Funcionarios que funcionen por la vida que queremos
Por Facundo Castro
El fantasma de la persecución judicial recorre, amenazante, la mente de los funcionarios. Amado Boudou, Julio De Vido, Milagros Sala, exponentes de la Década Ganada y casos testigos que fungen de ejemplos vivos para recordar a los funcionarios actuales, la posibilidad real y latente de perder la libertad a la que se enfrentan en caso de transgredir los límites que los poderes fácticos consideran tolerables. Si a ellos les ocurrió ¿qué queda para los funcionarios menos conocidos? Estampar la firma en cualquier acto administrativo de los infinitos necesarios para mover la enorme maquinaria estatal, esconde un virtual escándalo, con su consecuente escarnio público, que condena al presunto responsable a una jubilación prematura. En consecuencia, las decisiones no se toman y un miedo paralizante reina en el espíritu de muchos funcionarios de diferentes niveles, que lejos de pretender cambiar las estructuras aspiran a gestionar lo cotidiano sin romper nada ni chocar la calesita hasta la próxima posta política.
El loteo de los ministerios en diferentes corrientes de la amplia coalición, no contribuye a la unidad conceptual necesaria para una acción unificada. Y aún dentro de los órganos y empresas bajo el control de una misma corriente, la lealtades y jerarquías en el ámbito de la política se superponen a las jerarquías de los organigramas; así hay quién termina siendo jefe de quién en la práctica es su responsable político. Sin un justo equilibrio entre ambas esferas, la política se puede imponer en detrimento de la gestión, empobreciéndola.
La política es necesaria y fundamental para llegar y mantenerse en los laberínticos espacios estatales. Pero cuando los gobiernos nacionales y populares están a cargo del gobierno la diferencia debe notarse y ser fácilmente palpable. Los sectores populares deben percibir de forma palpable en la cotidianeidad de su vida que significa una gestión neoliberal de una peronista. El macrismo en sus principios fue una topadora que rehizo en muchos casos las estructuras estatales a su antojo, imponiendo una nueva lógica de gestión tendiente al desorden, al caos y a la subejecución presupuestaria, una marca registrada. La actual excepcionalmente la transformó con sentido inverso, sino que se limitó a gestionar en lo cotidiano aquello que recibió.
Con lo anterio no pretendo describir las primeras líneas ni a la orientación general del gobierno de Alberto, que ha manejado la pandemia con gran sensibilidad pese a los pronósticos apocalípticos y que con sus enormes limitaciones propias de la coyuntura, trabaja indudablemente para el bienestar general. Me refiero a que la suerte de un gobierno no debe depender de algunos pocos talentosos que se la juegan sino que debe hacerse carne en todos sus funcionarios, poniendo su esfuerzo y su capacidad creativa al servicio de la transformación social. La generación que en su mocedad presenció el último acto de Nestor en la cancha de RIver, aquel 17 de octubre, está aprendiendo a los ponchazos que la gestión cotidiana es reparar un barco mientras navega; que lo cotidiano te come porque lo urgente no deja lugar a lo importante. El secreto, diría el General, es conducir el desorden, pues el orden lo conduce cualquiera.
Es imperioso que mientras se gestiona una cotidianeidad que nos excede se transformen las estructuras para generar las políticas públicas que le mejoren la vida, en lo cotidiano, a los sectores populares. Las tareas más difíciles en este sentido es, por un lado, romper la inercia del letargo de la cuarentena que indujo a más de uno hacer la plancha; y aumentar las horas dedicadas al trabajo, entendiendo a éste como el medio fundamental para la transformación de la realidad y la generación de riqueza. Por otro lado, el eventual y legítimo temor del funcionario debe ser compensado por una firme convicción en la moralidad superior de la causa por la cual se gestiona. Un funcionario que no funciona, neutraliza la capacidad del gobierno de generar bienestar y así hace tanto mal desde adentro como los que se oponen a la gestión desde afuera. El funcionario debe tener más que la vanidad del cargo; sino tiene la convicción necesaria para tomar las decisiones que la gestión requiere, como dijo Cristina, tal vez debería buscar otro trabajo. Como aquel que en la cancha no corre: “correte que estamos jugando”.
El peronismo es comer los domingos con la vieja; es el niño y la niña comiendo en su hogar con su familia después de una jornada escolar con guardapolvo blanco y una cartuchera con útiles; es la dignidad del trabajo y el asado con amigos, es vacacionar, es una navidad con mucha comida, regalos y un rico pan dulce, el peronismo está vinculado con la alegría. Las políticas de un gobierno peronista se orientan a crear las condiciones para que todos y todas tengan los bienes materiales y espirituales necesarios sobre las cuales cada quien, pueda construir su propia felicidad La vida que queremos como eslogan de campaña recoge esa promesa de vida mejor que toda gestión peronista tiene implícita y que fue postergada por la pandemia. Tendremos una nueva oportunidad, no la desperdiciemos. Precisamos funcionarios que funcionen por la vida que queremos.