Sacarse la careta

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Sacarse la careta

13 Agosto 2024

La denuncia de Fabiola Yáñez por violencia de género contra el ex presidente Alberto Fernández es el último empujón, gravísimo, escandaloso, para que ya no queden dudas de que estamos ante la peor crisis de la historia del peronismo. Perdió contra un avatar y todavía puede caer más en futuras elecciones. Entender cómo se llegó hasta acá y pensar una salida es tarea necesaria para toda persona preocupada por el nivel de destrucción social que se propone el actual gobierno. Una dimensión de este problema se encuentra en la selección de los últimos candidatos a presidente. Alberto Fernández, Daniel Scioli y Sergio Massa tienen, pese a las grandes diferencias, un aura que los acerca, un tufillo, un patrón que resuena.

Alberto ya es un símbolo, ese espejo en el que nunca más nos vamos a querer mirar. Un tipo que aparentaba ser un alguien normal, inquilino, docente universitario; un clase media progre sin territorio, sin estructura. Un dirigente que nació políticamente en la década del noventa en la Superintendencia de Seguros del gobierno de Carlos Menem. Después se sumó al kirchnerismo, fue Jefe de Gabinete y finalmente se fue del gobierno luego del conflicto con el campo en 2008. Lejos del poder ofició de armador de espacios peronistas no kirchneristas y para concluir cumpliendo un rol destacado en la articulación del Frente de Todos, uniendo los pedazos de un peronismo que se había fragmentado durante los gobiernos de Cristina. Alguien que supo jugar su juego cuando consistía en exponer sólo la palabra, el argumento. El prototipo de abogado. Pero cuando su rol implicó poner el cuerpo, ponerse al frente de un gobierno, mostró a cuenta gotas el vacío de su retórica, un significante sin referente, un discurso sin sustancia. Primero como inoperante y cobarde, después como mentiroso y finalmente como un miserable violento. Las palabras se llevaron a Alberto Fernández. La farsa y la tragedia, reunidas en una misma persona.

El pichichi saltó a la política en la década del noventa siendo un famoso motonauta que perdió el brazo en una competencia. En su carácter de figura pública comenzó su carrera política con el título de celebrity. Pasó del menemismo al kirchnerismo como un obediente dirigente sin ideología. Cumplió en silencio, por orden del pingüino, la labor de vicepresidente y fue premiado con la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Desde entonces aprendió a callar y permanecer, sin construir. Hasta el salto al mileísmo se mantuvo en ese lugar. Incluso fue valorado por su lealtad y su condición de candidateable. Siempre con fe, esperanza y una sonrisa. Una carta de la casta. Una buena máscara. El salto final, quién sabe, parece ser el final de ese comodín.

Massa, en cambio, es un dirigente que construyó. Nació en la UCD, pero cuando se sumó al peronismo empezó a construir poder. Primero en la ANSES, después en la intendencia de Tigre. Desde ahí buscó definir su perfil propio, atento a la seguridad y al impuesto a las ganancias: representar la clase media. Rompió con Cristina cuando vio que los vientos cambiaban. Construyó su partido y le ganó al kirchnerismo. Después quedó incómodo en la avenida del medio que se fue angostando a partir de la victoria de Mauricio Macri. Le dijeron “ventajita” y lo golpeó. Duele cuando el apodo tiene algo de verdad. Y se reencontró en el Frente de Todos, un rejunte sin identidad y sin plan. Allí buscó erigirse como árbitro y como político experimentado y terminó siendo la síntesis de la casta: un dirigente habilidoso, capaz de poner al Estado detrás de una campaña, pero que se pasó de profesionalismo, como quedó expuesto en el último debate presidencial.

En los tres hay trayectorias disímiles, cruzadas y hasta enfrentadas, pero hay puntos en común, un halo. En primer lugar, una generación. La de los políticos que se formaron durante el menemismo, la era de profesionalización de la política, la del peronismo como un partido del poder con dirigentes que saben y gustan del poder. Aquellos que están arriba del velero, que conocen el agua y los vientos, que ponen la vela siempre en la dirección correcta. Uno conociendo el léxico, otro en qué lugar ubicarse en silencio y el tercero conocedor de toda la maquinaria del poder.

