El ciclo del kirchnerismo y la necesidad de una nueva síntesis popular

  • Imagen
PERONISMO EN EBULLICIÓN

El ciclo del kirchnerismo y la necesidad de una nueva síntesis popular

14 Abril 2025

Cuando el río suena, agua trae. Y lo que hoy suena con fuerza en la política nacional no es solo el retumbar de una interna entre facciones peronistas; es la lenta pero definitiva sedimentación de un proceso histórico que comenzó con bríos transformadores en 2003, se consolidó en la confrontación, y hoy languidece bajo el peso de sus propias limitaciones.

El kirchnerismo fue una expresión vital y popular que, tras la catástrofe del 2001, devolvió al Estado su capacidad de arbitrar, de proteger y de intervenir. Significó para millones de argentinos el retorno de la política como herramienta de justicia social, la incorporación de los jóvenes a la militancia política, la ampliación de derechos, la vinculación con los pueblos hermanos y la recuperación de la autoestima nacional. Fue, en términos populares, el intento más logrado de reconstruir un proyecto de país con inclusión, soberanía y justicia social después de Perón. Pero toda épica que no se renueva, se agota. Lo que estamos presenciando, en este abril convulso de 2025 y en medio de un oscuro panorama que atraviesa nuestra vida nacional, no es una mera transición interna en el peronismo, sino una inflexión de época que hay que saber transitar, conservando lo que inspire y descartando lo que ya no aplica.

Entonces, el desdoblamiento electoral decidido por Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires no puede leerse sólo como un movimiento táctico en la coyuntura. Es, en verdad, la señal de una ruptura estratégica que sobreviene por su propia maduración. Hijo dilecto del kirchnerismo, el actual gobernador de PBA comienza a separarse del útero político que lo gestó. Pero no por rebeldía adolescente, sino por madurez política, y esto mismo lo vuelve un proceso de renovación interesante por su posibilidad de proyección nacional hacia el 2027.

Lo que está sucediendo

La interna política en la provincia de Buenos Aires, como síntesis concentrada de las tensiones nacionales dentro del peronismo, gira en torno a un punto nodal, que es la resistencia de ciertos sectores del kirchnerismo -específicamente los ligados a La Cámpora y al núcleo duro Cristinista y de su hijo Máximo como operador- a aceptar que Axel Kicillof- o cualquier otra figura por fuera de la familia Kirchner- tiene la legitimidad política y el derecho histórico de ser interlocutor principal frente al proyecto liberal libertario de Milei. Esta es la cuestión. Y este conflicto expresa, o de él se desprende, en el fondo, dos concepciones antagónicas sobre la conducción y la verticalidad en el peronismo:

Por un lado, la visión que puede atribuirse a Kicillof y sus aliados que, probablemente, entiende la verticalidad como un instrumento táctico, flexible, al servicio de una estrategia política concreta y sujeta a validación popular y al pragmatismo territorial para congeniar con los “gordos” del conurbano. Esta visión recupera cierta lógica del peronismo clásico, donde el conductor debe tener legitimidad de masas y capacidad de conducción política, no necesariamente una unción dinástica para avanzar. Verticalidad flexible, ascendiente y descendiente. Es la lógica en la que el liderazgo se construye desde abajo hacia arriba (ascendente) y se consolida con conducción desde arriba hacia abajo (descendiente), pero basada en la representación real, el anclaje territorial y la validación popular. Es táctica, dinámica y estratégica.

