Centro Cultural Kirchner: el “derruido” eje de las ceremonias macristas
Por Juan Manuel Ciucci
La inefable Liliana Franco cuenta en nota titulada “Apuesta oficial para seducir a los inversores”, que los organizadores del “mini Davos” que llevo a cabo el macrismo esperan que las diversas dificultades que se les han planteado (clima, tránsito, protestas) “sean compensadas por la calidad del encuentro y la magnificencia del CCK”. Sí, del Centro Cultural Kirchner, ése que tanto atacaron y desmantelaron, y que hoy es el espacio más utilizado por el Gobierno Nacional para embelesar a sus visitantes.
Desde la visita de Obama, donde Macri eligió el antiguo palacio de correos recuperado por el kirchnerismo para cenar con su “par” de los EEUU, hasta los diversos anuncios de “obras” y planes que el Presidente allí presentó: el proyecto de Reforma Política; las reuniones de gabinete; un plan de canje de celulares; el plan Justicia 2020; el Compromiso Federal por la cultura; su “conferencia de prensa” con periodistas de El Cronista Comercial, La Nación, Agencia Télam, Infobae, Canal 10 de Tucumán y Canal 12 de Córdoba; o este encuentro con CEOs globales.
Después de despedir a 600 trabajadores, y reducir drásticamente la oferta cultural del Centro Cultural, los legisladores de Cambiemos sólo parecen preocupados por un tema: cambiarle el nombre. “Mientras tanto, hace tiempo que en gacetillas oficiales, en su sitio web y en su perfil de Twitter, el centro cultural se denomina con la abreviatura CCK, sin rastros del apellido Kirchner, que por ahora solo sobrevive en Facebook”, cuenta Clarín.
Como parte del discurso revanchista y antipopular del macrismo, se intentó embestir contra una obra colosal que completó Cristina Fernández de Kirchner en su segundo mandato. Una concepción cultural avasallante, magnánima, democratizante. Por eso mismo fue atacada, incluso por compañeros de ruta, o que deberían serlo. Parecía un exceso, casi, tanto espacio dedicado a la cultura.
Ahora lo han vaciado y vilipendiado, como para no acostumbrarse a lo excepcional. No hay derecho al acceso cultural irrestricto, a la oferta de formación y no sólo de expectación, al debate nacional de las construcciones culturales. Hoy sólo hay lugar para los CEOs del mundo, para que vengan gustosos a “invertir” en un país que está para “ayudarlos”. Para eso sí que sirven los palacios. Y La Nación, ahora sí, puede celebrarlo.