Los primeros años del Che Guevara
Por Lois Pérez Leira | Ilustración: Gato Nieva
Transcurría 1928 y Argentina se preparaba para nuevas elecciones. El gobierno de Marcelo T. de Alvear estaba agotado. El ala conservadora de la Unión Cívica Radical intentaba continuar en el poder, a través de Leopoldo Melo. Mientras los seguidores de Yrigoyen, llamados personalistas, impulsaban por segunda vez al propio caudillo, como candidato a presidente de la Nación.
La victoria de Yrigoyen fue aplastante, con el 62 % de los votos. Las clases medias, con el apoyo de la mayoría de los trabajadores, lograron un gran triunfo popular. Mientras esto acontecía, nacía en la ciudad de Rosario, el 14 de junio de 1928, Ernesto Guevara de la Serna.
Don Ernesto y Celia se habían casado un año antes. Cuentan que fue para escaparse de algunas incomprensiones familiares. Por ello se trasladaron a Caraguatay, en la provincia de Misiones, donde Guevara tenía un yerbatal. Su casa hecha con buena madera de la zona, fue construida por el propio don Ernesto. La misma quedaba a pocos metros del arroyo Salamanca que desembocaba en el Río Paraná, uno de los cauces de agua dulce más grande de América del sur.
Al pasar por aquel perdido paraje de la selva misionera, el Paraná tiene una anchura de 600 metros. La colonia Caraguatay está en Montecarlo, su nombre proviene del guaraní y significa "agua de ananá silvestre". Está ubicada en el centro-oeste de la provincia, quedando a 10 kilómetros de Montecarlo. Otras de las ciudades cercanas es Eldorado, a unos 30 kilómetros hacia el norte.
El escritor Jon Lee Anderson -en su libro Che, una vida revolucionaria - señaló de esta etapa del Che: “Cuando conoció a Celia, Ernesto había invertido casi todo su dinero en el Astillero San Isidro, la empresa constructora de yates de un pariente rico. Trabajó ahí como supervisor, pero al poco tiempo perdió interés. Un amigo lo entusiasmó con un proyecto nuevo: podía hacer fortuna cultivando yerba mate, la estimulante infusión vernácula que millones de argentinos beben religiosamente. La tierra era barata en la provincia yerbatera de Misiones, mil ochocientos kilómetros al norte de Buenos Aires por el río Paraná, en la frontera boreal de la Argentina con Paraguay y Brasil. Colonizada inicialmente por misioneros jesuitas y sus indígenas guaraníes conversos en el siglo XVI, anexada cincuenta años antes por la Argentina, Misiones empezaba a entregar tierras al cultivo. Especuladores de bienes raíces, aventureros ricos e inmigrantes europeos pobres acudían a la provincia. Guevara Lynch fue a explorarla y se contagió de la “fiebre yerbatera”. Su dinero estaba invertido en el astillero, pero esperaba que la herencia de Celia le permitiera comprar tierra suficiente para una plantación de yerba mate y luego hacerse rico con el rentable “oro verde”.
Por aquellos años, la zona era una selva virgen, era necesario trabajar mucho para ganarle tierra al monte y poder cultivar. La explotación de 20 hectáreas estaba al lado del Río Paraná. Desde su casa, que estaba en un cerro, se devisaba la Isla Caraguatay y la hermosa playa fluvial que está en un recodo del río. El dorado, el surubí, el manguruyú son las especies más proliferas de la zona. Mientras la fauna estaba representada por loros, por tatús carreta, el mono carayá rojo, el venado de las Pampas, el tapir, la nutria gigante, el oso hormiguero y el yacaré overo. Algunos de ellos ahora, en una etapa de casi extinción.
En este remoto punto de la selva misionera, Celia quedó embarazada. Cuando se fue acercando el momento del parto, volvieron a Buenos Aires. Ambos querían que el nacimiento fuera adecuadamente asistido y acompañado por la familia. Se embarcaron utilizando para ello las líneas navieras que surcaban el río Paraná. Sin embargo el alumbramiento se adelantó y debieron descender en el puerto de Rosario, y en una clínica de esa ciudad nació Ernestito. Después de la recuperación de Celia se trasladaron a Buenos Aires, donde pasaron una temporada para regresar luego a Misiones.
Por esa época contratan en Buenos Aires a Carmen Arias una inmigrante gallega, que estará ligada durante muchos años a esta familia, quedándose al cuidado casi maternal de los primeros hijos del matrimonio. Es Carmen quien le pondrá el nombre de "Teté" a Ernestito, cuando daba sus primeros pasos por la selva misionera.
En su libro Mi hijo el Che, Don Ernesto Guevara contó: “Fueron años difíciles pero muy felices. Vivir en medio de la selva misionera con toda la familia y las dificultades y trastornos que ello lleva aparejado, no era aconsejable a nadie y menos a nosotros, acostumbrados a las condiciones de la gran ciudad. Desde nuestra casa, edificada en un recodo del Paraná sobre una alta loma, veíamos dos largas canchas del rio y podíamos divisar, mucho antes de que pasaran debajo de nuestra casa, los barcos y lanchones que venían navegando. En estos parajes comenzó a dar sus primeros pasos el Che. Debido a la gran cantidad de insectos lo teníamos vestido con unos buzos muy livianos que lo protegían de las picaduras de mbarigúis, jejenes, uras y mosquitos portadores de la peligrosa malaria”.
