Marta Scavac y Lilia Ferreyra: entre el amor y las convicciones
Por Paula Viafora (Las citas textuales de esta nota están tomadas de artículos de la Revista Haroldo)
Cuando escribimos sobre peronismo tenemos esa mala costumbre de enfocar los relatos hacia dirigentes, funcionarios, referentes, es decir, aquellos nombres conocidos por todos y de los que, ya sea a favor o en contra, hablan los libros de historia. Cometemos el error de dejar ocultas detrás de esas figuras a quienes, sin tener un protagonismo directo, en un primer momento acompañaron y sostuvieron y más tarde construyeron la memoria defendiendo la obra y la militancia por la que sus compañeros habían dado la vida.
Mujeres valientes, contemporáneas, que tuvieron mucho en común.
Lilia Ferreyra nació en Junín, provincia de Buenos Aires, el 26 de mayo de 1943. Su padre era un empleado administrativo de Olivos y delegado peronista y su madre era maestra. Tuvo una infancia feliz, sin grandes lujos. Su crianza no escapó de los cánones de la época.
"El mandato era un poco que yo fuera maestra. Y después, para una chica y de ese sector social, conseguir el puesto de maestra, conocer un buen muchacho, como me decían mis tías, y formar una familia", contó. Unos años más tarde, olvidó ese mandato y se mudo a Buenos Aires y comenzó a estudiar Química en 1966. Vivía en una pensión y trabajaba en un laboratorio. Todos sus compañeros eran peronistas. Conoció a Rodolfo Walsh en 1967 y compartieron la vida hasta su desaparición en 1977.
Marta Scavac también llega a la vida de Haroldo Conti en su madurez. Él tenía 43 años y ella 27. Cursaba la secundaria nocturna y era su profesor. El autor de Alrededor de la jaula le cambiaría la vida. “Estaba aterrorizada, me estaba separando, tenía dos nenas y en esa época pensar en una nueva relación era difícil. Además, él también estaba en pareja y tenía dos hijos”.
Ambas vivieron en la clandestinidad junto a sus compañeros y tuvieron participación en sus obras.
"Viven en la clandestinidad en una casa sencilla ubicada en San Vicente, sin luz eléctrica ni gas natural. Es un terreno pequeño donde proyectan un jardín y, tal vez, una huerta. Son días de mucho trabajo. Un mes atrás, en su cumpleaños 50, Rodolfo se propuso terminar el cuento Juan se iba por el río y la Carta Abierta a la Junta Militar. Él escribe. Lilia lee, hace correcciones, y, entre ambos, discuten los contenidos de la Carta, una denuncia minuciosa, certera y punzante sobre lo que pasa en el país".
"Haroldo siempre decía: “Nuestro primer hijo fue Mascaró". Con Mascaró, el cazador americano (Premio Casa de las Américas, 1975) trabajamos a dos máquinas: Haroldo escribía, yo corregía y pasaba en limpio las hojas. Era una etapa de preocupación, estaba la Triple A, habíamos tenido que dejar la casa de Fitz Roy por un tiempo y nos habíamos ido a un campo. Estábamos apurados por terminarla, abocados a ella, nos llenaba la vida. Un día apareció con un ejemplar: ¡Mirá lo que te traje”, me dijo mientras me levantaba en brazos. Fue una alegría inmensa".
Debieron exiliarse luego de la desaparición de sus compañeros ya que corrían serio peligro. Lilia escapó del país y se exilió en México. Marta estuvo un año y medio dentro de la embajada de Cuba en Buenos Aires, junto a su pequeño hijo, Ernesto, nacido de su unión con Conti. La recuerda como una época muy dura ya que sus hijas más grandes no estaban con ella. Después el exilio siguió en Cuba. México y Suecia.
Asumieron el compromiso de transmitir la memoria de esos hombres que tanto habían amado y admirado. Además de difundir la Carta, Lilia se sumó al movimiento de derechos humanos. Durante uno de los viajes, Marta perdió en un aeropuerto parte de la obra de Haroldo, Una valija con cuadernos, dibujos y todo aquel material invalorable que había logrado salvar de los militares. De algún modo logró reconstruir parte, la gente le fue alcanzando fotos y recortes, casi le alcanzó convertir su casa en un museo.
Haroldo y Rodolfo también tuvieron mucho en común. Pertenecían a la misma generación, con muertes semejantes, Conti fue secuestrado en 1976. Una inscripción en latín sobre su escritorio lo define: “Este es mi lugar de combate y de aquí no me voy”. Era militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Los intelectuales de ese movimiento asumieron un compromiso revolucionario más allá de sus escritos y sabían que en esa lucha podía ir la vida. Walsh militante de Montoneros, sabía que la difusión de la Carta traería consecuencias. En ella vuelca sus sentimientos frente a la situación de esos años y expone las razones que permiten comprender el porqué del golpe, es una verdadera denuncia para alertar a una sociedad que no podía ni quería ver.
“Yo creo que lo que me serviría es poder recuperar a Haroldo de alguna manera, y llevarlo a Chacabuco, que es lo que él quería”.
"En un diálogo imposible, porque trasciende la muerte, quisiera decirle: Rodolfo, te escucharon, la Carta llegó hasta aquí. La esperanza insobornable de tu apuesta al futuro alumbra este día de justicia".
Sudeste y Juan se iba por el río son el clamor de dos almas heridas. Ellas podrían haber sido amigas. Se hubieran visto reflejada una en la otra y en esos textos hasta casi proféticos que tienen el río en común. Han sido mujeres valientes que se jugaron por amor, no solo el amor a sus compañeros, sino el amor a un proyecto que también hicieron suyo y abrazaron el resto de sus vidas.