Kirchnerismo, juventud y política: balance y desafío
1) Desde su llegada al gobierno el 25 de mayo del 2003 hasta el presente, el kirchnerismo atravesó tres momentos.
La primera etapa estuvo marcada por el liderazgo de Néstor Kirchner y la tarea casi en soledad de reconstruir una autoridad pública y relegitimar una representación política tras la debacle de diciembre del 2001.
Estos años de “sacar al país del infierno”, como le gustaba decir al ex presidente, van a estar caracterizados por una adhesión social mayoritaria, expectante y multicolor, unida por el interés compartido en lograr estabilidad institucional del país y superar la crisis económica.
El segundo momento se inicia con la puja redistributiva entre el gobierno de Cristina Fernández y las patronales agrarias. El saldo del mismo será lo que algunos denominaron como “minoría intensa”, para referirse a una base de apoyo social al gobierno, activa, militante, ideológica y movilizada, con creciente presencia juvenil, pero reducida en relación al conjunto social, dando cuenta de una fuerte pérdida de consenso, que va a quedar más que claro en los resultados de las elecciones legislativas del 2009.
La tercera etapa empieza con el impulso a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. La batalla por la democratización de la palabra, y el desplazamiento del eje de conflicto del “campo” a los medios hegemónicos, marcará la inflexión que permita al gobierno empezar a recomponer su base de apoyo social.
Sectores sociales medios y cientos de miles de jóvenes tomaron forma en un movimiento social que dio encarnadura al debate contra la corporación mediática y a la lucha por la sanción y posterior aplicación de la nueva ley de medios.
De ahí en adelante fue cada vez más visible la recuperación del vínculo del gobierno con una parte significativa de la sociedad, a lo que por supuesto debemos agregar el impacto de la Asignación Universal por Hijo en los sectores populares; la recuperación económica después del sacudón internacional, sobre la base de políticas de promoción del empleo y el poder adquisitivo; las torpezas de la propia oposición política, como evidenciaron las idas y vueltas entorno a la salida de Redrado del Banco Central que terminó alertando hasta sus propios votantes; y la aprobación del matrimonio igualitario.
Los festejos del Bicentenario con los millones de compatriotas de todo origen social y geográfico desbordando la Avenida 9 de julio y, claro está, la multitudinaria despedida a Néstor Kirchner los días de octubre, protagonizada por los cuerpos y las voces del pueblo, con sus trabajadores, amas de casa, profesionales, productores, y, principalmente, jóvenes que lo reconocieron como el “único héroe en este lío”, dieron forma a una nueva mayoría social de respaldo al gobierno.
Sin dudas, lo que da vueltas en el fondo de esta recomposición del apoyo popular es el quiebre de la hegemonía del discurso mediático dominante, la crisis del ciclo de captura de la política a manos de los medios y la puesta en práctica de una relación más productiva entre política y relato a manos del gobierno nacional.
La renovada adhesión al gobierno, sin dejar de ser heterogénea pero con una conciencia política sustantiva sobre las conquistas alcanzadas en estos años, pasará a articularse entorno a la “defensa del modelo”, al “Nunca menos” y a la expectativa variada pero común respecto a que este es el rumbo que más cerca puede estar de dar respuesta a las necesidades aún pendientes y a las llamadas de “demandas de segunda generación”, lo que se expresó con contundencia en los resultados de las primarias del 14 de agosto pasado.
2) Ahora bien, el emparejamiento de la batalla cultural (que fue pérdida en el ciclo corto que va desde el 2008 con el conflicto por la resolución 125 hasta que empezó el debate por la nueva ley de medios) y la fractura del discurso hegemónico como relato único, lejos está de significar una hegemonía cultural del kirchnerismo como escribió Beatriz Sarlo (La Nación, 4/3/11) o que la corporaciones mediáticas no sigan teniendo un papel activo en la puja política y en la modelación de una parte no menor del sentido común social.