Del otro lado, la visión “esencialista”, ligada a la lógica del linaje, que reduce el derecho a conducir el movimiento a la herencia simbólica de los Kirchner. Esta mirada absolutiza la verticalidad hasta transformarla en un dogma rígido, casi sin variables, por fuera del resultado electoral o del respaldo social efectivo. Así, se confunde la lealtad al proyecto nacional con la subordinación a una persona o núcleo restringido de poder, Cristina, Máximo y el apellido. Por eso, sus seguidores fieles, ven traidores en todos lados e infantilizan al pueblo cuando se pierde una elección, trasladando la responsabilidad política desde el interior hacia afuera. Y en esa obstinación por preservar la jefatura “natural” con la lógica de la infalibilidad del líder, aún cuando las urnas ya no convalida esa centralidad, se abre paso el estancamiento, el error estratégico, el daño y, en última instancia, la derrota. Y es lo que está sucediendo. Verticalidad rígida, sólo descendente. Es la lógica del dedazo, de las listas impuestas, de la conducción cerrada que no escucha ni habilita debate, que “baja línea” sin anclaje ni oído en las bases. Se trata de un esquema estático, que reemplaza la conducción por el control y la mística por la obediencia. En este modelo, el poder no se construye todos los días, se administra lo que quedó desde una cúpula y se agita la autorreferencia para preservar el relato. Es objetivamente derrotista, como lo demuestra su seguidilla de fracasos electorales. La condición sine qua non para integrar este esquema, es seguir a Cristina hasta pasarla, y escucharla para desoirla. Y lo que verdaderamente importa es su figura, no la Patria ni el pueblo, como si la propia Cristina fuera el programa, pero no lo tiene. En esta lógica, nada se cede.

Desde esta perspectiva, que seguramente acepte más variables, lo que se juega en la interna bonaerense no es sólo un reparto de cargos ni un conflicto de estilos, sino la posibilidad de redefinir la arquitectura de poder del peronismo en el siglo XXI. Básicamente, si seguirá una política atada a una lógica de obediencia cerrada, con un liderazgo que no se somete al escrutinio democrático interno, o si, con ese piso alto, romper ese techo bajo para transformarse en un movimiento mucho más amplio, con capacidad de síntesis y vocación de mayoría real. Para esto último, algo hay que ceder.

Hay que ser claros, negar ese debate es condenar al peronismo a la repetición cíclica de sus peores errores. La idea, entonces, por eso ofrecemos nuestro parecer, es salvarnos de la imposibilidad de arribar a algún diagnóstico mínimamente racional. Estimamos que cualquier otro argumento que discurre alrededor de este asunto que pretenda esconder este conflicto de concepciones, no es más que chamuyo para la tribuna. Llega un punto donde, a los rosqueros y obturadores, les conviene ocultar la verdad y exponer a cielo abierto las miserias palaciegas.

En este sentido, la distancia con La Cámpora no es anecdótica, significa un intento de librarse del cepo de una organización que, al convertirse en custodio del legado original, terminó muchas veces siendo su carcelero. En el camino, Axel busca recuperar el contacto con el sindicalismo, los intendentes del Conurbano bonaerense y -más difícil aún- con una sociedad desencantada, descreída de todas las formas de representación. Pero lo mejor que podemos decir de Kicillof es que, además de un cuadro técnico y académico, es un laburante de la política y no un principiante con suerte; su gente se lo reconoce electoralmente, en una provincia que es un país dentro de otro; y no es poco, sino suficiente para no pedir permiso, medir su acrobacia y saltar. Ojo, Kicillof no es Daniel Scioli ni Alberto Fernández, tampoco es Bossio ni Randazzo.

Esto que analizamos no invalida los logros históricos del ciclo kirchnerista, pero sí obliga -con responsabilidad militante y honestidad intelectual- a revisar críticamente sus límites. Porque sin esa revisión profunda, sin un diagnóstico, no habrá nueva síntesis, ni política saludable posible. Y convengamos, no hay nada bueno con lo que está pasando.

Unos ejemplos valen más que miles de palabras

El desmanejo y la ruptura con la Confederación General del Trabajo (CGT) en 2011, el mantenimiento del impuesto a las ganancias que afectó a la clase trabajadora, y el boicot a la candidatura de Daniel Scioli en 2015, son hitos que evidencian una desconexión con el arte de conducir. La decisión de Cristina Fernández de Kirchner de designar a dedo a Alberto Fernández como candidato a presidente en 2019, anunciada por redes sociales, sin debate interno ni construcción colectiva, fue una jugada audaz y riesgosa. El objetivo era ampliar la base electoral para vencer a Mauricio Macri, y en ese sentido fue efectiva en el corto plazo, y la supimos valorar, como al gobierno sostener. Pero el verdadero problema no fue solo la dedocracia, sino el posterior sabotaje interno a su propio elegido. Una experiencia que merece un análisis crítico y profundo que escapa a estas líneas, pero que, en términos políticos, fue de una irresponsabilidad de magnitud histórica. El tiempo hablará, si hoy lo podemos escribir.

