La Pasión de Beatriz Sarlo (primera parte)
Beatriz Sarlo estaba convencida en La Pasión y la excepción (quizás uno de sus obras más emblemáticas) de que las imágenes de esa excepcionalidad argentina, bipolar, conformada por Perón y Eva era un mecanismo tropológico de la hegemonía cultural implementada por el peronismo. A partir de ahí, desde esa concepción de “régimen” de “estado corporativo” (y “deseos imaginarios” sebrelianos), Sarlo recurre a la idea metafórica del doble cuerpo del rey para enfatizar sobre la carencia democrática que tiene el peronismo desde su origen.
Es así, Sarlo fue uno de los cuadros más lúcidos del progresismo, de los gestadores de una retórica socialdemócrata que se imponía durante la denominada “transición a la democracia”.
Desde allí, el peronismo se tornaba no como contracara del poder oligárquico, sino como expresión antitética del ideal democrático. Precisamente, el concepto “democracia” adquiría una importancia superlativa mientras que el discurso previo al golpe que tenía al concepto “revolución” como eje de toda política tendría para los ‘80 una identificación con lo autoritario y violento.
Sarlo sostenía que el “régimen” peronista era “escasamente republicano, más plebiscitario que democrático, de bajo tenor en sus instituciones políticas representativas y sostenido en cambio por algunas corporaciones y un vasto movimiento social intensamente personalista, cortesano en la aquiescencia y el halago a su líder, a quien se le adjudicaban cualidades literalmente providenciales, fanático en la devoción y el culto a su esposa, y en la experiencia que tanto partidarios como opositores tenían de la forma en que se ejercía la autoridad concentrada en la cima”
Ella fue la última intelectual del stablishment “ilustrado”. Por eso, el poder de turno, salvajemente liberal no la extraña. Los tiempos actuales se reservan la admisión de pensantes. Con la haraganería y el cinismo, la vanidad y la banalidad es suficiente. La destrucción de los valores colectivos y comunicativos fue una constante labor desde principios de los 80 que terminó destruyendo las identidades nacionales. Los intelectuales contribuyeron a “deconstruir” toda idea general mancomunada.
La Pasión sin excepción
Los actuales gestos de comunicación que median entre la clase política con la ciudadanía carecen de racionalidad, son una conjunción de imágenes prácticamente sin anclaje en el pasado. Y si lo hay, ese pasado está políticamente intervenido quizás como nunca antes porque en la actualidad el denominado “uso político de la historia” no requiere de argumento ni justificación. Simplemente “es”, de ser. Un dasein licuado y efímero como todo lazo social.
En tanto, el consumismo de la posmodernidad atravesó la vida misma. Tal es así que mirar retrospectivamente lo acontecido en el siglo XX pareciera tener una distancia eterna. La ficción que nutría nuestras imaginaciones a los que pertenecemos a la generación x (los que vivimos conscientemente el tránsito de lo analógico a lo digital) ya nos parecen tristes comedias al presenciar que la labor que lleva a cabo el nefasto magnate Ellon Musk hace palidecer al futuro apocalíptico de Skynet narrado en la exitosa Terminator 2 (1991)
Beatriz Sarlo, atenta a la vorágine cultural que desarrolla casi en simultáneo al retorno de la democracia en nuestro país, supo analizar las nuevas tendencias posestructurales, neo marxistas y demases. En 1994 publicaba Escenas de la vida posmoderna anticipando lo que ahora es lo cotidiano, calando hondo en nuestras vidas.
En dicho trabajo se preguntaba no sólo en torno a la cultura popular (un motivo de análisis central para todos aquellos que integraron el PEHESA y luego se establecieron como la Nueva Historia Social, siempre pre-ocupados el deshilvanar los males que provocase el peronismo con sus tintes populistas y autoritarios por encima de los “nidos” democráticos que se desarrollaban en las “organizaciones libres del Pueblo”) sino también sobre qué lugar ocupan los artistas y los intelectuales en estos tiempos posmodernos. Allí afirmaba:
“Nadie querría restaurar un paradigma pedagógico que aconsejara el adoctrinamiento estético de multitudes (…) La libertad de disfrute de los diferentes niveles culturales como posibilidad abierta a todos necesita de dos fuerzas: Estados que intervengan equilibrando al mercado cuya estética delata su relación con el lucro; y una celebración neopopulista de lo existente y de los prejuicios elitistas que socavan la posibilidad de articular una perspectiva democrática”
Más adelante:
“¿La crítica cultural sería, por fin, un discurso de intelectuales? Difícilmente haya demasiada competencia para apropiarse del lugar desde donde ese discurso pueda articularse. A diferencia del pasado, donde muchos querían hablar al Pueblo, a la Nación, a la Sociedad, pocos se desviven hoy por ganar esos interlocutores lejanos, ficcionales o desinteresados”.
Beatriz Sarlo, siendo una vívida expresión del progresismo, sugería que el Estado interviniese (tímidamente) sobre las decisiones colectivas a los fines de favorecer una mayor democratización. Se evidencia a las claras la posición a medias tintas que siempre postuló la socialdemocracia con relación al Estado cuya mayor expresión había sido el alfonsinismo con su “deseo imaginario” de “distribuir democracia” sin conllevar una comunidad organizada. El aparente libre albedrio, dirigido por el Gran Hermano/Dios Mercado, terminó reformulando la dicotomía razón/pasión. El posmodernismo no requiere de razones, se desenvuelve por estímulos que se replican a través de virtualidad, de los incesantes mensajes que invitan a consumir para ser. En resumidas cuentas: se trata de pasión, sin excepción.
Esa pasión que observaba Sarlo en su obra que había sido explotada por el “régimen” peronista hoy es digerida y reproducida por el capitalismo salvaje que tiene al gobierno de Milei como fiel exponente de lo absurdamente irracional.