Bahía Blanca: homenaje a tres artífices fotográficos de la Memoria
Por Diego Kenis | Foto: Luis Ángel Salomón
Si seis ojos ven más que dos, como marca el adagio popular, tres fotógrafos comprometidos con su Pueblo y su tiempo pueden romper los límites de lo mediáticamente negado.
Bahía Blanca los tuvo: las de Luis Salomón, Omar Morán y Sergio Pirola eran cámaras con criterio, fuerza y una inquebrantable voluntad de búsqueda y testimonio. Los tres partieron con pocos meses de diferencia, durante 2021. Dejaron innumerables recuerdos, un cariño compañero que todavía los extraña y la germinación del compromiso en nuevas generaciones de fotógrafos y fotógrafas.
Este lunes 28 serán homenajeados, bajo un título elocuente en una ciudad que tras largo reinado del discurso pro dictatorial transita el octavo juicio por crímenes de lesa humanidad: “En el mes de la Memoria, colgamos los cuadros”, fue el juego de palabras elegido para invitar al acto.
El reconocimiento –previsto para este lunes 28 a las 19.30, en Caronti 55- es organizado por la Asociación de Auxiliares de Justicia, que realizó ampliaciones de las obras más significativas de los tres. Concluido el homenaje serán donadas a la regional de H.I.J.O.S., que convoca a acompañar el evento en el marco de su agenda por el Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia.
Caminos en común
Su apodo, “Turco”, desplazó pronto al nombre del DNI. Cuando Néstor Kirchner convirtió en realidad algunos de sus viejos sueños de militante juvenil del Frente Antiimperialista y por el Socialismo, Luis Salomón hizo suya una K. Desde entonces, firmó “Turko”.
Con Sergio Pirola compartían amistad, oficio y un pasado común, incluyendo el deporte: el Turko jugó al rugby en el club Argentino y Sergio fue un prometedor número 2 del fútbol de Pacífico, pasión familiar por la que rechazó ofertas que le acercó Vicente Cayetano Rodríguez -luego asistente de César Menotti en la Selección- para llevarlo a Olimpo o San Lorenzo de Mar del Plata. Años más tarde, Sergio presidió la comisión directiva de Pacífico.
Pero sus biografías registran otro punto en común, un pasado que los llevaría a transitar el testimonio de la Memoria, la Verdad y la Justicia a través de sus cámaras. Los dos habían abrazado un compromiso militante antes de la oscuridad dictatorial y publicaron sus primeras obras en la revista Graphos, que –como caracterizó la historiadora María Julia Jiménez- comenzó planteándose como voz neutra para más tarde dar cuenta de una progresiva politización del estudiantado bahiense, hasta abandonar el foco universitario y volcarse a los barrios.
Gustavo Pirola, hermano de Sergio y también fotógrafo, recuerda todavía las discusiones familiares sobre la situación política -con su padre, el primero de los Pirola en el oficio, en el desaparecido diario El Atlántico- y la profundidad de las noches en que reinaba el Terrorismo de Estado, con la Triple A primero y la dictadura más tarde. Además de militar junto a Marta, su compañera, en las villas bahienses, Sergio era músico y estudiaba Ingeniería Electricista en la Universidad Tecnológica Nacional.
En sus claustros irrumpieron desde agosto de 1974 las patotas parapoliciales, que le hicieron llegar una amenaza concreta. Era habitual que debiera dormir en diferentes lugares, escapando de la persecución. Su madre y su hermano mayor se encargaron de arrojar libros a un pozo ciego, para desprenderse de ellos sin que el humo de una quema los delatase. Algo similar hizo el Turko Salomón con sus fotos, que hoy serían documentos invaluables pero entonces podían significar un riesgo para él y para todas las personas retratadas.
Concluida la dictadura, Pirola militó en el Partido Intransigente junto a –entre otros- Eduardo Hidalgo, sobreviviente de dos secuestros, hijo, hermano y cuñado de víctimas de la represión clandestina y dirigente histórico de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos bahiense. Eduardo falleció también en 2021, y su ausencia se siente cada día, en la referencia colectiva de las luchas que encabezó y en el ámbito más íntimo, en que se permitía intercambiar gastadas con sus compañeros fotógrafos, al final de cada domingo, entre Olimpo, Villa Mitre y Pacífico.