De ahí los renovados desafíos para el próximo período de gobierno. Lo dijo Cristina en el acto realizado en Huracán el 11 de marzo de este año: “profundizar la organización popular” e “institucionalizar el frente nacional, popular y democrático”.
Traducir la adhesión mayoritaria al gobierno en fuerza y construcción política constituye una tarea prioritaria, la cual interpela a las propias organizaciones en el desafío de habilitar a que los sectores populares se constituyan no sólo en destinatarios de las políticas pública sino, y centralmente, en sujeto activo y protagónico del proyecto nacional.
Más que nunca la organización popular debe proyectar la articulación entre las demandas sociales y el Estado, promoviendo la necesaria iniciativa desde abajo, la traducción de las necesidades en propuestas políticas que permita conquistar nuevos derechos y el anclaje del Estado en el seno de la comunidad a través de garantizar el arribo de las políticas públicas a los sectores más necesitados.
Institucionalizar supondría estructurar el arco de apoyos sociales, políticos y culturales en el sistema político bajo la forma de un frente político y social que vaya más allá de la competencia electoral.
Por un lado, a través de crear un lugar permanente de elaboración de políticas públicas, formación y preparación para el ejercicio de gobierno. Por el otro, construyendo un espacio que defina conceptualmente el proyecto nacional, la unidad de las ideas y la síntesis del paradigma nacional y popular.
Ambos planos (político-gestión, político-cultural) hacen a los elementos de continuidad y superación de la etapa de cambios en curso: fuerza política propia y conciencia popular de transformación.
Por último. La clara decisión de Cristina de renovar la dirigencia política y hacer realidad ese “puente entre las viejas y nuevas generaciones” que sostuvo en el anuncio de su candidatura, plantea a las militancias juveniles un desafío con pocos precedentes en nuestra historia política nacional.
Para que esta posibilidad abierta signifique un salto cualitativo del proyecto nacional, en términos de recrear una representación política más consubstanciada con el pueblo, debería fundarse sobre las militancias con sus prácticas diarias enraizadas en la vida popular, la realidad social y la experiencia tallada por la contienda política de todos estos años.
Lo cual desafía a los colectivos juveniles a poner en debate cierta “lógica de gestión” que hace a los claroscuros de la construcción política, entendiendo por la misma la práctica circunscripta a la mera administración de las cosas, acrítica, despolitizada, y, en consecuencia, inhibida del potencial transformador que tiene todo lugar institucional en el marco de un proyecto político popular; sin por ello dejar de entenderla como parte de las tensiones y contradicciones de todo proceso popular real.
Ahora bien, si la renovación de la representación nacional y popular debe realizarse sobre las prácticas militantes para desplegar toda su potencialidad de cambio, éstas a su vez tienen el desafío de reelaborar una nueva idea de militante que no niegue la gestión, sino que la incorpore, imprimiéndole politicidad, dimensión colectiva, inscripción social y una ética pública de la trasformación.
Una noción de compromiso militante integral que logre conjugar dualidades muchas veces planteadas en términos dicotómicos: gestión – transformación; crítica – convicción; pasión – responsabilidad. En fin, el dilema weberiano de la política entre “ética de la responsabilidad” y “éticas de la convicción”, como opuestos y complementarios a la vez.
Néstor Kichner fue eso, presidente y militante. O mejor dicho, militante y presidente. Su ideario ético quedó grabado a fuego en la ya conocida frase de su discurso de asunción: “No vengo a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Eso lo convirtió en el presidente que corrió la línea e hizo posible lo que parecía imposible en la Argentina democrática post 1983.
De cómo se recoja ese legado y se resuelvan estos debates y encrucijadas, queda atada buena parte de las posibilidades presentes y futuras de transitar un horizonte de nuevas conquistas sociales para nuestro pueblo y de seguir avanzando hacia un horizonte democrático más pleno en nuestro país.