La feliz espera
Qué hermosa es esta esquina de lo soñado en el pasado, el presente que está siendo y el recuerdo que ya es. El Mundial, parece mentira, está presto a su cierre. Nuestra Selección jugará por sexta vez la Final. El recorrido mismo plantó ya mojones de felicidad, en el camino asfaltado de la ansiedad. Cuando se cierra esta nota es jueves. Hace como diez días que es jueves.
En tiempos tan mezquinos con lo colectivo y lo disfrutable, una puerta a la celebración compartida no es un hecho menor. Diciembre ensambla, a la vez, la ilusión hacia el domingo y la nostalgia anticipada porque desde su atardecer esta espera será recuerdo. El resultado no nos lo asegura nadie, ni siquiera cierto zurdo que a veces parece tan cerca de poder hacerlo. Caiga como caiga esa moneda, quién nos quita este mes.
Cábalas
No, no voy a escribir la nota para el sábado de víspera. Tampoco la titularé “Previemos”, como cuando hace ocho años esperábamos la última Final. Un capricho individual, así son las cábalas: parecidas pero íntimas. A lo sumo, compartidas por el grupo que se junta a ver los partidos.
Pensamiento mágico, sí. Una alquimia artesanal que alivia el hecho de no intervenir, de estar a distancia, de depender del destino que se juegan otros once. Todo eso. Pero allí triunfa, orondo y final, el por las dudas. Por qué no cumplir los rituales que se fueron gestando en la rutina. Qué cuesta. La incógnita definitiva: ¿y si acaso es cierto que todo tiene una conexión subterránea? Mejor evitar lo evitable y respetar el mandato interno.
Repentinos sacerdotes de la razón, se sospecha que consagrados por sí mismos, nos llaman a la cordura. Que no es científico considerar mufa a un expresidente. Que Dios no puede atender a nuestros ruegos y simultáneamente a los del rival.
Qué novedad. Cuentan que el padre Carlos Mugica rezaba para que su Racing le ganase a River, a sabiendas de que en la habitación contigua su hermano pedía exactamente lo contrario. ¿Lo censuraría más la ortodoxia religiosa por incumplir el segundo mandamiento, o los escépticos por no respetar la lógica ni la experiencia palpable? Es posible que haya ocasiones en que no quede más que dejarse vivir. Mejor que la jactancia de los intelectuales.
Sí, piola: ya sabemos, pero somos vulgares. Ahora hacé el favor y andapayá.
Donde nacen los mitos
En los coliseos globales se siguen destacando los distintos. Los que hacen lo imposible, descubren caminos ocultos, se burlan de la física. El latir laico los pone en pedestales, dioses o semidioses. Antes y ahora, acá y allá.
Abrazamos una colección de coincidencias que, por vía de lo inexplicable, edifican una nueva mitología. Podría haberse llamado Gómez o García, pero Lionel es Messi-as. La muerte de Pelusa acentuó la búsqueda de su presencia en los detalles nimios, en la sucesión del azar, en las nubes o en el penal de Messi contra Países Bajos, suave beso a la red.
El siguiente escalón es el desafío de vencer al tiempo, con los 35 a cuestas. Recoger la pelota allí donde la dejó Diego cuando lo vendieron por las treinta monedas y llevar su nombre como bandera a la Victoria.
Los Pueblos necesitan sus mitos para apoyarse, reincidimos desde La Eneida. A partir del lunes y por el resto de la vida podrán calcularse razones estadísticas para explicar las carambolas simbólicas. Pero hasta el domingo qué mejor que embeberse en la lluvia dulce de un relato mitológico, un cadáver exquisito al que todos agregamos una línea, como motor de alegrías. En este mundo, el sentimiento es un acto de resistencia.
Continuidades
Lionel Messi debutó apenas siete años después del retiro de Diego Maradona. De tan inmenso que es ese regalo de eslabones mágicos, nunca terminamos de dimensionarlo por completo. Desde hace 46 años, salvo una pausa breve, tenemos una individualidad que nos despierta ilusiones al regalar su magia. Al mejor del mundo, qué joder. En esas cuatro décadas y media, nuestra Selección mayor masculina alcanzó cinco veces la Final. Maradona y Messi, dos cada uno.
En verdad, en el Mundial es muy raro que el equipo que tiene al mejor de todos no llegue al menos a la Final. En la historia de estos campeonatos se cuentan más rápido las excepciones que las confirmaciones de la regla.
Esto, que parece una reducción a lo individual, puede explicarse sin renunciar a la naturaleza colectiva del deporte. Los jugadores no nacen y se gestan en cualquier lugar, sino desde una escuela y una historia. Que un jugador de la magnitud de Messi haya nacido en Argentina y tan poco después de Maradona es –se dijo- un regalo. Pero lo que no es casual es que, si la Pulga debía nacer en algún sitio, lo haya hecho en nuestro país.
Como los genios son fruto de su historia y de su Pueblo, tampoco es raro que junto a ellos germinen los jugadores que pueden acompañarlos de la mejor manera.