Quizá habría que pedirle disculpas a Massa por meterlo en este equipo. Si bien fue un dirigente que supo moverse con el viento y comparte una trayectoria, buscó construir una fuerza política, una representación -algo que las otras dos figuras no pudieron siquiera intentarlo-, pero que con sus últimos movimientos volvió a oler parecido. No sólo por ser experto en poder, sino por compartir la tarea de ser el Caballo de Troya de Cristina, ser la careta del kirchnerismo, como los otros dos, para poder subir el piso electoral.

Transatlántico

Si la victoria de Milei ya representaba una crisis gravísima dentro del peronismo, el alcance de la destrucción que puede generarle haber puesto como presidente a un personaje tan paupérrimo parece difícil de dimensionar. De acuerdo a las primeras respuestas, algunos sueñan con encapsular la figura del ex presidente, como si fuera una falla del sistema. Sin embargo, el sostenimiento de la imagen positiva de Javier Milei mientras la economía del país no para de caer permite suponer que esa hipótesis no entiende el hartazgo de la sociedad con la política precedente. En algún momento se habló de volver a enamorar, hoy habría que pensar en volver a confiar, porque el voto es sagrado y de la traición es difícil volver.

Construir confianza es moverse como el salmón. En la era de los filtros de instagram, de las fake news y de monetizar cada paso que damos, la confianza es algo que queda offline, en los afectos, en la cercanía, en lo que conocemos. En la era de las caretas, el peronismo perdió por sus caretas. Si hay que andar a contracorriente, tal vez lo mejor sea dejar los veleros y volver a los transatlánticos.

Si la política se alejó de la sociedad, un camino es que la sociedad vaya hacia la política. Que la cadena de significantes tengan sus referentes, no más intérpretes, no más relatos. El movimiento de mujeres, los trabajadores organizados, formales y de la economía popular, el empresariado, los artistas, los científicos, los movimientos populares, las iglesias, el ambientalismo y quien logre organizar, expresar un segmento, un sector social, tiene que ser protagonista. Es momento de discutir, de tejer, de que la política escuche lo que tienen para decir los actores organizados de la sociedad. Conocen los nuevos problemas y muchos ya practican las soluciones.

La unidad hasta que duela fue la peor síntesis de una política de los veleros, de expertos en poder. Se necesitaban cabezas que no expresen nada para poder reunir la fragmentación interna. Había tanto dolor en esa unidad que se necesitaba un Alberto Fernández. Pero luego de la victoria, en lugar de darle sustancia al gobierno, se repartieron el Estado y se acentuaron las diferencias de frente a la sociedad. Un gobierno sin oficialismo, invento argentino. Quizá para recuperar la confianza haya que sincerar las diferencias en los programas, darle carnadura a las propuestas, elaborar planes y llevarlos a elecciones. Abandonar las unidades dolorosas. Si hay desarrollistas y hay distribucionistas, y no hay punto de acuerdo, que vayan por separado. Parece difícil imaginar recuperar la confianza si no hay una autocrítica económica y una propuesta coherente. El peronismo hace mucho tiempo que no tiene un plan económico articulado. Entre la unidad y la coherencia, la confianza va por la coherencia.

Finalmente, para ir contra los candidatos catch all, los candidatos máscara, timoneles de velero, tienen que emerger dirigentes que expresen sectores, que encarnen programas y que tengan una trayectoria. Que sus palabras tengan un referente y un recorrido, que tengan sustancia. Dirigentes transatlánticos, que no se muevan con el viento. Dirigentes que acompañen sus ideas con su cuerpo, sin máscaras.

La crisis de representación, la crisis de confianza y la crisis de desorientación se atraviesan construyendo sustancia, densificando. Los candidatos careta y el Caballo de Troya vaciaron el peronismo. Cabezas que no conducen, campañas sin contenido, gobiernos sin dirección. El camino de la reconstrucción parece ser el contrario. Volver a tejer el lazo entre la sociedad y la política. Dejar de ser casta es abandonar a los políticos profesionales que sólo saben de poder, esos que están arriba del velero. Que los sectores sociales articulen una política o que los políticos expresen las nuevas demandas. Elaborar programas consistentes, articulados, coherentes. Ir contra la corriente y arrancar por los cimientos.

(X) @carraspero (IG) @lucio_fm