¿Qué es la renta básica universal?
Con el rápido y sostenido surgimiento y desarrollo de las tecnologías recientes (desde el smartphone hasta los autos sin chofer pasaron menos de 15 años), la capacidad de la humanidad de crear máquinas que reemplacen el trabajo humano aumentó descomunalmente.
Los avances en robótica, Big Data e Inteligencia Artificial, han llegado a etapas de desarrollo tan impactantes que estas grandes tecnologías del presente parecen sueños realizados de viejas películas o novelas futuristas.
La promesa mentirosa que traen consigo estos avances es que nos darán mayor libertad e igualdad. Lo harían si no estuvieran mediados por los privilegios que el sistema económico se encarga de distribuir de forma desigual alrededor del planeta. A algunos países les tocará ser meros proveedores de litio y a otros les tocará gozar de magníficas tecnologías del yo, que brindarán confort al primer mundo a costa de la explotación del tercero.
En los países del viejo tercer mundo, gracias al desarrollo de sofisticados algoritmos, vimos crecer y desarrollarse complejas aplicaciones de celulares que nos permitieron trabajar, auto explotándonos, bajo convenios laborales feudales (no escritos), pedaleando en nuestras bicicletas jornadas interminables por muy poco dinero.
La ficción financiera en la que el mundo occidental, luego de Breaton Woods, desindustrializó occidente, y mudó sus centros productivos al sudeste asiático, ha diseñado un mundo del futuro siniestro donde se bloquean las posibilidades del trabajo digno y el desarrollo de los países de la periferia.
Como lo vemos, la farsa del futuro igualitario de la tecnología se revela tal cual es.
Trabajo, robotización y tiempo de ocio
El filósofo, especialista en tecnología, Nick Srnicek, asegura que entre el 40 y 50 % de los trabajos realizados por seres humanos se automatizará en los próximos veinte años.
Aunque es cierto que existen corrientes económicas que no creen que esta robotización sea diferente a las que anteriormente sufrió la humanidad, sí hay indicios para pensar que las innovaciones tecnológicas que aporta la inteligencia artificial pueden producir una gran masa de excluidos, aún mayor que la que trajo el surgimiento y desarrollo de la fase neoliberal del capitalismo, a partir de la mitad de los años 70.
Estas corrientes sostienen que no sólo habrá menos empleos por el reemplazo de humanos por robots. Sino que esto sucederá tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados y la tecnología llevará a que primen nuevas relaciones de trabajo y producción que tendrán características cuasi feudales. Es decir, que se producirá un desarrollo desigual y combinado, donde la alta tecnología del siglo xxi, convivirá con formas de trabajo propias de la edad media, produciendo una gran masa de desempleados que, como ejército de reserva, servirán para nivelar en forma regresiva el salario promedio de la clase obrera mundial a través de clásica ley de la oferta y la demanda capitalista.
Otro mito que se cae, junto con esta proyección, es la posibilidad de crear sistemas que incluyan a la totalidad de los trabajadores y trabajadoras dentro de la producción y el trabajo. Realidades propias de contextos productivos industriales del capitalismo del Estado de Bienestar, hoy caen ante una realidad que avanza sin piedad. El capitalismo que prescinde de los seres humanos para crear mercancías o administrar servicios, así como trayectos logísticos está naciendo, y parece ser el gran sepulturero del capitalismo industrial socio democrático del Estado de Bienestar de posguerra.
Ahora, ¿qué pasaría si toda esta tecnología, en vez de crear una pobreza descomunal, se pusiera al servicio del bien común?
Supongamos que la instalación de grandes líneas de producción automatizadas logra descender la carga horaria de la jornada laboral, integrar a parte de ese ejército de reserva disponible y al mismo tiempo darle tiempo libre a todos los trabajadores que cederán unas cuantas horas diarias de producción a las máquinas.
Nos encontraríamos con mucho tiempo libre disponible para, por ejemplo, pensar y realizar nuestros deseos y sueños. Librados de extenuantes jornadas laborales interminables, dispondríamos de tiempo libre para militar, desarrollar el arte, el deporte, algún oficio u otras actividades como pasar más tiempo con nuestra familia.
Robotización, renta básica universal y reducción de la semana laboral: un programa de gobierno
Resulta interesante, en el contexto de este debate público, convocar a la lectura de dos libros que son fundamentales para entender los argumentos de este texto. El primero es Capitalismo de Plataformas, del ya mencionado Srnicek. El segundo es Inventar el Futuro, de Alex Williams, escrito en colaboración con Srnicek.
