Evita y la fiesta del pueblo trabajador, por Pablo Vázquez
Por Pablo A. Vázquez*
Mártires de Chicago mediante, el 1 de mayo fue una jornada de lucha y movilización para el movimiento obrero organizado a nivel mundial. En nuestro país las luchas contra los gobiernos de la oligarquía hicieron que esas fechas tuvieran una connotación de sangre y violencia por parte de las fuerzas represivas.
A partir de la impronta política de Juan Domingo Perón, primero desde la secretaria de Trabajo y Previsión, y luego al frente del gobierno nacional, los 1º de mayo fueron, junto al 17 de octubre, las reuniones más importantes del peronismo como símbolo de la unión entre los trabajadores y el gobierno.
En las reuniones masivas, organizadas por la CGT, Perón y Evita exponían a los trabajadores la marcha del país y los logros alcanzados, entre ellos el Decálogo de los Derechos del Trabajador, incluidos en la Constitución Nacional de 1949, junto a otros derechos sociales, políticos y económicos.
Además se celebraba una fiesta con desfiles de carruajes de cada sindicato y la coronación de la Reina del Trabajo, con las reinas de las fiestas regionales argentinas, para aunar el trabajo a la representación de la mujer en su nueva participación social y política como sujeto pleno de derechos.
Para Eva tendrá un doble mérito, la de ser portavoz del movimiento de mujeres y de convalidar su rol de lideresa política casi a la par del presidente Perón. Su primer discurso masivo un primero de mayo lo dará en 1948, en una manifestación organizada en la Av. 9 de Julio de la Ciudad de Buenos Aires, donde, en los tramos finales, alertó: “Todavía las fuerzas del mal siguen agazapadas y no creen ni en la justicia social ni en la obra patriótica del general Perón. No sé lo que se proponen pero pueden ustedes tener la plena seguridad de que, mientas en la Casa Rosada esté el general Perón, la masa trabajadora argentina puede dormir tranquila porque la justicia social se cumplirá inexorablemente, cueste lo que cueste y caiga quien caiga”.
Al año siguiente, 1949, esta vez desde los balcones de la Casa Rosada, Evita, junto a Perón y José Espejo, líder de la CGT, volverá a sentenciar: “La fiesta de los trabajadores argentinos se basa en la felicidad de los humildes que, nobles y bien nacidos, vienen a rendir homenaje al líder de todos los trabajadores del mundo. En nuestra patria ya no existe la olla popular, ya no existe la desesperanza. El general Perón no sólo ha aumentado los salarios, sino que ha hecho algo más: ha dignificado la vida porque ha dignificado al hombre por el hombre.”
El 1° de mayo de 1950 fue más explícita en recordar que: “Luchamos por la independencia económica, luchamos por la dignificación de nuestros hijos, luchamos por el honor de una bandera y luchamos por la felicidad de este glorioso pueblo de descamisados que fue escarnecido por la avaricia de un capitalismo sin patria ni bandera, que no ha traído sino luchas estériles y fratricidas. Luchamos, en fin, por una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. Y tendió a interpelar a la mujer trabajadora en su adhesión al peronismo: “Yo, que he tratado de ser un puente de amor entre el pueblo y el general Perón, te he visto a ti, mujer descamisada (…) levantar tus ojos juveniles hacia el líder de la nacionalidad y decir sin palabras lo que las minorías que se llaman cultas no supieron apoyar, al defender la patria y entregarlo todo por su pueblo, que tanto se lo merece”.
Para el 1° de mayo de 1951 la interpelación al pueblo era absoluta. Aún faltaban tres meses para el Cabildo Abierto del Justicialismo, su postulación fallida para la vicepresidencia, su Renunciamiento y el agravamiento de su enfermedad: “Yo quiero que ustedes me autoricen para que diga lo que ustedes sienten; ustedes que, a través de un siglo de oligarquía, de entrega, de explotación, sufrieron la amargura infinita de ver a la patria humillada y sometida por sus propios hijos. No, no eran sus hijos. No, por sus venas no corría sangre de argentinos; por sus venas corría sangre de traidores”. El pueblo, vía Perón, era el vector de su autoridad, el vril, la esencia de su existir: “Ustedes, solamente ustedes, pueden dar a mis palabras el fuego, la fuerza infinita que yo quiero tener, que yo desearía tener para decirle al líder, para decirle al mundo, para decirle a la patria, cómo lo siguen, cómo lo quieren los trabajadores a Perón”.
Y se excusará ante el pueblo que, no siendo tan grande como el Líder, ellos serán su base y fortaleza: “Yo no tengo elocuencia, pero tengo corazón; un corazón peronista y descamisado, que sufrió desde abajo con el pueblo y que no lo olvidará jamás, por más arriba que suba. Yo no tengo elocuencia, pero no se necesita elocuencia para decirle al general Perón que los Trabajadores, la Confederación General del Trabajo, las mujeres, los ancianos, los humildes y los niños de la patria no lo olvidarán jamás, porque nos hizo felices, porque nos hizo dignos (…) y nos infundió el ardor de la esperanza, del amor y de la vida”.
Pero el cáncer avanzaba y la vida la iba abandonando, sin embargo, el 1° de mayo de 1952, Evita dio su último discurso masivo, quizás el más virulento y descarnado, con esa dualidad de no dejar ningún ladrillo “que no sea peronista” pero construyendo “un puente de amor entre Perón y su pueblo”: “Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista”
“Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras…
Compañeras, compañeros: Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana. Estoy con ustedes para ser un arco iris de amor entre el pueblo y Perón; estoy con ustedes para ser ese puente de amor y de felicidad que siempre he tratado de ser entre ustedes y el líder de los trabajadores”.
Cinco discursos definitorios de la mujer que, con pasión, coraje y mística, ejemplificó como ninguna otra persona, al igual que Perón, las ansias políticas de un movimiento de liberación y el rol del movimiento obrero argentino en tiempos donde los derechos se conquistaban, más allá de mesas de diálogos y buenos modales, con el pueblo movilizado y un gobierno que lo respaldaba, no con discursos progresistas claudicantes y haciéndole el juego a los poderosos, sino en base a un proyecto nacional de base popular.
*Lic. en Ciencia Política; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas