Sombras nada más
Por Juan Carlos Martínez (*)
El secuestro, la tortura y el sello que los encapuchados dejaron en el cuerpo de una docente de Moreno exhuma de nuestra memoria la sombra de la Triple A. Y nos remite a una máxima tantas veces repetida: “Los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo”.
Pareciera que esta vieja reflexión no ha calado lo suficiente en la conciencia y en la memoria colectiva de los argentinos. En verdad, ¿nos hemos olvidado del clima que vivía este país en vísperas del golpe del 24 de marzo de 1976, cuando las bandas armadas de la Triple A sembraban el miedo y la muerte por toda nuestra geografía? ¿No hemos aprendido las lecciones escritas con la sangre de los miles y miles de ausentes?
Desde que el gobierno de Mauricio Macri comenzó a desandar los caminos construidos con la sangre de los treinta mil, las sombras de aquel ominoso pasado volvieron a oscurecer el horizonte político.
El retroceso se ha ido cumpliendo por etapas, sin prisa pero sin pausa. Primero fueron palabras cargadas de amnesia. “Se va a acabar el curro de los derechos humanos”, sentenció Macri. Después, otro burócrata dijo que no eran treinta mil. Más tarde, en medio de silencios y olvidos, reaparecieron los Ford Falcon de color verde y entre las sombras del horror emergió el rostro del golpista Aldo Rico y el de Cecilia Pando, la apologista del terrorismo de Estado con el robo de bebés incluido.
De las medidas políticas, económicas y sociales destinadas a liquidar el contrato social se pasó a las acciones represivas. En poco tiempo el estado de derecho se convirtió en un estado policial con el respaldo del llamado protocolo de seguridad. Que no es otra cosa que avalar el uso del garrote y las balas para dominar a los sectores disidentes. Luego apareció la doctrina Etchecopar. O sea, la legalización del gatillo fácil. El mismísimo presidente de la Nación la oficializó al recibir con todos los honores al policía que asesinó por la espalda a un joven ladrón que se daba a la fuga sin entrañar peligro alguno ni para el agente que lo fusiló ni para terceros.
Pena de muerte de oficio.
La desaparición forzada y la muerte de Santiago Maldonado y otras muertes a manos de fuerzas del Estado y el paulatino alejamiento del estado de derecho se sumaron para alimentar un clima que cada vez se parece más al tiempo en que las bandas de la Triple eran dueñas de la vida y de la muerte de los ciudadanos y ciudadanas.
Entre tanto, las políticas oficiales de seguridad, lejos de cambiar, se fueron profundizando protegidas por un Parlamento sumiso mientras el Poder Judicial, con las excepciones del caso, se convertía en un cómplice más del deterioro institucional sostenido por la gigantesca manipulación de los grandes medios de comunicación.
Si algo faltaba para avanzar en el creciente retroceso, el presidente elevó al máximo escalón judicial a Carlos Rozenkrantz un nostálgico de la dictadura que ya mostró la hilacha cuando se pronunció a favor del dos por uno para acortar el encierro de asesinos y torturadores condenados por delitos de lesa humanidad.
Rozenkrantz es Videla con toga.
La instalación de una base militar de los Estados Unidos y el regreso del Fondo Monetario Internacional más los aplausos que llegan desde el gran imperio colocan al país en el umbral de una nueva colonización a la que nos conduce una derecha tan bruta como impiadosa y desprejuiciada.
Si no entendemos que hemos llegado al límite y si no encontramos la manera de frenar esta ofensiva fascista, el derrumbe de la Argentina estará a la vuelta de la esquina.
(*) Juan Carlos Martínez es escritor, periodista, director del periódico Lumbre y colaborador habitual de esta AGENCIA y de la Radio Kermés, de Santa Rosa, La Pampa, donde se publicó originalmente este artículo.