Hijas e Hijos del Exilio: Cartografías de una memoria colectiva

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Hijas e Hijos del Exilio: Cartografías de una memoria colectiva

25 Agosto 2021

Sobre Hijas e Hijos del Exilio |​ Fotografía: Eduardo Mattioli

Somos Hijas e hijos del exilio. Nacimos o crecimos en otros países a causa del terrorismo de Estado. Hace 15 años nos encontramos, nos juntamos y elegimos ese nombre “Hijas e hijos del exilio” que mantenemos aunque ya muches de nosotres tenemos hijes, aunque ya estamos por los cuarentas, y hayamos pasado las edades que tenían nuestres mapadres cuando se escaparon de la dictadura. Hijes del exilio, segunda generación de exiliades, somos hijes de militantes de los setenta; y desde ahí formamos la agrupación y nos animamos a contar en primera persona nuestras historias, durante tantos años calladas. Buscamos visibilizar lo que vivimos para sanar las heridas y encontrar colectivamente distintas formas del desexilio. 

Cada historia es única y particular, pero al compartir nuestras experiencias encontramos sensaciones, recuerdos, sentimientos, miedos, vivencias, problemas, trayectorias similares. Durante años de nuestra infancia y adolescencia sentimos que éramos un “bicho raro”. En el colectivo nos dimos cuenta que éramos “muchos bichos raros” y que entre nosotres no era necesario explicar por qué teníamos número de documento distinto, por qué no jugábamos con ¿Qué gusto tiene la sal? o por qué en la escuela no sabíamos la letra del Himno Nacional Argentino. Nuestro colectivo creció y dio cobijo también a integrantes que son hijes del exilio político de otros países que sufrieron una dictadura.

 

Cartografías de una memoria colectiva

En estos 15 años hicimos muchas actividades artísticas, políticas y académicas para visibilizar al exilio como una violación a los derechos humanos. Marchamos cada 24 de marzo con nuestra bandera, crecimos con las marchas de la Resistencia y exigimos memoria, verdad y justicia no solo en las calles sino también a través de las artes visuales, la fotografía, el cine y el teatro, en las obras de muches compañeres. 

Durante la pandemia, encontramos el espacio para avanzar en una propuesta que soñábamos hace tiempo. Así gestamos el proyecto de un libro. Nos interesa que sea una publicación donde puedan reunirse historias y recuerdos de la infancia particular que nos tocó vivir. Pero no queríamos que fuese solo de la agrupación, sino que incluyera otras voces. Por ello abrimos una convocatoria a otras personas que hubieran vivido el exilio en su infancia por las dictaduras de Sudamérica en los años 60 - 70.

Con este trabajo queremos contribuir a la memoria colectiva reuniendo piezas que aún faltan en este rompecabezas que es la historia reciente de nuestros pueblos. Nos propusimos rescatar testimonios, recuerdos, fotos, cartas, documentos, videos, canciones que formaron parte de nuestra niñez y que hoy atesoramos. Y así reconstruir desde historias personales, parte de la historia de nuestro país y de los países que nos refugiaron.  

Vivimos nuestras infancias en el particular contexto del exilio político de nuestras familias y las marcas aún están. Contrariamente a lo que se dice a veces, el exilio no termina cuando se “vuelve” al país de origen. El exilio es una marca indeleble que nos acompaña, forja nuestras identidades, nuestras subjetividades y nuestro presente. 

La convocatoria tuvo mucha repercusión. Más de 120 participantes de diferentes ciudades y países se interesaron en la propuesta y eligieron o prepararon algo para enviar. Según nos contaron, nuestra propuesta sirvió para mover las estanterías de la memoria y completar fichas del rompecabezas: revolver cajas con fotos en blanco y negro, revisar textos en algún cuaderno, recordar alguna anécdota familiar, reconocer la caligrafía en las cartas de abuelas o tíos, escuchar cassettes que viajaban ida y vuelta entre los países de origen y los que nos habían recibido. 

