Laura Ávila: “Algo de mi propia ancestralidad se fue jugando en mis primeras novelas”
Laura Ávila no es solo una de las más interesantes y prolíficas escritoras de la actualidad sino también una de las que más profundiza la temática de la cultura afroargentina en sus textos para niños y adolescentes. Lleva años de autorreconocimiento como afroargentina del tronco colonial, que en criollo quiere decir los que descendemos de los africanos esclavizados traídos a la argentina entre el siglo XVI y el siglo XVIII.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cómo empezó tu vínculo con la literatura, el cine y los dibujos animados?
Laura Ávila: Mi abuela me regaló un pizarrón que tenía un reloj con agujas de plástico en la parte de arriba. Yo tenía cinco años. Trató de enseñarme la hora y las letras, pero yo le pedía que me dibujara cosas, y después inventábamos historias sobre esos personajitos que ella dibujaba.
Así, creo, que empecé a escribir. Imaginándome pequeños relatos orales con ella. Hasta le poníamos canciones y ella tocaba el tambor con la panza de la silla. Después, ese mismo año, mi abuelo me enseñó a leer con el libro Upa! Ahí ya dominé el alfabeto, empecé a leer todo lo que encontraba y a los ocho años empecé a escribir.
APU: ¿Te acordás de los primero textos que escribiste?
L.A.: A los nueve años hacía dibujos y los colgaba en la pared de la pieza. Después llamaba a mis hermanas, poníamos sillas en hileras y apagábamos la luz. Yo iluminaba los dibujos con una linterna y les narraba episodios que inventaba. Así jugábamos al cine con mis hermanas.
Lo primero que escribí fueron historietas de terror. Las dibujaba yo misma en un cuaderno Gloria. Se las daba a leer a mis compañeras del colegio católico, eran truculentas y bastante divertidas, pero me retaron las monjas porque, para ellas, esas eran fantasías que nos alejaban de Dios.
Ahí tuve el primer síntoma de que en mi casa no se pensaba como en la escuela. Mi abuela hablaba en tucumano puertas adentro, pero en el colegio yo tenía que hablar como una porteña.
APU: ¿Cómo fue tu paso de guionista a escritora de cuentos?
L.A.: Escribía muchísimo, cuentos, relatos cortos, historietas. Pero en ese entonces quería hacer películas. Cuando salí del secundario entré al instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda (IDAC) a estudiar cine. Me recibí a los 21. Era 1995, no había trabajo por ningún lado. Yo quería filmar cine histórico, algo bastante imposible en aquel entonces, aunque ahora tampoco es fácil. Escribí un guion de la vida de Mariano Moreno, pero quería contar muchas cosas de esa época. Como no me dio el presupuesto para filmar, empecé a escribir ficción histórica. Mientras tanto trabajé de muchas cosas, fui telemarketer, acomodadora en un cine, quinielera, laburos horribles, hasta que empecé a dar talleres de guión y de cine para niños en ONGs. Trabajé dos años en Pelota de trapo, en la Casa de los Niños. Ahí tuve un redescubrimiento de mi propia infancia y de lo mucho que me gustaba compartir mis escritos con gente que estaba creciendo. Después hice guiones para TV, para adolescentes, y en el 2009 publiqué mi primera novela, que fue una novela histórica, pero de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ).
APU: ¿Cómo surgió la temática afroargentina en tus textos? ¿Cuál fue el primer libro con esa temática?
L.A.: En mis primeras novelas los personajes eran blancos. Pero siempre aparecían personajes afros que terminaban apropiándose de las historias. Es el caso de La rosa del río, de El pan de los patricios y de El fantasma del aljibe. Son relatos que suceden en el siglo XIX, pero aparece el tema del racismo, que sigue vigente hoy. Algo de mi propia ancestralidad se fue jugando en esas novelas. Sentí que me reclamaban para contar una historia argentina, pero desde otro punto de vista, el de los afros. La sociedad secreta de las hermanas Matanza es el primer libro en donde todos los protagonistas son negros. En ese libro hay muchas cosas de mi infancia, aparecen mis hermanas, las lecturas que compartíamos, mi propia abuela. Necesité contarnos desde un lugar que no fuera el de los blancos, porque entendí que no somos blancos. Argentina no es solo un país blanco.
APU: ¿Quiénes fueron les afroargentines con los que te vinculaste o vinculás y cómo influyeron en tu literatura?
L.A.: Después de escribir Las Matanza sentí que tenía que conocer a otra gente que se sintiera como yo, no blanca, convocada por sus ancestros para salir a contar otra historia. Y me encontré con la gente de Misibamba, que estaba dando talleres de candombe porteño en el Rojas, junto a Pablo Cirio. Ahí entendí muchas cosas, empecé a respetar y a querer a sus referentes, la tía María Elena Lamadrid, el tío Carlos Lamadrid, Norma y Jesica Lamadrid, Marta, amiga, poeta y tamborera, la hermosa Analía Espinosa y su marido Horacio Delgadino. Tanta gente. Esa red de afroargentinos se me fue expandiendo a todo el país, conocí gente de la red federal, los afrochaqueños Claudia Margosa y Jao, Lucia Dominga Molina, Entre Afros con Marin… Se me abrió mucho la cabeza y seguí escribiendo cada vez más enfocada en la temática afro.
APU: ¿Cómo fue tu camino de autorreconocimiento como afroargentina?
L.A.: Es un camino lento, pero seguro. Reconocerme afro es como haber tenido una miopía toda la vida y que de repente alguien me pusiera un lente con el aumento adecuado. Se me aclaró todo de golpe. Vi todo igual, pero distinto. No lo ando diciendo a los cuatro vientos, me cuesta por mi educación blanca, pero ahí está esa raíz, en mis libros, en mis investigaciones, en mi sobrina Micaela… Hay muchas familias argentinas que tienen sangre afro y algunas no lo saben. Hay cantidad de personas que se sintieron ajenas al relato de la patria blanca: gente que, puertas adentro, conservó sus costumbres afro e indígenas, gente que no aceptó el blanqueamiento. Hay que salir de ese closet, hay que animarse a pensarnos en una triple semilla; blanca, negra e indígena. Tenemos cierta dismorfia, los porteños: no todos somos europeos solamente.
APU: ¿Qué proyectos tenés para el futuro?
L.A.: Quiero escribir sobre el presente. Hacer novelas con mi voz para un público adulto, también. Quiero que alguno de mis libros pueda ser una película o una serie. Y voy a seguir escribiendo guiones con temática afro, de animación y de ficción, con la esperanza de animarme a dirigir alguno.
* Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.