Baby y la misoginia edípica, por Sofía Rutenberg y Julián Ferreyra
Por Sofía Rutenberg y Julián Ferreyra*
"Mi problema con Cristina es que tuve una madre como Cristina y me cagó la vida. Y Cristina también me cagó la vida", confesó hace algunos días Baby Etchecopar por A24.
Él mismo nos facilita la idea de algo parecido a un trauma. Nos lo muestra él, no un especialista psi. Se adelanta desde un intimismo aparentemente naif pero con intencionalidad reaccionaria. Semblante angelical (su nombre es Ángel y su apodo baby): ángel de armas tomar. Se arma mostrando, cual si se tratara de un acting out que llama a la interpretación allí donde probablemente no tenga nada para decir ni hacer. Intenta fallidamente provocar con su inmanencia; para la provocación trascendente nunca ha tenido el don ni el arrojo.
La mostración está en decir que ese es su problema, en hacer pasar sus dichos como padecer traumático; victimizarse antes que tomar posición, des responsabilización psicologista que intenta hacernos caer en una trampa: ser leído con psicoanalismos para evitar así que lo ignoremos por analfabeto político.
Cuando Kate Millet afirmó que “lo personal es político” introdujo la posibilidad de discutir públicamente lo que se considera privado. La coyuntura edípica, que se supone lo más personal de cada quien por encarnarse en la propia historia y sus devenires, también se constituye y elabora en relaciones de poder: mientras que el padre da el apellido, oficia de corte y representa la Ley, la madre tiene que ser suficientemente buena, encargada de los cuidados, la alimentación y el amor. En palabras de Millet, “mientras nosotras amábamos ellos gobernaban”. Que lo personal sea político es todo lo contrario a contar la propia intimidad como si fuera la medida de todas las cosas.
La presidencia de la Nación, la administración del Estado, un gobierno, o el entramado social, son instancias harto más complejas que una familia cualquiera, o que una relación madre-Baby.
Según Ann Cvetkovich, se trata del intento de producir sujetos sintientes: un modo de ciudadanía centrado en expresiones afectivas, personalizadas pero descontextualizadas, y que frente al conflicto recurre a soluciones privatizadas sin apelar a las condiciones históricas de su posibilidad. Desde Sara Ahmed, la fetichización acrítica de las heridas como identidades políticas atomizadas por la vía de la desideologización de lo íntimo. O siendo freudianos, el vulgar intento de producir una identificación histérica, la cual requiere degradar.
¿Qué relevancia tiene relatar un supuesto trauma en el marco de una discusión política? ¿Por qué no simplemente decir, e intentar justificar, que “le cagó la vida”? ¿Por qué agregar que encima “me hace acordar a mi madre”? Porteñismo edípico barato encima de una supuesta tragedia de clase.
Menos que principismo berreta, misoginia edípica: impone su historia como universal. Mito individual del neurótico actualizado en el ideario de la libertad individual. Psicopolítica desde la perspectiva del hijo “sano”; muy distinto a la agrupación H.I.J.O.S., la cual reivindica una genealogía, la lucha y militancia de sus padres y madres, sin golpes bajos.
Etchecopar encarna así la retórica de un familiarismo político, una novelización familiar anti-K que no tiene tapujos en mostrar algo de lo más íntimo. Porque el niño edípico siempre asume que cualquier cosa son los padres; al decir de Freud, en el inconsciente la madre (y luego la mujer) son culpables.
Estamos frente a un varón que representa el rechazo hacia Cristina en tanto mujer, la cual puede gustarle más o menos [políticamente], o incluso recordarle a quien sea; lo paradójico y verdaderamente sintomático está en que Cristina es una mujer de su misma edad -nacieron con 3 días de diferencia-. Lo dicho: una madre puede ser cualquiera, siempre y cuando alguien se ubique cómoda y pasivamente en el lugar de hijo.
Asociar a Cristina con la maternidad no es ingenuo. La idea de “madre todopoderosa”, “fálica” o “Maléfica”, como representante del Estado, conlleva una infantilización de la política, del ordenamiento y conflictiva sociales; menosprecio hacia una mujer que ejerce la política vía la maternalización de su poder.
¿Qué querrá decir tener una madre como Cristina? Existen adjetivos que se le atribuyen, los cuales no requieren siquiera ser nombrados: ya a esta altura es el propio nombre (o significante) Cristina el que los encarna y representa. Pero al mismo tiempo Cristina representa para una gran parte de la sociedad un modelo de maternidad democratizado, herencia de las Madres y Abuelas y de Plaza de Mayo; incluso también representa un horizonte de socialización de la maternidad. De ningún modo es la madre desvalorizada o dominada por el hombre, enraizada en la opresión femenina.
Tal vez no sea deseable que el género femenino deje de ser misterioso y, por lo tanto, temeroso; ¿sino por qué una parte de la sociedad se muestra indignada con los “abusos populistas” o con el “tono” de Cristina, pero no cuestiona en lo más mínimo el machismo, los femicidios y las desigualdades socioeconómicas entre varones y mujeres? Recordemos que hace un tiempo Baby Etchecopar tuvo que ceder parte de su programa radial a especialistas feministas en el marco de una probation por violencia machista.
Si criticamos con razón la maternalización de los cuidados debemos hacer lo propio con la maternalización negativizada o positivizada en la caracterización ideológico-política. Las mujeres políticas no son ni necesariamente madres ni necesariamente putas, simplemente mujeres que ejercen el poder de uno u otro modo.
“En el mundo de la antipolítica, los políticos somos todos iguales”, apuntó críticamente el lunes Cristina, al tiempo de recordar que los hechos demuestran que esto no es así. Se trata de conmover un lugar común muy arraigado: es que para el niño edípico todas las madres también son iguales.
*Psicoanalistas