Para el momento en que la oscuridad cubrió los sueños de una generación, el Turko Salomón ya había tomado la que sigue siendo su fotografía más famosa. No siempre se le reconoce autoría, en sus habituales reproducciones en el país y el exterior. Es aquella del nene –holandés, descubrió después, para más nítido anticipo de lo que vendría- que, con banderita argentina en mano, el 9 de julio de 1971 miraba la simétrica sucesión de botas del desfile militar que en Bahía Blanca conmemoraba la Independencia. Por entonces, desandaba su tramo final la penúltima dictadura. La imagen, insoslayable, formará parte de las obras seleccionadas para el acto de homenaje.
El Flaco y sus compañeros
La obra de Omar Morán también guarda una foto icónica, que puede encontrarse en recopilaciones, unidades básicas y sedes sindicales: un plano medio corto de Juan Domingo Perón, en una de sus últimas apariciones públicas. Con juvenil osadía, el fotógrafo había aprovechado la obligada rigidez castrense de la base de Puerto Belgrano, al momento del himno, para retratar al Presidente. Cuando la custodia pudo bajar la venia, el reportero ya había colocado otro rollo y escondido el valioso, como experto ilusionista.
Aquel “Flaco” que eludió el cerco pretoriano de marinos había encontrado su oficio en un viaje a Buenos Aires, cuando en el primer lustro de la década del 60 fue a buscar un trabajo que le permitiese sostener su incipiente adultez. El caminar incansable de sus 17 años lo llevó a Banfield, donde se cruzó con el letrero de una casa de fotografía que necesitaba cadete. Un buen hombre lo contrató, le prestó una cámara y le compartió conocimientos básicos que él fue ampliando a fuerza de prepotencia de trabajo, como la llamaba Roberto Arlt, hasta convertirse en algo más que un profesional: un artesano del oficio.
Una pérdida familiar lo obligó a dejar su nuevo hogar para iniciar un camino geográfico y laboral diverso, incluyendo un paso como guía turístico en Bariloche. Cuando retornó a Bahía Blanca, ingresó a trabajar en el diario La Nueva Provincia. Entre el 30 de junio y el 4 de julio de 1976 recibió la noticia de los secuestros y homicidios de dos de sus compañeros, los obreros gráficos y dirigentes gremiales Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola.
Nunca pudo olvidarlos, y de esa marca permanente en la memoria nació un compromiso creciente con la lucha por los derechos humanos, a cuyo registro volcó toda su pericia. Esa senda lo rodeó siempre de decenas de compañeros y amigos. Tres portaban, como él, cámara al cuello: el Turko Salomón y Sergio y Gustavo Pirola. "Éramos muy compinches, en las marchas también, y los extraño mucho. Con ellos te divertías siempre", dijo Gustavo a AGENCIA PACO URONDO. Una foto tomada por Gustavo Sardini ilustra la confraternidad de cámaras, sonrisas y dedos en V de Gustavo, Morán, Salomón y Sergio Pirola, en ese orden.
El recorrido del Flaco por el oficio incluyó la cobertura de una de las visitas papales, la de Juan Pablo II en 1987, y el registro de los actos del 1 de mayo de 2001 en La Habana, con participación de Fidel Castro. Su producción de entonces fue incluida en las celebraciones oficiales del cincuentenario de la Revolución Cubana.
Amistad cooperativa
Omar, Sergio y el Turko compartieron, además, la pertenencia a la Cooperativa de Fotógrafos. Fruto de los mismos valores éticos, políticos y sociales que los reunieron, el trabajo que ofrendaron a la Cooperativa permitió mejorar las condiciones de inversión en tecnología, distribuir la demanda, regular los precios y acceder al que entonces era el equipo de revelado más moderno del país. Pudieron sostener esa impronta solidaria hasta que otros intereses, que nunca faltan en ninguna ciudad, se las ingeniaron para obstaculizar sus esfuerzos.
"Fue un proyecto lindísimo que hoy tendría más vigencia que nunca. El recambio tecnológico, por ejemplo, lo habría absorbido la Cooperativa y estaríamos en mejor posición. Hicieron cosas muy grandes los tres juntos", recuerda Gustavo. En los años siguientes siempre mantuvieron la amistad, y un compañerismo del oficio que hoy sobrevive en las casas de fotografía Aries -de la familia Pirola- y Morán.
En las últimas décadas, desde la reapertura de las causas judiciales por crímenes de lesa humanidad, las tres cámaras se encontraron también en las calles. Con cada marcha, acto, repudio o celebración. Sus lentes se convirtieron en los ojos de las generaciones actuales, el registro de lo conquistado por la que ellos integraron y el puente testimonial hacia las miradas todavía por abrirse.