La zona tenía un clima sofocante y muy húmedo, convivían con muchos insectos y con algunos animales salvajes. Aunque el principal peligro era el contagio de la malaria, enfermedad que hacía estragos por aquellos años. Carmen Arias era su niñera y se ocupaba de cuidarlo, en ese entorno natural y selvático inseguro. El hijo de Carmen, Alfredo Gabela, nos cuenta los comentarios que su madre le hizo de aquella época: “Mi mamá siempre recordaba su época en Misiones. Le había llamado mucho la atención la tierra roja y el paisaje colorido de aquella zona. Nos contaba que desde muy pequeño a Ernestito (o "Teté" como ella lo bautizó), le gustaba tomar mate. Desde su niñez -mi padrino de bautizo Ernesto Guevara- comenzó a convertirse en un verdadero adicto al mate.”
La provincia de Misiones tan alejada de la capital y tan perdida en la selva, por aquellos tiempos estaba en manos de muy pocos terratenientes. Ellos fueron apropiándose de las antiguas tierras de los tupis guaraníes, para la siembra de la yerba mate y necesitaban mano de obra barata y semi esclava. Los trabajadores rurales eran denominados Mensúes, palabra guaraní que significa “mensual” por la forma de pago.
Los mensúes solían ser reclutados por contratistas en puestos ubicados en las cercanías a los puertos fluviales y transportados a las plantaciones, donde eran instalados en barracas inhabitables. Utilizando mecanismos de endeudamiento fraudulento, mediante la venta monopolista de alimentos y préstamos usurarios, las empresas constituían al mensú en una situación de deudor permanente a fin de no pagar salarios. De este modo los mensúes se veían obligados a continuar trabajando hasta cancelar sus deudas. Los intentos de abandonar las plantaciones eran castigados con azotes o la muerte.
En aquel ambiente de explotación obrera Ernestito vivió sus primeros años. Don Ernesto que era un hombre sensible y de ideas socialistas aborrecía de esta situación de atraso y de injusticia. Más de una vez trató de ayudar a sus trabajadores intentando que las condiciones de trabajo en su explotación fueran diferentes que las del resto. Sin embargo no todo era trabajo en la chacra, también le dedicaron bastante tiempo a pasear y disfrutar de la naturaleza.
“Una de las diversiones preferidas era salir conmigo a caballo, montando en la parte delantera de mi montura. Paseábamos por los alrededores de la casa o nos internábamos en el monte. Èl no perdía detalle de los que pasaba en el camino. La abundancia de mariposas de los más variados colores, los pájaros que huían y se internaban en el follaje, los arroyitos que cortaban sendas, las ratas de monte que corrían a esconderse o alguna lagartija que pasara disparada delante del caballo, todo aquello iba impresionando la mente de aquel que después llegaría a ser un profundo conocedor de los misterios de la selva”, relató don Ernesto Guevara.
También tenían una lancha con la cual hacían largos recorridos, el más largo fue desde Buenos Aires hasta su casa de Misiones. Ernestito eran muy pequeño pero disfrutaba de las aventuras de su padre.
La familia Guevara aprovechó su estancia en Misiones para conocer las Cataratas del Iguazú. Para ello se trasladaron hasta Posadas, capital de la provincia, donde se alojaron en el Hotel Savoy, que estaba ubicado en calle Colón 479, esquina Sarmiento.
Este establecimiento fue el primero que se construyó en aquella ciudad, con el fin de albergar a los ricos yerbateros y a los turistas que se trasladaban hasta las cataratas.
“A fines del año 1929 –describió don Guevara en el libro- hicimos una excursión desde Caraguatay hasta las Cataratas del río Iguazú. Estos célebres saltos de agua se hallan a unos doscientos kilómetros aguas arriba de Caraguatay. Para llegar allí nos embarcamos en el “Ituzaingo” viejo barco de pasajeros y carga semanal que hacía el recorrido desde Posadas, capital del Territorio, hasta Puerto Aguirre en la frontera con Brasil. Nos hospedamos en el antiguo Hotel Adam (Savoy), donde llegaban turistas que venían de Buenos Aires”.
Por aquel entonces la ciudad comenzaba a consolidarse a partir del puerto, sobre el Paraná. La mayoría de las casas eran de una o dos plantas a lo sumo. Mientras que su población estaba formada por distintas corrientes migratorias: pueblos originarios, paraguayos y distintos colectivos de inmigrantes de Europa. El idioma guaraní se mesclaba con el castellano para darle una musicalidad muy especial a toda la provincia.
El contacto con la cultura guaraní por parte de Don Ernesto, marcó a toda la familia. Es así que durante la Guerra del Chaco (1932-1935) librada entre Paraguay y Bolivia, por el control del Chaco Boreal, la familia Guevara se posesionó en solidaridad con la causa paraguaya. Será esta la antesala de otra causa asumida por los Guevara, que fue la de la solidaridad con la república española durante la guerra civil. Por aquellos meses de finales de 1929, Celia ya estaba embarazada y viajaron a Buenos Aires, para que naciera su primera hija. Las incomodidades y peligros que sufrían en aquellas tierras aun casi vírgenes, los deciden a regresar.
El matrimonio, junto a Ernestito y Carmen Arias, se trasladaron por el río hasta el puerto más cercano, para poder embarcar en el viejo barco “Ibera”. Al llegar a Buenos Aires se instalaron en las zonas típicas de la clases altas: primero en el barrio de Palermo (Santa Fe y Guise), luego en el partido de San Isidro (Calle Alem) y finalmente en el barrio de la Recoleta (Peña y Bustamante). En Buenos Aires, Ernesto y su familia vivirán otras historias, que irán marcando al futuro Che.