A 45 años del Golpe militar: Diego Maradona y "las hijas e hijos del exilio"
Por Norman Petrich y Miguel Martínez Naón | Fotografías: Archivos Hijas e Hijos del Exilio
1976. La dictadura más sangrienta de la historia argentina da inicio a una larga noche sobre el suelo de nuestro país. Cientos de perseguidos deben hacer sus pasos errantes y exiliarse. No pocos terminan en México, algunos para regresar mucho tiempo después del fin de las botas y el retorno del voto, y otros que todavía no lo han hecho más que de visita.
1986. Argentina vive su primavera democrática. En México se lleva a cabo la reunión deportiva más atrayente de todas: el mundial de fútbol. Una serie de hechos hace que los niños que partieron en aquellos años, muy pequeños, con el recuerdo de sus padres del país como toda conciencia de ese país o nacieron directamente en ese suelo, van a tener un encuentro con el jugador más grande de todos los tiempos que arraigará para siempre su argentinidad.
Miguel Maestre, hijo del “Negro” Maestre y Luisa Galli, hermano de Juan Pablo Maestre, nació en México el 4 de mayo de 1977 y recién volvió a la Argentina en noviembre de 1995. En esa etapa se llevó a cabo el mundial de 1986. “En esa colectividad de argenmex teníamos amigas y amigos cuyos padres eran profes de educación física, Ariel González y Rodolfo Cabral. Como lo conocían a Bilardo, tenían nexos con él, les dieron la oportunidad de llevar a la comunidad de hijos del exilio a visitar la concentración de la selección argentina. Recuerdo muy bien que, especialmente con un núcleo de amigos entre los que estaban Violeta y Luciano Zylberberg, Nicolás Pírez, Alexis Bag, mi hermano (parte de la ‘familia extendida’ como le decimos nosotros), fuimos a donde concentraban, el complejo del América. Llegamos en una camioneta, había ‘millones de personas’ intentando ver y sacar fotos, había un muro muy grande y una reja muy alta a los que los fotógrafos se querían subir”.
Nicolás Pírez, nació en Córdoba y en diciembre de 1975, cuando tenía un año y medio, se exilió con su familia en México donde residió hasta diciembre de 1987. “El mundial del 86 me encontró ahí y fue una experiencia increíble. Tenía 12 en ese momento, todos queríamos ser futbolistas, ser como Maradona, era como nuestra máxima expresión de la argentinidad. En la escuela a la que íbamos, Herminio Almendros, teníamos un profesor de educación física, Rodolfo Cabral, que conocía al profesor Echeverría, que era el preparador físico de la selección. Con varios de mis amigos de la escuela, muchos argenmex, algunos mexicanos, fuimos un sábado a visitar la concentración. Me acuerdo que cuando llegamos al predio del América, varios de nosotros nos sacamos una foto sosteniendo una bandera argentina con una camioneta atrás que tenía ploteado el logo de El Gráfico. Durante la visita logramos conocer a Maradona, a todos los jugadores, nos sacamos un montón de fotos, nos firmaron autógrafos, interactuamos con todos”.
“Lo gracioso fue que cuando llegamos los chicos con los papás nos miraban preguntándose quiénes éramos”, afirma Maestre. “Entramos por una puertita chiquitita y nos pusimos donde estaba entrenando la selección. El Diego estaba jugando de arquero, en ese momento. Estábamos mirando ese entrenamiento y cuando termina se acerca con nosotros, agarra una pelota y empieza a hacer jueguitos, eso hermoso que solía hacer. Mirábamos hipnotizados. Después nos autografió, nos saludaba, nos preguntaba de dónde éramos. Veía a nuestros papás detrás de nosotros, felices hablaban con él, también. Y en una de esas nos hace pasar a dos o tres a jugar, nos hizo unos pases y nos preguntaba ‘¿qué podés hacer con la pelota?’. A nosotros nos quemaba el balón, delante de los malabares que había hecho anteriormente. Me acuerdo que me la pasaba y se la devolvía rapidísimo, como diciendo ‘no me la des que me da mucha vergüenza’. Después nos acompañó y nos presentó a otros jugadores y mientras les pedíamos autógrafos, él se apartaba y hablaba con nuestros papás, se sacaba fotos con ellos”.
Esto que podría haber terminado aquí tiene una segunda parte gracias a las cábalas de Bilardo. “Nos pasaron el dato de que iban a ir a un Shopping que se llama Perisur”, sigue Miguel.
