Papa Francisco: mística comunitaria y religiosidad humanista

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HOMENAJES AL PAPA LATINOAMERICANO

Papa Francisco: mística comunitaria y religiosidad humanista

22 Abril 2025

Tengo un recuerdo muy hermoso de Francisco. Cada quien atesora una anécdota —real, o por qué no, imaginaria. Todo vale cuando el corazón imagina para crear cosas nuevas, necesarias e importantes.

Recuerdo a Francisco —entonces Jorge— entrar a la Basílica de Flores, quedarse en el fondo, escuchando celebrar misa a otro amigo o tomando mate con los jóvenes. En ese entonces, yo participaba de una fe en común, una fe adolescente, un descubrimiento hondo que hoy, con más edad, puedo leer mejor. Mi acercamiento fue guiado por un anhelo sencillo, una especie de instinto que mi padre —sin ser religioso— siempre me regaló: una mística comunitaria, un pueblo.

Mi padre era de un pueblo. Francisco, de un barrio. En esa imagen aparece lo común: la raíz. Y así, como mi colegio también era de Flores —la iglesia, la plaza, el almacén—, a veces aparecía también Jorge Bergoglio: el obispo, el vecino, caminando por el Pasaje Salala o por los pasillos de un templo enorme. Siempre en el fondo, silencioso.

No es idolatría. Es recordar los detalles. De las escenas de nuestras vidas, las verdaderas, las que más amamos, sólo retenemos detalles. En mi caso, recuerdo a mi padre en esa iglesia, siempre a regañadientes, enojado, criticando con vehemencia cierta estructura de la institución —esa siempre fue su queja—, pero al mismo tiempo colaborando como vecino y donando unos baños de hierro que él mismo soldó en el fondo de nuestra casa para una peregrinación a Luján. Siempre vivió de sus oficios.

Los restos de mi padre —sus cenizas— hoy habitan en ese templo, por decisión familiar, porque él amaba su barrio.

Hoy respondí un comentario a una amiga de la adolescencia, alguien que, al igual que yo, dejó esa práctica religiosa más cotidiana, más ajustada a la iglesia, pero que, anudada en la verdad del amor, se abrió como un gajo hacia lo social, hacia el arte:

Tus palabras son tan vivas que las siento propias. Cada cosa que contás abre puertas en mí. Yo también reconozco de esa mística un nudo social que llega hasta hoy, pero que tiene su origen en una raíz mucho más profunda, que viene de mi papá con su pobreza en su pueblo. Lo común, o la comunidad, siempre es con el otro. Agradezco inmensamente la humanidad de Francisco, su insistencia en abrir su casa a todos los que viven en las márgenes y gritan desde ahí.

Un Papa, un papá, una raíz. Mi viejo, el primero en mostrarme esa mística social de la que hablás tan hermosamente. El que me enseñó a ver a quien anda suelto por ahí y darle una mano. Con esta pérdida me pregunto cómo haremos para no abandonar tan fácilmente los gestos más humanos y vivos de Francisco.

Perder a un padre no es sólo una pérdida, es también dejar expuesta a la luz del sol una raíz propia. Ayer, en el barrio de Flores —barrio de mi adolescencia, barrio de mi papá, iglesia donde con mis hermanos decidimos dejar sus cenizas—, llegó a mí esa emoción física, real, de abrazar lo que resta. Pero no lo que queda: lo que resta. Ese resto, ese retazo del que hay que seguir tirando.

Francisco fue un gran humanista como religioso; tuvo una religiosidad humanista. Eso es para mí la trascendencia: una doble dirección.

Mi viejo no era para nada religioso, pero la única imagen que sí lo emocionaba era la de San Roque, el santo de su pueblo, que tiene un perro al costado y un pan en la boca. Yo creo que esa es la mejor síntesis de una fe verdadera: compartir el pan y amar.

Ayer me reía y también me emocionaba, porque sé que, desde algún sitio, estará tomando mates con su bandera boquense, diciendo lo que siempre dijo del Papa: “Este hombre es buena gente de verdad”. Y le creía, porque su único saber era su pueblo y su pobreza.

Cuando se habla de religiosidad popular no se habla de otra cosa que de la fe de los pueblos. ¿En qué cree un pueblo? En su cultura, en sus costumbres, en sus quereres. Yo, en mi viejo, veo a San Roque con su perro callejero. Mi viejo tenía uno allá en su pueblo que lo acompañó en su soledad de niño. Miles de niños, miles de perros. Faltan muchos panes que compartir.

Sigamos la ruta de esas migas que hoy nos llevan humanamente, misteriosamente, religiosamente a la viva imagen de Francisco. Pero regresamos. Hagamos el camino de vuelta, que todavía quedan muchas migas que repartir.