponen en la obligación de exponer esas diferencias, destapar las zonas ciegas que venimos esquivando con diplomacia y emoticones. Hay que tomar una decisión individual y, para hacerlo, requerimos cierto consenso. Nos orillan a romper el pacto.
Analicemos la conformación de un grupo de mamis tipo: siempre hay dos o tres maestras (alguna con el hijo o hija en el mismo colegio) que padecen en primera persona la desidia de Larreta y Acuña. Ellas no pueden no mandar a los hijos al colegio porque tienen que ir a trabajar y no hay con quien dejar a los hijos. No están vacunadas. Si deciden adherir a las protestas, les descuentan dos días por cada día de paro. También hay mamis que viven con sus padres o con alguna persona de riesgo. No están vacunadas. Algunas decidieron exceptuar a los hijos o hijas, pero, como en el colegio no hay suficientes docentes, no se están dando clases virtuales. A veces, la maestra manda una foto del pizarrón como único material y la mami hace con eso lo que pueda. Están (estamos) las mamis combativas. Nos mordemos la lengua para no soltar el torrente de improperios acumulados contra el gobierno de la ciudad. Proponemos organizarnos, protestar, firmar pronunciamientos. Todas trabajamos. No estamos vacunadas. Están también las mamis silenciosas. Son muchas y aunque no se conoce bien el origen de sus convicciones, realmente creen eso de no usar a los niños como carne de cañón de un enfrentamiento político y no se dan cuenta (¿o sí?) de que al mandarlos, están haciendo política pura. No están vacunadas.
La discusión se caldea. Unas se lamentan por tener que mandar a los hijos, pero no tienen el privilegio de trabajar en casa. Otras piensan, aunque tal vez no lo digan, que menudo privilegio es tratar de trabajar con el hijo o hija revoloteando alrededor. Las maestras van al paro contra su propio bolsillo, a sabiendas de que eso complica la logística de las otras mamis. Otras deciden no mandar a los hijos, a sabiendas de que le están sumando trabajo a la docente. Todas estamos infringiendo alguna ley. La ciudad convierte un derecho en moneda de cambio y amenaza con contabilizar faltas y quitar vacantes. Los días pasan y las burbujas se revientan.
El abatimiento va ganando la partida. Ya nadie parece sorprenderse cuando, a través de un comunicado, el Ministerio de Educación de la Ciudad decide jerarquizar (sic) el rol de las cooperadoras, delegando en ellas la responsabilidad de adquirir, administrar y distribuir insumos de bioseguridad. De fondo, los medios insisten en que los niños y las niñas se angustian si no van a la escuela. Se apoderan de la bandera del derecho a la educación. En el antes compacto grupo de mamis, se metió Freud, el precio del alcohol en gel y hasta la Corte Suprema. Circulan cartas, petitorios, encuestas. Memes. Una mezcla de resignación y odio nos deja apenas a flote, boyando sin norte en la segunda ola.
Sin vistas a una resolución próxima, llegamos a los nueve días. Los comentarios en el grupo son pocos. La desorientación es nuestro estado natural. En un nuevo giro de timón, nos comunican que ahora los chicos y las chicas no solo no van al colegio, sino que no tienen clases de ninguna índole y, en lo que no puede leerse sino como un disciplinamiento, suspenden también la entrega de canastas alimentarias. No resulta claro si se trata de un accionar maquiavélico o son estúpidos con suerte, lo cierto es que, en menos de un mes, llenaron de agujeros el tejido social. Las maestras, las que tienen el privilegio de estar en casa, las que no lo tienen, las combativas y las silenciosas, las macristas y las kircheristas, todas las mamis atomizadas en un sálvese quien pueda lastimoso y fútil.
Hasta hace poco y bajo el paraguas de la antipolítca, nuestras diferencias no tallaban: éramos sencillamente mamis (incluso en los grupos que tienen papis). El diminutivo nos tuerce la sonrisa porque sabemos que de todos los lazos que establecemos con el entorno, la maternidad es uno de los más divertidos, solidarios, sororos y productivos. Antes que cómplices del vaciamiento salvaje, preferimos ser mamis. Un término vilipendiado tras el que se esconde la fuerza de la diversidad de la escuela pública.