Emocionado, recuerda la historia completa: “Repetía esa visita antes de cada cotejo. Da la casualidad de que el lugar estaba a muy pocas cuadras de lo que era ‘Villa Olímpica’, que vendría a ser como la pequeña Buenos Aires que concentraba muchísima gente del exilio, de muchas nacionalidades (argentinos, uruguayos, brasileños, chilenos, de todas las dictaduras del cono sur). Fuimos y nos dicen ‘el Diego está entrando por Palacio de Hierro’ (que vendría a ser como un negocio de ropas) y nos mandamos y lo vemos. Estaba paseando, solo, nos acercamos con mi hermano, con un álbum lleno de fotos de la AFA y le digo ‘Diego’. El baja la cabeza, me mira y me dice ‘¿Otra vez por acá, pibe? ¿Qué hacés acá?’. Le pido por favor que me firme el libro, me dice que sí mientras me toca la cabeza y me revuelve el pelo. ‘Qué gusto verlos de nuevo. ¿Vivís por acá?’ y le explicamos que sí. Nos da el autógrafo e inmediatamente se empieza a acumular una cantidad enorme de gente. A Diego se lo lleva esa marea, se pierde, sale de Palacio de Hierro e intentamos seguirlo, cruzándonos con otros jugadores como el “Checho” Batista. Miro hacia arriba y lo veo entrando a Maradona en un negocio de comida rápida y tuvieron que cerrarlo porque la cantidad de gente que había afuera era tremenda. El Diego nos enamoró, después seguimos el mundial y me acuerdo patente el partido contra los ingleses, de los goles… en realidad, de tantas veces escucharlo capaz hasta me estoy imaginando el relato de Víctor Hugo, pero me acuerdo mucho, como cuando ganamos el mundial, salimos a pasear casi en soledad, muy pocos autos, no había nadie en la calle y nosotros con la bandera argentina y tocando bocina. Nos juntábamos muchos a ver los partidos, a ver al Diego y a la selección, con ofrendas alrededor de la televisión, con un montón de cosas, cornetas, como las ofrendas de acá, científicamente mexicana para el día de los muertos pero ofrendada a lo argentino”.
“Yo lo recuerdo con muchos amigos de la primaria, algunos viven aquí, otros siguen viviendo en México”, agrega Pírez. “Mi padre ya vivía en Argentina, yo en México con mi mamá y mi hermana y no había ido a ningún partido hasta ese momento, creo que era primera fase, y la volvía loca a mi madre diciéndole ‘por favor, llevame a un partido’, al punto que ella habló con los papás de unos amigos para que en el próximo también me llevaran. Da la casualidad que ese único partido al que pude ir fue el de cuartos de final entre Argentina e Inglaterra. Tuve la suerte de poder presenciar en el estadio ‘la mano de Dios’ y el ‘mejor gol de la historia de los mundiales’. Me acuerdo que vine a visitar a mi padre a la Argentina, vi la final acá, en Buenos Aires y fuimos al Obelisco a festejar y me sentí más argentino que nunca con el mundial, nos marcó mucho a esos pibes que dejamos de ser mexar y pasamos a ser argenmex, lo argentino cobró mucho valor”.
“Diego reflejaba en nuestros padres esa argentinidad, ese amor a la patria, a los que lucharon”, suma Miguel, “amaba a la niñez. Cuando jugaba con alguno de ellos, jugaba y se convertía en ese pibe humilde. Nunca se olvidó de dónde vino y por qué luchaba y por qué peleaba, con su ser, a su forma. Luego lo volví a cruzar ya en Argentina, en un gimnasio donde iba a entrenar y sólo atiné a darle la mano, sin poder decirle que era uno de los pibes que lo visitó en la concentración del mundial, yo estaba igual de trabado que cuando niño era un niño de 9 años”.
La historia de Hernán Cirianni pasa por otro lado, pero no deja de ser tan emotiva y significante como la anterior. “Mi mamá tenía un amigo periodista (no recuerdo el nombre) que nos llevó a la concentración. Yo estaba todo vestido de Argentina, me habían comprado todo el ‘trajecito’. El flaco me dice ‘acercate ahí que te saco una foto’, y justo estaba Maradona dando una entrevista. Luego de la foto, me acerqué y le pregunté si me firmaba la camisa. Me la saqué, la firmó y me dijo ‘¿De dónde sos, pibe?’ ‘De Argentina’, le contesté. ‘¿Y por qué hablas así?’ ‘Porque vivo acá, no tengo idea’, dije y me puse todo colorado. Tal vez por eso el otro día recordaba que más allá de las anécdotas maternas y paternas no teníamos ni idea de qué era ese lugar", recuerda.
Hernán no deja de volver a aquellos años: "Y si bien había viajado en el 85 a visitar a los familiares, lo que el Diego significó para nosotros fue sentir la identidad del país donde naciste y que no conocías. Sentirte atraído por el Diego, que te represente y a un montón de gente, fue algo muy importante para mí. Verlo, sigue siendo importante. Recuerdo que fuimos a comer a un restaurant y había un periodista argentino que había estado en todos los mundiales, Diego Larrosa. Yo estaba con la camiseta firmada por Maradona y me pregunta ‘¿Te puedo firmar la camiseta al lado del más grande?’. Así que tengo la camiseta firmada por Diego Maradona y, al lado, por Diego Larrosa. Luego estuve en la casa de Menotti, muchos años después, ya que era amigo del esposo de mi mamá, Caito Díaz (en ese momento era el guitarrista de Alfredo Zitarrosa), y le conté que tenía la camiseta firmada por el 10 y me dice ‘¿Puedo firmártela al lado del Diego, el más grande?’. Así que todo el mundo quería estar a su lado, de alguna manera. Nos hacía bien”.
Estos testimonios pertenecen a "Hijas e Hijos del Exilio", compañeras y compañeros organizados hace 15 años y que están convocando a participar en una publicación sobre el exilio desde las miradas de las infancias para contribuir a la construcción de una memoria colectiva que refleje sus huellas psicosociales y culturales en el presente.