Milei: un análisis mcluhaniano sobre un ser mediático
Ya sabemos que Milei es un personaje de ficción aunque hagamos cualquier esfuerzo para representárnoslo como alguien real, un poco excéntrico, pero en el fondo un tipo normal como cualquier hijo de vecino. Hace unos años, para justificar esta idea de personaje, la denuncia se hubiera aferrado a los capitales globales y locales de los que él es su mascarón de proa, pero este tipo de denuncias, parece, ya no están de moda.
En realidad, no importa el JM real, porque este JM no sale en Tik Tok, aunque los videos de Tik Tok lo capturen en su vida cotidiana. El JM virtual es igual al real, pero diferente (Baudrillard, para referirse a este ente, hablaba de simulacro ya en la década de 1980; habría que actualizar el concepto, ya que Baudrillard tenía enfrente a la tele y no a internet, las redes sociales y la realidad virtual). Esta diferencia es la que lo convierte en un personaje de ficción, real y virtual al mismo tiempo (yo hablaba de mediomorfosis hace unos años atrás para dar cuenta de esta vida dual, desdoblada, psicótica).
Lo que sucede, aunque nos cueste aceptarlo, es que su ficción es una ficción más real que la realidad que habitamos nosotros (Baudrillard hablaba en aquella época de hiperrealidad para dar cuenta de este nivel de la ficción… o de la realidad). Una (des)inteligencia artificial que captó el ritmo de nuestros medios de vinculación masivos, que es el ritmo, la velocidad y el tono en el que nuestra sociedad desea (el órgano o la función de órgano que el smartphone extiende, potencia y amplifica es el deseo; por ello la ansiedad es uno de las enfermedades del momento: satisfacemos los deseos, pero no los realizamos, pues ya no tenemos tiempo para ello).
Marshall McLuhan repetía que cuando se analizan los medios no hay que detenerse en el análisis del contenido, lo que el medio expone y transmite (en el caso de Milei esto es patente: dolarización, venta de órganos, bouchers educativos, etc.), porque el contenido funciona como un distractor, nos distrae del auténtico mensaje, que es el mensaje del medio (que es el mismo medio). Milei es una demostración de esto, que en los años de McLuhan no se entendía, y que ahora suele rechazarse con la misma pasión: no importa lo que el personaje dice, importa cómo lo dice —no el qué, sino el tono y la gestualidad. Por eso me causa gracia cuando personas inteligentes se ponen a debatir la factibilidad o lo absurdo de algunas estos contenidos (la única consigna que seguro no parece absurda es la que denuncia a la “casta”), pues lo único que hacen es colaborar en la publicidad y la construcción del personaje. Lo que no te destruye, te fortalece.
McLuhan también aseguraba que en el desplazamiento de un medio por otro como medio hegemónico (el periódico por la radio, la radio por la televisión, la televisión por el smartphone), el viejo medio se convertía en el contenido del nuevo: Milei nos resulta tan familiar porque su personaje es televisivo —la tele se volvió el contenido de las redes virtuales, en especial de Tik Tok, que los políticos tradicionales no conocen, o que si conocen es solo porque las usan sus hijos o nietos. Como no conocen, no entienden, y entonces las minusvaloran. No es culpa de ellos, tampoco: habrá que ver cuándo el campo del arte comenzará a considerar obras a los posteos de fb o a los reels de ig.
El JM virtual es igual al real, pero diferente.
El arte y la cultura en su sentido común le tienen pánico a los “nuevos” medios de comunicación, desde el periódico hasta las “redes sociales”, aunque siempre usufructúan de ellos. Ahora la tele nos parece inofensiva al lado de la virtualidad, para no hablar de la radio (ya muy poca gente lee los periódicos, como se leían cuando yo era joven, que los domingos compraba tres o cuatro diarios diferentes para hacerme una imagen realista de la realidad).
Se suele afirmar que los antecedentes de Milei son, entre otros, Trump o Bolsonaro, y no es incorrecto esto, pero tampoco es del todo verdadero. Son sus antecedentes en el nivel empírico y banal de la historia, donde a partir de ciertas semejanzas formales y contenidistas, nos precipitamos rápidamente a la conclusión de que son lo mismo. El precursor de Milei tal vez se encuentre en un lugar muy diferente, tal vez se encuentre en la ficción, y en una ficción aclamada popularmente, pero que sufre bastante rechazo dentro del campo de las ciencias sociales y los cánones literarios: se trata de un dibujito animado, de una animación, de un híbrido entre los seres humanos y la inteligencia artificial.