En el primero se estudia económica y sociológicamente el surgimiento de las aplicaciones y su relación con el mundo del trabajo, y cómo ellas implican el surgimiento de un nuevo modelo de acumulación capitalista y de organización del trabajo.
En el segundo se busca historizar el origen de la actual fase neoliberal del capitalismo, la ya no tan oculta sociedad de Mont Pelerin con sus falsamente contradictorios Friedrich Von Hayek y Milton Friedman. La madre de los Think Thanks, la cual le dio origen filosófico y económico al neoliberalismo, ensayado por primera vez a sangre y fuego en Chile, con la dictadura genocida de Pinochet, luego continuado en Argentina por Videla y Martínez de Hoz, y su todavía vigente Ley de Entidades Financieras.
En una charla reciente, Srnicek citó a Keynes, quien propuso en la década del 30 del siglo XX, que la jornada laboral durara 15 Hs semanales. Es decir, una semana laboral de sólo dos días. Recordemos que fue la Ford Motor Company quien en 1914 instituyó el consenso de la jornada laboral de 8 hs. Un consenso de posguerra (ganado gracias a la lucha del movimiento obrero mundial) que hoy continúa, a más de 100 años, como piso de jornadas que, en países como el nuestro, suelen ser aún más extensas.
Ahora bien, en un mundo donde la tecnología avanza de manera inevitable, y la forma de administración de la riqueza vigente indica que nos puede llevar a una catástrofe social, un mundo donde el denominador común ya no será el trabajo asalariado, sino la exclusión de la producción y la pauperización de las relaciones capital-trabajo, en favor del primero, es preciso presentar respuestas desde los Estados que son manejados por fuerzas nacional populares. Propuestas que abran horizontes de esperanza política para las fuerzas transformadoras de la región y el mundo.
En contextos de deuda que retienen y condicionan las posibilidades del desarrollo productivo, tecnológico y social, es imperioso luchar por entender que la sola existencia debe ser considerada un derecho humano. Que existir debe traer consigo la posibilidad de poder satisfacer nuestras necesidades básicas y no estar librados a la “libertad” que propone el mercado, donde hasta vender un órgano para no morir de hambre sería “razonable”.
Un ingreso universal (es decir un monto de dinero fijo mensual, percibido universalmente por nuestra población) es uno de los mecanismos necesarios para contrarrestar ésta posible catástrofe social, que no deja de ser obscena, ya que se da al mismo tiempo en que la humanidad produce sus saltos robóticos y civilizatorios más sorprendentes, mientras que en paralelo desarrolla hambre y exclusión.
Sólo la planificación político económica, con perspectiva nacional y popular, puede organizar, más allá de los principios de la rentabilidad, una producción que fije sus objetivos en las necesidades sociales. El mercado no puede administrar ni direccionar los flujos del trabajo y tampoco las áreas donde se debe o no se debe implementar tecnología, así como tampoco puede decidir, por un consenso que es más una imposición que un acuerdo, cuánto debe durar la jornada laboral (porque solo lo hará en función de sus intereses, y no en los del conjunto de nuestra comunidad). Si queremos sacar al pueblo de la miseria neocolonial que el actual capitalismo financiero bio cognitivo le tiene preparada, es preciso tomar medidas de gobierno concretas.
Para esto es necesario convocar al movimiento obrero organizado en primera medida (y a los movimientos de trabajadores excluidos), así como al resto de los actores sociales que componen el mundo de la producción y el trabajo para que, guiados por una coalición política gobernante, puedan trazar metas de desarrollo tecnológico, creación de trabajo, crecimiento y redistribución del ingreso, pilares centrales para consolidar la causa nacional bajo las banderas de la independencia económica, la justicia social y la soberanía política.
Con la mudanza de la producción industrial de occidente al sudeste asiático, quedó demostrado que la producción se re-territorializó. Las grandes industrias eligieron asentarse allí donde los derechos laborales se identificaban con un modelo cuasi medieval. Sin embargo, también este proceso demostró que existe una vía productiva posible para países sub-desarrollados.
Creemos que es en la alianza entre el Estado, el movimiento obrero organizado, los movimientos sociales, y con la conducción política de un modelo de desarrollo, donde se puede construir la plataforma de un modelo alternativo de desarrollo e inclusión que no niegue la tecnología, al mismo tiempo que pueda atender los efectos sociales que puede provocar si se la deja librada a las fuerzas del libre mercado.