Hacer escuela
Cualquiera sea el resultado del domingo, es probable –y deseable- que este Mundial termine definitivamente con los reproches que pesaron sobre Messi casi desde que su luz amaneció. Se le exigió que sea Maradona, pero también –por ofensa de sacrilegio- que no lo sea. Se le recriminó que no rindiera con la Selección como lo hacía en el Barcelona, una percepción engañosa si se miran las estadísticas. Se dudó de su sentimiento por los colores.
Lo cierto es que Messi optó por jugar con la camiseta albiceleste cuando podría haberlo hecho con la de España, o con ninguna. Vino siempre, al punto de ser el futbolista con más presencias en la historia del seleccionado. Integró una generación que sólo es plateada porque nació en el mismo país que Maradona: es el máximo goleador y llegó a ocho finales. Tres las ganó (Olimpíadas, Sub-20 y Copa América 2021), cuatro no (tres las perdió por mínimas diferencias) y una está por definirse. Es impactante cuando se enumera.
Durante la Copa América de 2021, cuando jugó lesionado y recordó al Maradona de Italia '90, se cuestionó que se celebrase su tobillo ensangrentado y desafiante. El dictamen fue que era una apología del dolor. Dolor habría, seguramente. Pero qué ilustración más contrahegemónica que la imagen de quien, lastimado y todo, sigue apostando por lo lúdico. Dimitir o ingresar en el reparto sólo habría coronado a la violencia por encima de la inteligencia o la creatividad.
Lo mejor de que concluya el sesgo punitivo hacia Messi es que podrá continuar floreciendo una escuela. La maradoniana. Aquella de magia, lectura de juego y mucho sentimiento.
Este Messi otoñal está mostrando más que nunca todo lo que jamás le faltó. Incluso en los gestos, los festejos de gol o el modo de patear un penal decisivo. Habrá pibes y pibas que, como la generación de la Pulga hace treinta años, soñarán en estos días llevar una 10 celeste y blanca y una cinta de capitán.
Una identificación que siempre desafía a la devoción por lo rentable, porque nunca es negocio cruzar el Atlántico, regresar a la periferia, representar al Tercer Mundo, abandonar la comodidad del centro. Nos amargan a diario con historias, reales o no, de gente que se va. Se exaltan aún más cuando quien emigra niega tres veces. Messi no volvió a vivir aquí, y tal vez jamás lo haga, pero nunca terminó de irse. Puede ser ingenuo destacar el gesto, pero visto el contexto amenazante, las fronteras discursivas muy corridas, no parece tan menor. No nos da vergüenza ser argentinos y argentinas, y a él tampoco.
La mejor versión
El Messi por venir, éste que llegó y está siendo, iba a ser el mejor Messi. No era difícil anticiparlo, porque desde que debutó siempre se supera. Pero sí resultaba complicado decirlo, ya que los años no vienen solos y se preveía que a esta altura no tendría la explosión física de su larga juventud.
En verdad, los grandes jugadores dejan ver mejor sus recursos técnicos y su lectura del juego cuando ya el arranque no es el de antes. El fútbol es un desafío constante de dos engaños. El Messi actual simplifica con un toque, detecta propios y extraños con una visión periférica tan mágica como su zurda y desparrama un repertorio técnico atípico en un futbolista con pie grande, que hace más difícil dominar la pelota.
La cosa se ha complicado para sus rivales. Messi transformó la limitación en virtud. Si ya no le alcanza con lo que hacía, sacó de los bolsillos las opciones que antes no necesitaba. El Messi sub-30 solía repetir sus movimientos: todos conocían más o menos qué haría, pero tenían el problema de que no sabían cuándo lo haría. Ahora, como dijo el entrenador de Bélgica de 1986 en referencia a Maradona, nadie sabe cuándo hará lo que sólo él sabe qué hará. Siempre jugó a otra velocidad, pero ahora lo hace a otro tiempo. Uno, dos, tres antes que el resto de la cancha, el estadio y el mundo que lo mira por tevé.
Los replay del corazón
La semana pinta para ser la más larga de la historia. Mientras tanto, quién nos quita lo bailado. Lo bailado: el partido de Messi contra Croacia, y sobre todo la gestación del tercer gol, quedarán siempre tatuadas en la piel de la memoria.
Esa cadena de amagues repintó las paredes del corazón, que sintieron el vacío de las ausencias y el paso del tiempo. Al menos por hoy podemos decir que no fue tan fiera su venganza, que cada esquina de la vida trae consigo algo de la anterior.
Más allá del resultado que ofrezca el mediodía del domingo, esa jugada de la Pulga se sumó a aquellos momentos que cada vez que los vemos o escuchamos nos hacen sonreír en el inicio del replay, con el cuerpo adivinando un dulce reflejo condicionado.
Este Mundial nos ha regalado imágenes y sonidos que nos acompañan a visitar fugazmente la infancia feliz -la de Diego, Cani, Goyco- para comprobar que todo está todavía ahí, en el mismo sitio exacto en que lo dejamos para que lo atesore el recuerdo.