En este momento me refiero al capítulo de Black Mirror que se llama “El momento Waldo”, en el que Waldo, un oso azul que grita insultos, que responde con guarangadas y que a veces se le pone el pene erecto, a fuerza de denigrar la política, se va convirtiendo en un actor político de peso: se presenta a las elecciones, y si bien no está para ganar (es decir, para derrocar un principio de realidad vigente, en el que los dibujitos animados no son personas), sin duda cuestionó la normalidad, puso en jaque su sistema representativo y a la política tradicional, que está contra las cuerdas, medio grogui (o drogui), y sin encontrar respuestas. Cualquier parecido con la realidad mileiana no puede ser casualidad.
“El momento Waldo” es un unitario de hace varios años atrás y transcurre en una ciudad pequeña de Inglaterra. JM, en cambio, representa un fenómeno global: los políticos se volvieron una clase social global, autónoma y desprestigiada que promete cosas que no cumple, y que dice cosas que mucha gente no entiende (y a muchos de los que entienden, no les interesa). La ola antipolítica está el alza, y llegó a países como la Argentina, que venía salvándose de ella (recordemos los hechos traumáticos del 2001). Los que hasta ayer eran nuestros enemigos acérrimos, se volvieron compañeros de ruta: todos se rasgan las vestiduras por las instituciones. Del “que se vayan todos” de hace un poco más de veinte años atrás, a un “que no quede ninguno”.
Cuando se identifica como liberal-anarco-libertario, y se llama Mi-lei, bueno, algo tiene que significar.
En la serie, los representados son requeridos tan solo cada cuatro años, específicamente para las elecciones, y de este modo justifican indirectamente el mismo sistema que los excluye, o cuya suerte les es totalmente indiferente. No justifico con esto el discurso que quiere desprestigiar a la política (ni siquiera digo que sea cierta esa denuncia, pues nosotros sabemos que cuando no hay Estado, no es que hay nada: viene el mercado a ocupar sus funciones), constato simplemente un hecho que se refleja en las elecciones, y que todos los medios de cualquier color vienen repitiendo desde hace tiempo: no solo están los que votan a los que prometen que van a echar a toda la casta (nadie sabe dónde termina bien el conjunto “la casta”, pero su referente parece clarísimo), sino que también están los que ni siquiera van a votar. Entre ambos, ganan sin balotaje.
En la serie, un dibujito animado violento y guarango despierta más empatía en la gente que muchos políticos que quieren denunciar con la verdad las tramoyas de otros integrantes de su clase, que mienten y roban, mientras ellos son honestos y si algo los desvela, es la miseria en la que está hundida una gran parte de la población que ellos van a gobernar, o mejor dicho, que vienen gobernando desde hace largas décadas.
Si hay una resistencia a la avalancha de soledad y salvajismo que sentimos inminente, no es por la dimensión del contenido, por las consignas que repitamos. Es por la dimensión de la forma. Por el cómo. Solo que tal vez deberemos aceptar formas de vinculación que deseamos, pero que conscientemente rechazamos o negamos. En la dimensión de la forma no todo lo que hacemos y expresamos es consciente, más bien es inconsciente, o mejor dicho: para-consciente, lateral, afectivo, sensible. Tal vez han colonizado no sólo nuestros placeres (aviso: nuestros placeres están colonizados, gozamos como ellos dicen que hay que gozar; nos excitamos con los signos que ellos proyectan para que nos excitemos, etc.), también colonizaron nuestro inconsciente y nuestros deseos.
Frente a este horizonte desolador, quizás las ideas de fraternidad, tolerancia o solidaridad tienen sentido en un gueto de la sociedad, pero ésta, la sociedad, está afectada por pasiones apáticas, indiferencia y un sálvese quién pueda. Dos deseos enfrentados, muchas veces “resolviéndose” dentro del mismo individuo. Como nos pasa con los tomates clonados, tal vez los afectos virtuales son más intensos que los afectos no mediáticos (iba a escribir: afectos naturales, pero no hay afectos naturales). Incluso, tal vez, los tomates clonados parecen más “naturales” que los tomates naturales, tal vez tienen más sabor a tomate que los tomates “de verdad”… y llegados a un umbral, tal vez ya nos resultará imposible discernir entre el afecto real y el virtual, o entre la realidad y la ficción.
Nota al margen: Vengo escribiendo su apellido de este modo: MiLey, no para burlarme (suena a burla, pero no quiero burlarme), sino porque creo que representa algo. Sin ser cabalista (y apellidándome Mundo y considerándome un fenomenólogo), el nombre determina algo. Cuando se identifica como liberal-anarco-libertario, y se llama Mi-lei, bueno, algo tiene que significar. Voy a dejar de escribirlo mal, porque no me gustaba cuando otros periodistas del palo lo hacían con otros personajes, pero no porque no creo que allí se encierre una cifra.