Las consecuencias de no retomar desde las fuentes

En nombre de una pureza progresista más estética que real, el kirchnerismo fue alejándose de la cultura criolla, de las raíces obreras y populares, más parisina que del interior, y entregando poco a poco al aparato liberal la posibilidad del monopolio del sentido común. Pero el verdadero crímen político del kirchnerismo fue cortar los lazos con Perón, en vez de abrevar en su legado para fortalecerse. Una joven Cristina que votó al FIP del “colorado” Ramos en 1973, con su “vote a Perón por izquierda”, y no al FREJULI siendo peronista, nos da algún indicio para explicar el fenómeno. No se trató solo de una distancia simbólica o generacional con el General, sino de una ruptura estratégica, con las bases del movimiento: la centralidad del trabajo, la alianza con la clase obrera organizada, las FFAA y la construcción de poder desde la comunidad organizada. Pero también con el legado español, el idioma y la religiosidad popular.

Lo real -por doloroso que resulte reconocerlo- es que la pretendida matriz de país construida durante la década “ganada” del kirchnerismo fue desmantelada en apenas seis meses. Bastó medio año de un gobierno de signo contrario para mostrar que lo edificado no tenía cimientos sólidos ni anclaje profundo en la estructura del Estado ni en la conciencia social, aunque siempre algo queda, por supuesto. Y esto debe ser un aprendizaje para lo que viene. Lo que parecía un proyecto que se jactaba de “irreversible” terminó siendo, en gran parte, un relato sostenido en un liderazgo carismático, pero sin verdadera institucionalización ni transformación cultural duradera. Esa fragilidad estructural es una de las grandes deudas del ciclo político que se va cerrando, y la sensación que nos invade es la de pérdida de la oportunidad. En síntesis, los kirchneristas fueron gobiernos nacionales, pero no de liberación nacional. Nunca hubo programa.

Lo viejo que no muere, lo nuevo no nace

El 2027 será, entonces, un parteaguas para el destino del país, donde la taba de este pleito, ya habrá caído de un lado o del otro. Con un Donald Trump reposicionado en el tablero mundial, con un escenario de guerra comercial y proteccionismo brutal que acelera el proceso de descomposición norteamericano y los peligros que eso atrae en una zona periférica del globo, la Argentina necesita comprender su ubicación geopolítica con urgencia. Los BRICS, Brasil, la Patria Grande no son fantasías, son la condición de posibilidad para una inserción soberana en el nuevo orden geopolítico multipolar. Un gobierno peronista con inteligencia, músculo y vocación histórica deberá reubicar al país en esa matriz para fabricar la chance política de, además de ganar, reelegir.

Hoy, es el turno de quienes, como Axel, comprenden que el legado no es un altar, sino una herramienta política para el trabajo diario. Axel es, en efecto, el mariscal que Cristina decía que hacía falta, cuando se despedía pero no soltaba. Esperamos -con prudencia, pero también con firmeza- que Cristina y La Cámpora no elijan el camino del daño extendido. Que no conviertan la pérdida de centralidad en sabotaje. Porque si algo necesita el campo popular en este momento es madurez política, generosidad histórica y sentido de responsabilidad con un país que no resiste más fracturas inútiles ni batallas intestinas dentro del bando nacional. El tiempo de los liderazgos mesiánicos terminó. Ahora se trata de reconstruir con lo que hay, no de dinamitar lo que viene. Ah, y no se olviden: volver a Perón.

* El autor es presidente de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico ARTURO JAURETCHE de la Ciudad de Río Cuarto, Córdoba