Brasil: ¿Y el fin de la tristeza?
Por Santiago Gómez
Desde Florianópolis – Brasil
Antes de quejarse de Argentina e insultar contra nuestro país díganse lo siguiente: vivo en un país donde 300.000 personas se movilizan un día y al otro día y al otro y donde la conducción de la burocracia sindical se tuvo que ir en patrullero para no sentir el peso de lxs laburantes en el lomo. Repítanse: vivo en un país donde le hicieron el coco a la gente para que eligieran a los galeritas pero donde no van a poder aprobar la reforma laboral salvo que quieran ver un gato subir de una patada a un helicóptero.
Condenaron a Lula sin pruebas, aunque no fue detenido ni privado de su derecho a presentarse a la próxima elección, y la Central Única de los Trabajadores ayer no puso todo lo que tiene para poner en la calle. Tampoco el día de su condena. Escuché a varios compañeros petistas decir: estamos movilizando mucho y no da para tanto. Diferencias culturales. Llevó un año conseguir un paro general. Hacer el segundo en menos de dos meses fue una tristeza. Expuesta la capacidad de resistencia, a la semana siguiente las transnacionales aprobaron la reforma laboral.
Las manifestaciones en defensa de Lula de ayer preocupan. Ni los medios de izquierda quisieron poner un número de personas. El PT está desmoralizado. La dirigencia del PT no tiene representación social. En un país en el que se mantuvo a la población alejada de la política por siglos y donde recién se les dio el derecho optativo de votar a los analfabetos en 1985, los que estaban en la base militante, que ayudaron a construir el partido, en 2003 tuvieron que ocupar cargos en el Estado, por lo que en los barrios no quedó nadie. El partido se burocratizó, como cualquier partido comunista, la mayoría del tiempo sus militantes se lo dedican a la interna partidaria. Sólo 5.000 personas salieron a defender a Lula en Rio de Janeiro, lo que prueba de que la mayoría de las dirigencia del PT está atrapada en la burocracia institucional, pasan el día entre cuatro paredes de reunión en reunión, sacándose selfies.
Nadie mejor que Lula conoce a este pueblo y ayer reconoció que el PT erró al cometer prácticas propias de la política a la que siempre combatió y no pidió disculpas. Las acusaciones de corrupción golpearon, pero recién ganaron fuerza en el segundo mandato de Dilma Rousseff, cuando puso un neoliberal en el ministerio de economía e hizo crecer más de 5 puntos el desempleo en menos de dos años. "Pero no hicimos ni el 10% de lo que nos acusan y Dirceu es la prueba de eso, fue detenido sin pruebas", declaró Lula en una entrevista.
La clase media vive muy bien, mejor si son profesionales y a ellos todo esto no les afecta, quizá suceda dentro de tres años. Los profesores de las universidades federales ni se calentaron por los recortes en educación, ni siquiera se sumaron a las ocupaciones tras el anuncio del congelamiento del presupuesto nacional en educación y salud por veinte años. Con un mínimo de R$8.000 pueden aguantar una inflación en alta por unos cuantos años más.
El gran problema de Brasil es que la mayoría está lejos de la política, que la mayoría de los politizados que se movilizan son de clase media y que los dirigentes políticos, también de clase media, no se acercan a los pobres, no hacen el esfuerzo de subir un morro, prefieren contratar publicistas que les manejen las redes sociales. Desde 2013 están en la misma, la realidad no logra convencerlos. La solución a este problema simplemente está en que el PT vuelva a sus orígenes.
No se trata de idea original mía alguna, nuestros lectores de Agencia Paco Urondo saben que desde 2013 traducimos los discursos de Lula y ya desde aquel tiempo el ex Presidente viene insistiendo con lo mismo. Como dijo José Zé Dirceu, fundador y uno de los máximos estrategas del partido, la base petista todavía está ahí esperando que los dirigentes vuelvan, que se les acerquen otra vez.