Nos sorprendimos con tantas cosas que fueron llegando: fotos viejas, actuales, intervenidas; dibujos, postales, cartas, cuentos, relatos, testimonios, archivos sonoros y audiovisuales, canciones, fragmentos de novelas y obras de teatro, poesías, intervenciones artísticas, collages, piezas de videoarte.

 

Curadores curando

Ahora nos encontramos en la etapa de leer, mirar, escuchar, analizar, catalogar, ¿ordenar? todo este material. Y nos convertimos en una especie de “curadores curándonos”. Cada texto, cada foto carga la historia de una o más familias, de uno o más países, de uno o más estados de ánimo / sentimientos. Y nos reconocemos, nos emocionamos, aprendemos, nos asustamos, lloramos, discutimos y elaboramos mientras buceamos en estos materiales. 

(Imagen "Estampilla del exilio" de Ivalú Obeid)

La sensación al zambullirnos en cada mail que recibimos con material es parecida a las “rondas de bienvenida” que hacemos periódicamente, donde nueves integrantes se acercan a la agrupación y cuentan su “historia del exilio”. La escena se parece a veces a un grupo de autoayuda, un espacio para la catarsis individual y colectiva, un círculo de contención y pertenencia automático, de abrazos porque sí, de reconocernos y llorar juntes, de reconstruir anécdotas entre más de une. Hablamos de las golosinas o las canciones infantiles de un país lejano que raramente se vuelven a escuchar o comer por estas latitudes. 

Con los materiales recibidos para el futuro libro reafirmamos que somos miles de “bichos raros” que seguimos adelante, que elegimos distintos oficios, que cambiamos de países, que seguimos recordando nuestros países de refugio, a pesar de la distancia temporal y a veces geográfica.   

Sentimos que tenemos una gran responsabilidad frente a todos estos materiales recibidos. Quienes respondieron a la convocatoria, nos han confiado un pedacito de sus infancias. Historias que se cruzan, también, en lo íntimo y en lo colectivo.  

Collage textual: Fragmentos de memorias sobre el exilio desde la generación de les hijes

“Se agachó y agarró tres flores del piso, intactas, y las guardó con mucho cuidado en su bolsillo. Como un trueque, sobre las demás flores que se quedaban en la plaza, Camila dejó tres lágrimas”, escribe Paula sobre una niña argentina que antes de ir a México se despidió de un jacarandá, su árbol preferido en su ciudad natal. "Extraño mucho México. No me gustaría quedarme a vivir acá. YO ME QUIERO VOLVER. Me niego a seguir en este país”, escribió en una carta Rodrigo cuando “regresó” a Argentina a los 12 años.

“Una vez me transformé en cactus para sobrevivir en el desierto árido y frío de la gran ciudad porteña”, dice Mercedes en una poesía sobre el desexilio. Refiriéndose a sus pares escribe: “A veces los pincho sin querer con esa parte de mi ausencia que para ellos es extraña, con esa pregunta sobre la identidad que me obliga a quitar cada espina para limar la ignorancia.” Sintetiza: “El exilio es una lanza arrojada en mi cuerpo de niña que intento sacar día a día”.

Mariela afirma “Yo al exilio lo recuerdo así, para mí es algo que te quitan, un algo al que ya no podés regresar ni restituir”. Natalia recuerda sobre su partida al exilio: “Sé que fue mi primer delito: no se podían llevar las pertenencias (decían) a ese lugar de refugiados (la embajada). Y me aferré no obstante a cinco sellitos de animales (los apretaba en mis manos, nerviosa me acuerdo y bien escondidos dentro de los bolsillos de mi campera). Así fue que me quedó para siempre una especie de fascinación por los sellos y una urgencia por dejar marquitas, además de un temor pesadillesco a ser descubierta”.

“Corría el año 1974, uno después del golpe de Estado en Chile que obligó a una entonces infante Paulina, a sus padres y a su hermana menor a abandonar su país de origen y los catapultó a la categoría de exiliados, palabra que la niña tardaría muchos años en comprender a cabalidad y que otorgaría a su existencia un sello indeleble. Sin darle apenas tiempo para asimilar la inminente realidad que se avecinaba, Israel pasó a ser, de la noche a la mañana, su nueva patria y el kibutz, su nuevo hogar”, escribió Thamar en una novela. Nirvana, exiliada en Suecia, cuenta: “Cuando fui al colegio sueco por primera vez experimenté la sensación de ser muda, pues no podía darme a entender, mis compañeros de escuela no entendían castellano y yo no sabía ni inglés ni sueco. No podíamos comunicarnos. Cada vez que me dirigían la palabra no les entendía nada. Al principio les evadía a menudo y fue así cómo mi andar infantil se transformó en un andar solitario”.

Katherine, que nació en Francia, recuerda sus sensaciones infantiles en relación a Argentina: “Mientras yo estaba francesamente escolarizada (todo el día en la escuela), en casa obvio se hablaba castellano, aunque yo con un acentito bastante extraño y se escuchaba tango todo el día… Para mí Argentina era “otro mundo”, hablaba por teléfono con mis parientes que ni conocía personalmente, para mí eran totalmente extraños, aunque algunxs habían venido a visitarnos, igual sentía esa extrañeza, y lamentablemente la sigo sintiendo”. Alfonso retrata esa ambigüedad de volver: “Pasaron muchos años para darme cuenta de la tremenda herida que había dejado en mí el exilio y el regreso a Chile. Mi realidad cambió completamente en el momento en que volvimos. Tuve una infancia sin necesidades materiales, garantizadas por el estado sueco, pero la familia siempre fueron personas que solo conocía por fotografías y lo poco que nos podían relatar nuestros padres”.

Amanda nació en España y también escribe sobre el regreso: “Llegar a Argentina me significó conocer un mundo nuevo a mis cuatro años. Y empezaría el recorrido de sentirme sapo de otro pozo, la otra, el bicho raro... Se terminaba el exilio concreto de mi familia pero se reafirmaba el mío y comencé a vivir el desarraigo. Llegué como extranjera a donde debí haber nacido”. Celeste, también nacida en España comenta cómo escribió su historia: “A partir de recortes de un diario que escribieron mi papá, mi mamá y muchas personas más sobre mis primeros años de vida, me propuse (re)armar algo de ese rompecabezas que supone haber nacido en el exilio, donde el origen son orígenes, es pluralidad, es nostalgia, alegría, dolor, esperanza”. Victoria señala: “me crié entre gente que cantaba, bailaba, lloraba y reía con una última y deshilachada certidumbre: la única muerte real es la de la tristeza”.

Salvador vivió su exilio en Perú, México y Nicaragua, desde la Ciudad de Buenos Aires donde vive envió estos versos: “Para algunos peces el cielo ha de ser un misterio, para algunos pájaros el mar una utopía (...) el pez vuela por tres segundos, el pájaro nada por un instante, son tres segundos, quizás cuatro, pero la vida no vuelve a ser la misma, lo que se vio arriba y abajo para cada uno quedó tatuado en esa pequeña pupila (...) ellos dicen que en el cielo hay peces exiliados, ellos juran que en el mar hay pájaros presos”. Ana Valentina, nacida en México, escribe: “Una vez me dijeron que... nosotros no somos una familia de exiliados porque mis padres pudieron volver al terminar la dictadura y que en ese momento, como un decreto, se terminó su exilio. ¿Tengo yo la opción de elegir entre estar aquí o allá? ¿estar en dónde? ¿para qué? ¿se resuelve el vacío y la incompletitud o se ahonda? ¿se resuelve el desarraigo?”.